Y como antes ya os he recordado que hoy se celebra el día de la Virgen de la Merced, viene a colación hablaros de una mercedaria ilustre, o sea, una religiosa que perteneció a la Orden Militar de Nuestra Señora de la Merced, fundada a principios del siglo XIII por Pedro Nolasco en Barcelona, lo que influyó en la devoción que de esa representación de la Virgen María se dio por estos pagos y que provocó hace más de cien años que el Ayuntamiento de Barcelona la convirtiese en patrona de la ciudad.
Así pues, buscando información sobre el tema –momentos de estupidez los tenéis todos, no me señaléis con el dedo– he dado con la figura de la madrileña María Navarro Romero, más conocida por su nombre religioso –algo así como el nombre artístico de los músicos o actores pero en el ámbito eclesiástico– de Beata Mariana de Jesús. Huérfana de madre desde muy pequeña, algo que cualquier pediatra os dirá que resulta traumático para una niña de corta edad, María decidió en la preadolescencia que su objetivo en la vida era convertirse en monja. Osbtinada en su determinación –lo que médicamente vendría a ser una obsesión enfermiza– hizo voto de virginidad y se lo contó a su padre. Por supuesto, ni este ni su segunda esposa lo entendieron. Además, resulta que ya habían concertado un matrimonio con un acaudalado joven de la alta sociedad de la época por lo que vieron como sus ansias de elevar su posición económica se iban al traste por las tonterías de la niña. Así que le dieron una somanta de palos y la enviaron a su habitación.
Entonces, María –con un cuadro de desórdenes psicológicos que nadie parecía advertir– se autolesionó para ahuyentar al pretendiente que, por supuesto, puso pies en polvorosa cuando observó el percal. Eso cabreó a su padre y su madrastra, que la convirtieron en una especie de Cenicienta puteada. Es entonces cuando, varios años más tarde, las crónicas cuentan que a los treinta y tres se le apareció Jesús y le colocó una corona de espinas –vamos, que de la obsesión pasamos a las lesiones autoinfligidas y de ahí a las alucinaciones–, lo que Maria tomó como la señal definitiva y escapó de su hogar para refugiarse en una celda de la ermita de Santa Bárbara. Para abreviar, os diré que la mujer se convirtió en monja terciaria de la orden de Nuestra Señora de la Merced, momento a partir del cual vivió aventuras como episodios de éxtasis en los que revivía la crucifixión de Cristo o mantenía largas conversaciones con la Virgen María. Vamos, el día a día de una esquizofrénica de manual.
Pero amiguitos, la acción de la historia transcurre a principios del siglo XVII, una época en la que todo eso se tomaba como tener línea directa con Dios, así que tales historias y las actividades sociales a las que María se dedicaba en favor de sus conciudadanos provocaron que muchos madrileños elevasen a ella sus rezos e incluso llegasen a declarar que, gracias a la intermediación de la religiosa ante la Virgen, se habían producido milagros, lo que desembocaría en su beatificación más de cien años después y en su designación como copatrona de Madrid junto a San Isidro, el labriego mozárabe que –al menos entre los foráneos a la capital de España– goza de mayor reconocimiento. Total, que un 17 de abril falleció la tal María –que ya había abandonado ese nombre tiempo atrás por el más acorde Mariana de Jesús– con casi sesenta años, después de una vida de trastornos mentales disfrazados de misticismo.
Y he aquí lo mejor de la historia. Cuenta la leyenda que, mientras estuvo su cadáver expuesto para que los madrileños le presentasen sus respetos –pensad que las clases más humildes la habían convertido en una especie de Beata del Pueblo a lo Belén Esteban–, el cuerpo despidió una extraña luz así como un aroma a rosas. Y cuando tres años después la desenterraron, resulta que su cuerpo seguía incorrupto y aún expelía una agradable fragancia. Total, que lo extraordinario es que dicen que en la actualidad su carne sigue igual de lozana y oliendo a Eau de Rochas. Podéis imaginar. En fin, piltrafillas, que esa es la historia de Marián de Yisas, de la que ya en pleno siglo XXI se ha abierto el proceso de canonización, es decir, su conversión a Santa. De momento, hoy ha hecho un milagro: un ateo como yo ha conocido su existencia y ha divulgado su historia en las redes sociales. No sé si comunicarlo al Vaticano, por si eso acelera los trámites.
Joder!!, me encantaría tener las experiencias alucinatorias de la beata en cuestión.
ResponderEliminarAbrazos,
JdG
Qué quieres que te diga, yo sigo prefiriendo que las voces que oigo en mi cabeza sean las de los músicos que escucho con los auriculares.
ResponderEliminar¿Y esto? jajaja (bueno, bueno, un blog abierto a cualquier tipo de cosa que salga al paso: cada vez se parece más a ZR: Zapatero Reloaded).
ResponderEliminarYa ves, igual te hablo de fotógrafos y pintores como de superstición y oscurantismo religioso.
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