Pues bueno, ya estamos aquí de nuevo –toma plural mayestático, que es el que me corresponde– a las puertas de un curso más, dispuestos a colaborar con el amigo Ángel. Así que, como decíamos ayer y abusando de la sobadísima introducción de Fray Luis de León, os voy a comentar un nuevo cedé de mi colección (triple rima, ¡jackpot!). Amigos, cuando Queen grabaron su primer elepé homónimo, la banda era una mezcla de hard rock y rock psicodélico aderezada por los geniales arreglos vocales de Freddie Mercury, músico del que –cuando escribo estas líneas– se han cumplido setenta años de su nacimiento y casi veinticinco de su defunción, aunque mucha gente crea erróneamente que cantó en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos del 92 junto a Montserrat Caballé. Cosas de la memoria, que en ocasiones nos hace recordar lo que queremos en lugar de la realidad. Total, que en ese primer álbum que os he mencionado, el grupo se vanagloriaba de sus principios musicales con una nota en los créditos que declaraba “nobody played synthesizer”. Esa premisa fue de obligado cumplimiento hasta los años 80, justo hasta la grabación de su octavo disco, un The Game que se convirtió en número uno en los Estados Unidos y el más vendido allí hasta la fecha. Así que –debieron pensar–, si sus seguidores no solo aceptaban el giro a la modernidad sino que lo premiaban haciéndoles aumentar sus ventas, era una estupidez seguir con una limitación autoimpuesta a principios de la década anterior. Esa debió ser la razón por la que May y Taylor dieron su brazo a torcer y dejaron que Mercury tomase las riendas de un proyecto que, en cuanto a dirección musical, es de lo más extremo que editaron los británicos. Por supuesto, ya que os debo la máxima sinceridad a la hora de hacer mis reseñas, os diré que se trata de un cedé que acabé comprando años después con voluntad completista porque me fastidiaba tener un vacío en la colección. Además de Freddie Mercury a las voces, sintetizadores y piano, Brian May a la guitarra y sintetizadores, Roger Taylor a la batería –poco trabajo tuvo el tipo– y el versátil John Deacon a los teclados, bajos, guitarras, sintetizadores e incluso batería, el álbum contó con varias colaboraciones entre las que sin duda destaca la de David Bowie a las voces y co-composición de la archiconocida Under pressure.
Editado en verano de 1982, la copia que poseo corresponde a la primera reedición en cedé de EMI de 1986 y mantiene la portada original de John Barr, Norm Ung y Steve Miller diseñada por Freddie Mercury. Grabado entre los Mountain sound y los Musicland studios por la banda y Reinhold Mack, el track list era: Staying power Dancer Back chat Body language Action this day Put out the fire Life is real (song for Lennon) Calling all girls Las palabras de amor (the words of love) Cool cat Under pressure
El inicio del álbum no puede ser más decepcionante –hablo desde mi experiencia– para el hardrockero medio seguidor de la banda, una Staying power con caja de ritmos en lugar de batería, un sintetizador haciendo de bajo y arreglos de metales. La cosa se mejora un poco con la siguiente Dancer, un híbrido de pop-rock bailable en el que, pese a los guitarrazos de May, seguimos encontrando ese sintetizador haciendo de bajo. Es una canción extraña, pero al menos no me provoca urticaria. Back chat es uno de los temas más conocidos del disco, pero que lejos de encajar en un escenario ante miles de rockeros emocionados, uno imagina sonando en la pista de Studio 54. Se trata de una composición del infravalorado John Deacon –el más coherente de la banda desde que a la muerte de Freddie decidiese retirarse antes que arrastrar el buen nombre de la Reina por el mundo–, que se hizo cargo de bajos, guitarras y sintetizadores. A estas alturas, o uno ha lanzado el cedé por la ventana o ya es capaz de encontrar pequeños aspectos positivos. Y eso que la siguiente Body language, interpretada por Mercury con un sintetizador y una caja de ritmos, es de todo menos hard rock. Por dios bendito ¿dónde están May y Taylor en este disco?, ¿qué tipo de apuesta infame perdieron estos tipos ante el desmedido Mercury para acabar dando luz verde a la grabación de Hot space? Action this day es un poco más rockera, aunque solo sea por el piano y esa caja de ritmos a un compás más rápido que los temas predecesores. Yo me imagino a un coro de acompañantes chasqueando los dedos siguiendo el ritmo y a Brian Ferry cantándola con sus Roxy Music. ¡Pero si hasta tiene un pequeño solo de saxo! Por fin llega May con las pilas puestas y nos regala algo de guitarreo con Put out the fire, un tema con el que recordar que no estamos escuchando un elepé en solitario de Mercury sino un álbum de Queen. La siguiente Life is real –tal y como aclara el subtítulo– está dedicada a John Lennon, y es otra de las típicas canciones con sonido Queen del disco. La verdad es que el eclecticismo de este Hot space ya permite que uno se espere cualquier cosa, así que encontrarnos con una Calling all girls –que a mi me recuerda a The Who, llamadme ignorante– no desentona en un álbum que o se odia o se ama (aunque, ahora que lo pienso, en lo que a mi respecta depende del día). Y entonces llega la que es mi gran favorita –quizás contra todo pronóstico– de este disco, Las palabras de amor. Ya en la recta final, Cool cat supone un bajón, un tema jazzy con Mercury cantando en falsete que sirve de preámbulo a la mítica Under pressure, guinda del cedé y mi preferida –junto a la antes mencionada– de un Hot space del que, pese a poder extraer aspectos positivos, no está precisamente entre mis favoritos de Queen.
Y así cierro una entrada que me sirve a modo de pequeño homenaje para un par de genios de la música y el espectáculo que ya no están entre nosotros, un David Robert Jones que nos ha dejado este año y el gran Farrokh Bulsara, a quien echamos de menos musicalmente desde hace ya –cómo pasa el puto tiempo– cinco lustros. Para ilustrar mis palabras os adjunto la grabación completa del álbum, así como los clips que de algunos de sus temas se rodaron.
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