Octubre de 2011, unidades de la fuerza conjunta de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña atacaron Libia con el objetivo de derrocar a Muammar Al Gaddafi –tirano panarabista que tan pronto financiaba el terrorismo islámico como se convertía en aliado de occidente, lo que ocurrió en los años 90– cuando se convirtió en un problema para los intereses del “mundo libre”. Lo cierto es que, dejando a un lado las tropelías que el dictador pudiese cometer contra su pueblo o, directa o indirectamente, contra los gobiernos Europeos, no se puede obviar que una vez más –como ya pasó en Irak, por ejemplo– las alianzas que Estados Unidos hizo en un tiempo, se volvían en su contra con dramáticas consecuencias para sus fuerzas armadas y, sobre todo, para la población civil de los países afectados. Y es que la mano de hierro de Gaddafi no sólo aplastaba a sus detractores sino que mantenía cohesionado un país lleno de grupos armados comandados por líderes de diversas taifas. Con su muerte, reinó el caos. En ese escenario, la práctica totalidad de las embajadas fueron cerradas, aunque ese no fue el caso del complejo diplomático de Bengasi. A apenas un kilómetro y medio había una estación de la CIA. Su trabajo era localizar depósitos de armas para destruirlos y evitar que cayesen en manos de terroristas. La noche del 11 de septiembre de 2012, islamistas radicales atacaron el edificio asesinando al embajador John Christopher Stevens y tres personas más. Dirigida por Michael Bay y basada en el libro de Mitchell Zuckoff –profesor en la Boston University y antiguo reportero del Boston Globe– 13 hours: The secret soldiers of Benghazi es la historia de la operación de protección y resistencia que se puso en marcha para salvaguardar las vidas de los refugiados en la estación de la CIA, dirigida por un grupo de élite de ex-marines contratados por el Departamento de Estado, lo que se llama Global Response Staff, grupos de mercenarios –ahora se les denomina contratistas de seguridad– que actúan en todo el mundo a las órdenes de la CIA como brazo militar armado de alta cualificación.
Y después de más de dos horas y veinte minutos de película, debo deciros que 13 hours: The secret soldiers of Benghazi me ha parecido muy entretenida. Pese a algunas críticas que había podido leer y no dejaban nada bien el trabajo de Bay, la cinta tiene acción, persecuciones, tensión y cierto enfoque sentimentaloide del protagonista Jack Silva sintiendo remordimientos por estar alejado de su familia, perdiéndose trozos de la infancia de sus hijas y cuestionándose qué está haciendo en un país que no es el suyo mientras su esposa sufre la angustia de no saber qué será de él en unas semanas, como exponente de la incertidumbre de las familias que siguen con su día a día mientras maridos o padres exponen sus vidas a miles de kilómetros de distancia. Algo que me ha sorprendido es que en un país que glorifica a sus militares por encima incluso de sus políticos, la cinta da una nueva vuelta de tuerca y son esta vez mercenarios ex-militares los que parten la pana superando en valor a la CIA. No en vano, al final de la película, el jefe de estación de Bengasi le expresa a Jack el orgullo que le produce conocer a norteamericanos como él. En fin, un final azucarado de traca que se completa con los supervivientes del grupo paramilitar comentando que a todos los militares involucrados les darán medallas y a ellos, los verdaders héroes de la historia, simplemente los devolverán a casa. Se les olvida que su sueldo es muy superior al de los miembros del ejército y que en sus misiones no sólo trabajan para el Departamento de Estado sino que sirven también a grandes corporaciones que generan pingües beneficios a sus empresas, empresas que dedican parte de su presupuesto a publicidad. Y es que, llamadme descreído o paranoico, pero cada vez que veo películas de este tipo con estos finales tan ensalzadores del coraje de sus protagonistas no puedo dejar de recordar como a principios de los años 40, Hollywood recibía un montón de dinero del Pentágono para rodar decenas de historias en las que el protagonismo lo tuviese el valor en combate del ejército norteamericano con un claro objetivo propagandístico y captador de reclutas. Esa interacción, piltrafillas, nunca ha cesado y se mantiene en nuestros días. Pero que todo ello no os haga perder de vista el resultado de esta 13 hours: The secret soldiers of Benghazi que, repito, me ha parecido más que aceptable y muy distraída. Recomendada. Y luego juzgáis.
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