jueves, 4 de agosto de 2016

München und Salzburg (Part I)


Como ya sabréis los habituales de este blog, el país europeo que más he visitado es Alemania. Que allí viva mi hermana con su marido y mis sobrinas es, sin duda, algo que ha influido en ello. Hasta allá he ido en coche o en avión y me he desplazado en tren o por carretera para visitar o residir en localidades como Köln, Düsseldorf, Münster, Hilden, Solingen, Berlin o Hamburg. Pues bien, este año decidimos pasar una semana de nuestras vacaciones estivales de nuevo en ese país, aunque no haya visitado a mi hermana porque por las mismas fechas también se había trasladado a otro lugar para pasar sus vacaciones. Total, que hace un par de días que he regresado con mi familia de una corta estancia en München y la próxima Salzburg, en Austria y debo deciros que –quizás porque esperaba poco de ambas ciudades– me lo he pasado muy bien y he disfrutado de mi estancia en ellas. Eso sí, el tiempo no ha acompañado. El clima muniqués de finales de julio ha sido una sucesión de días nubosos con intervalos de claros más o menos soleados, con llovizna diaria. En ese aspecto, lo de Salzburg fue peor porque en varios momentos, lo que en München eran lluvias débiles, ahí se tornaron verdaderas tormentas. Pero bueno, como ha habido momentos de todo, era cuestión de tomárselo con filosofía, llevar paraguas y disfrutar del momento. Así que cuando hacía calor, sudaba, cuando hacía bochorno, sudaba por culpa de la humedad y cuando llovía, me mojaba. Me he pasado en remojo la mayor parte del tiempo. Pero todo cuanto os estoy contando no os lo estaría diciendo si no fuese porque, como cada año desde hace ya unos cuantos, lo que sigue a mis vacaciones es el consabido, tedioso y prescindible –aunque siempre hay a quien le parece interesante, todo un detalle– reportaje fotográfico del viaje. Así pues, sin más demora, inicio hoy mi serie München und Salzburg que, sinceramente, espero que os guste. 


Y visitando Baviera, no os extrañará que inaugure la serie dedicando una entrada a la cerveza. Amiguitos, uno de los inventos más grandes de la humanidad está en Alemania y se llama Biergarten. La cosa en cuestión se trata de un mostrador dispensador de jarras y más jarras de cerveza, de medio o de litro, que uno va disfrutando en un recinto abierto en el que hay dispuestas mesas para compartir y donde –en muchas ocasiones, con música en vivo– se puede comer tanto lo que uno se traiga de otra parte como lo que también se acostumbra a vender en el mismo lugar, que va del básico Bretzel al típico codillo con bolas de patata o a las múltiples salchichas con sauerkraut o kartoffelsalat. Total, que durante mi estancia en München –en Salzburg ya bajé algo el ritmo– me puse hasta arriba de cerveza, dedicándome además a ir variando marcas en una especie de safari gastronómico. Debo admitir que, pese a encantarme la cerveza y tratarse de mi bebida preferida, no soy ningún entendido, limitándose mis conocimientos a que me gusta mucho más Estrella Damm que San Miguel, me encantan las Ambar aragonesas, Moritz o Negra Modelo y no me atraen demasiado ni Cruzcampo ni Heineken. Así que, dejando de lado mi práctica ignorancia sobre el tema –soy de los que se limita a beber y decidir si la experiencia ha sido de mi gusto o no– paso a comentaros mi viaje a Baviera en clave cervecera. 


Mi primer contacto con las marcas de la zona fue cuando pasé por delante de la fábrica de Löwenbräu, lo que me brindó la oportunidad de tomarme en el jardín del Löwenbräu Keller –al otro lado de la calle– una gran jarra de cerveza rubia, en su modalidad Original. A partir de ese momento, fueron cayendo litros y litros –algunos días repetí marca, era inevitable– de diversas cervezas, algunas de las cuales inmortalicé con vistas a dedicarles un espacio en el blog. Así pues, conocí a la muniquesa Paulaner Dunkel, tostada, como la Erdinger Dunkel. La primera toma su nombre de Francisco de Paula y la segunda de Erding, la localidad en la que se fabrica. En la mundialmente conocida Hofbräuhaus degusté su Hofbräu, otra de las típicas Weissbier bávaras –cervezas de trigo con una turbidez característica– aunque me opuse a comer ahí ya que, pese a que el lugar es bonito y típico, lo encontraba demasiado turístico. No muy lejos de ese local, me pedí una jarra de Ayinger que no conocía y que me gustó más que la Hofbräu


Siguiendo con nuevas marcas, es destacable la dorada Spaten, muy refrescante y recomendable, aunque repetí mucho más de su compañera de empresa, la Franziskaner Weissbier. Pero la que más consumí –dos litros en cada visita al Biergarten de Viktualienmarkt– fue la Augustiner Helles, una cerveza de un color dorado claro pero con una graduación a tener en cuenta que para siempre asociaré a la capital bávara. Aún así, la sorpresa me la llevé con otra desconocida para mi que me encantó, una tostada König Ludwig Dunkel de la que me hubiese gustado repetir otro día y no tuve ocasión. 


Y como ya os he dicho antes, en Salzburg le eché un poco el freno a la bebida, pero no me pude negar a beber varios litros de una estupenda Kaltenhausener Bernstein –con fábrica en Hallein–, la típica Stiegl y una Gösser que –al igual que la Wieninger– no me pareció nada especial pese a estar rica. En definitiva, las cervezas bávaras que he bebido estos días, superaron con creces a las austríacas en mi particular y alejada de todo conocimiento valoración. 
Y dado que había alquilado un coche y tenía que devolverlo en el aeropuerto de München, aún tuve ocasión de degustar una última marca, la fantástica Flieger Quell de Airbräu, la cervecería particular del aeropuerto –es el único en el mundo que puede decirlo– que puso el punto final con nota a mi viaje y a mis excesos alcohólicos. 
 

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