Con el convencimiento de que existen infinitas probabilidades de que no regrese a Japón –mi hija aún tiene una vida por delante pero en mi caso, después de tres visitas, no creo que vaya a volver nunca más– y estando obligado a dejar la habitación del hotel antes de las 11 de la mañana cuando nuestro vuelo está programado para las 22 horas, decidimos dedicar el día a aprovechar que la vida en ocasiones proporciona segundas e incluso terceras oportunidades. Así pues nos trasladamos a Tôkyô en Shinkansen –por cierto, que nos ofrece unas impagables vistas del Fuji-san que apenas pudimos atisbar bajo un mar de nubes desde el avión en nuestro vuelo de llegada– y dejamos nuestras maletas en la estación con la intención de pasar de nuevo unas horas en la capital, esa vez ligeros de peso al ni tan solo llevar nuestras mochilas, bajo un cielo primaveral.
Nos trasladamos de nuevo hasta Shibuya, en donde mi mujer y mi hija recorren algunos comercios de ropa y yo pongo remedio a la desazón que me quedó tras mi última visita a Disk Union (ver Día 4). Antes me paso por Tower Records para buscar vinilos. La decepción es absoluta. En heavy metal, las novedades están en cedé –formato que hace años que no compro– pero los vinilos, relegados a un rincón de la quinta planta, son reediciones en su mayoría de las que podemos conseguir en cualquier FNAC o por internet. Además, ni se trata de ediciones japonesas. Así que regreso a ese paraíso llamado Disk Union –apuntadlo, amigos– y descubro una cubeta en la que no había reparado aún, dedicada al metal nipón en la que encuentro unos vinilos que no estaban mezclados en las que ya llevaba días removiendo y escogiendo material. En total me llevaré de Tôkyô 11 vinilos por menos de 50 euros al cambio. Alucinante.
Otra de las segundas oportunidades que el día nos brinda es poder hacer la foto al perro Hachiko, que en la primera ocasión estaba acordonado a causa de una ceremonia en su honor y que pudimos ver un una segunda visita a Shibuya del todo deslucida por la lluvia.
Dejamos atrás Shibuya y ponemos rumbo a Shinjuku para dirigirnos a la zona de Kabukichô y poder hacer la ansiada foto del Godzilla del Gracery (ver Día 4).
Después de comer nos vamos hasta Tôkyô eki –a lo tonto, ya eran las 17 horas– y desde allí, con el Narita Express, hasta la terminal 2.
Punto final. En este momento ya estamos en Barcelona. Hemos volado 11 horas desde Tôkyô hasta Dubái, en donde hemos pasado casi cuatro horas en tránsito y luego hemos volado casi siete horas más. Esta vez he escuchado playlists de Iron Maiden y Black Sabbath y he visto los dos volúmenes de Kill Bill, La chica del tren y una cinta de abogados con Keanu Reeves titulada Toda la verdad. Llevo 37 horas sin pegar ojo y lo que me queda, porque ya es hora de comer y forzaré no hacer siesta para poder dormir toda la noche. Por suerte tengo fiesta mañana.
Eso ha sido todo, amiguitos. Espero que –como con ocasión de cada uno de mis viajes– os haya gustado el reportaje fotográfico y mis palabras os hayan podido ayudar para dar ideas de cara a una posible visita a, esta vez, el país del sol naciente. Sayônara.
Día 8
Tengo que reconocer que eres un artista y haces unas fotos cojonudas (o casi cojonudas, no sea que te lo creas demasiado).
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo mío. Intento que queden estéticas y paso tiempo buscando encuadres y composiciones. Eso me hace perder espontaneidad, pero a veces me sale una foto que pienso "coño, ha quedado chula". No son de profesional, pero para no tener formación, algunas me han quedado muy bien. Itero, muchas gracias.
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