Piltrafillas, llega a este espacio mi primera reseña dominical de la semana. Se trata de una de esas obligaciones autoimpuestas que no tienen más justificación que la que yo mismo quiera darle y que, como en el resto de entradas de este blog, me ayuda a tener unos momentos de desconexión en los que centro mis pensamientos en comentar películas, fotógrafos, pintores o lo que sea. Es decir, que por una parte la importancia de mis palabras es bastante relativa –también os he dicho siempre que no tengo formación cinematográfica y mis impresiones son tan subjetivas como faltas de rigor científico, algo que también pasa a muchos críticos consagrados, ojo– y por otra, pese a seguir una estructura más o menos estandarizada, tampoco estoy obligado a extenderme demasiado si una película no lo requiere. Así pues, entrando en materia, os diré que me he decidido a escribir estas líneas porque –ya que había invertido parte de mi tiempo en ver The humanity bureau– no era cuestión de que mis impresiones sobre la cinta se perdiesen como lágrimas en la lluvia. Sin embargo, debo deciros que, si pudiéseis sobreponeros a la náusea y zambulliros en una alberca que sirviese como depósito de desagüe de pozos negros, bajo el puré séptico de heces y orina podríais encontrar la esencia de esta película. En resumen, no me ha gustado.
Dirigida por un tal Rob W. King, esta The humanity bureau es infumable, un montón de guano que no hay por donde cogerlo y que nos cuenta como –en un futuro distópico no muy lejano– un agente de la Oficina de Humanidad que se dedica a sacar de la sociedad a personas improductivas y recolocarlas en una especie de retiro llamado Nuevo Edén se huele la tostada de lo que está pasando en realidad –hay que decir que tarda más en darse cuenta que cualquier espectador– y decide pasarse al otro lado de la ley con un crío que cae mal desde el primer momento y que tiene algo en común con el personaje de Cage. El resultado, más que B, es de serie Z... y de la mala. Amiguitos, ya en el pasado os he hablado de actores que alternan su participación en películas con un buen nivel interpretativo o de espectáculo con subproductos alimenticios. Y no tengo nada que decir en contra –¿eh, Bruce Willis?–, todo el mundo tiene que comer. Pues bien, Nicolas Cage es de este perfil. Siempre me ha parecido un buenísimo actor y ha formado parte del reparto de estupendas y entretenidas películas. Sin embargo, nos tiene demasiado acostumbrados a involucrarse en proyectos infames como la cinta que hoy me ocupa. En fin, no me extenderé mucho más. Huid de ella como de la mierda. A ver si #211, el próximo estreno del primo de Sofia Coppola, resulta más interesante. No será difícil.
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