Piltrafillas, este fin de semana no me ha dejado demasiado tiempo para ver cine por lo que hoy sólo os recomendaré una película. Aún así, no creo que os defraude. Y es que la cinta de la que os quiero hablar es la más que notable ópera prima del mexicano Gabriel Ripstein –realizador que por fin ha superado el miedo a que le comparen con su padre–, esta 600 millas laureada en el Berlín Film Festival y en el Festival de Guadalajara. Coescrita por Ripstein y la también realizadora Issa López y protagonizada principalmente por el londinense Tim Roth y el mexicano Krystian Ferrer, la película –con diálogos en inglés y español, como ocurre en las tierras fronterizas– nos cuenta la rutina de Arnulfo, un joven de Sinaloa que con su amigo Carson se dedica al tráfico de armas entre Sierra Vista en Arizona y Agua Prieta en Sonora, a través de la frontera de Douglas. El chaval es un don nadie que intenta en vano ganarse la confianza y el respeto de sus jefes, hombres a las órdenes de su tío, para quien no es más que otro peón. Por otra parte, conocemos al veterano agente Harris de la ATF, agencia federal dependiente del Departamento de Justicia estadounidense que persigue el tráfico de alcohol y tabaco y previene infracciones derivadas del uso ilegal de armas y explosivos.
Frío y metódico, Harris conoce a todos los vendedores de armas del sur de los Estados Unidos, comerciantes que pese a los buenos modos y la educación en el trato, le detestan por representar la ley en un negocio que todos saben que, cuanto más ilegal sea el fin de la venta, más dinero se gana. Por casualidad, Harris da con Arnulfo y –quién sabe si por culpa de la rutina, el cansancio o a saber si siguiendo algún plan oculto– el agente se le acerca en medio de una recogida sin reparar en que el joven no está solo. El error casi acaba con la vida de Harris, pero Arnulfo decide secuestrarlo para conseguir el ansiado respeto de su tío. En ese momento comienza la parte más interesante de la cinta, un duelo interpretativo entre Roth y Ferrer en el que ambos rivalizan en naturalidad y credibilidad para poner en escena sus personajes. Amiguitos, 600 millas es un retrato gris, triste y descarnado de un negocio cruento y una realidad muy alejada del glamour con el que lo acostumbra a retratar Hollywood, la denuncia del desencanto de una juventud sin futuro que es utilizada por los narcotraficantes y de un sistema que se lucra con la muerte permitiendo que cualquier menor pueda entrar en una armería o adquirir munición en un supermercado pero que tenga que enseñar su dni si quiere comprar un paquete de Marlboro. Por otra parte, el final de la cinta es inesperado, de aquellos que impactan. No puedo hacer otra cosa que recomendaros su visión. Y no os perdáis los diálogos durante los créditos finales, durante los que descubriréis algo que aún os dejará más helados.
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