miércoles, 11 de mayo de 2016

KISS – Carnival of souls: The final sessions (1997)


Amigos míos, vaya por delante que soy un fan de estos neoyorquinos. Ya lo he dicho en varias ocasiones pero no me cansaré de repetir que la primera vez que entré en una tienda de discos y compré música lo hice para llevarme una cinta de Status Quo, una de Donna Summer, una de AC/DC y la del Rock and roll over de KISS. Desde ese instante decidí que mis gustos iban a ir por los derroteros del rock duro y que esos tipos de caras pintadas iban a formar parte de la banda sonora de mi vida. Como fan fui capaz incluso de comprarme el disco en solitario de Peter Criss –casi no lo he escuchado, también es cierto–, de digerir el giro al pop de la época de Vini Poncia, de disfrutar con el Music from the elder, de aceptar el abandono del maquillaje y el cambio al hard rock con Vincent, de amar el metal ochentero con Kulick y de tolerar la llegada de baladas pegajosas radiables. Pero todo en la vida tiene un límite, amigos y que una de tus bandas favoritas, paradigma de la fiesta, el sexo y la alegría de vivir –rock and roll all night and party every day– abrace el grunge y la oscuridad, bueno... eso es demasiado. Por eso ya os confieso que me compré este cedé por puro afán completista –por lo mismo que me compré el Thrashes, smashes & hits o el infame You Wanted The Best, You Got The Best!!– y porque era un álbum de KISS, pura y simplonamente. No os engañaré, se trata de una obra que fue odiada desde el primer momento en que la escuché, un sentimiento que duró por años. Sin embargo, no todos sus temas me parecieron malos desde el principio y poco a poco, con el tiempo, he sido capaz de sacarle algunos aspectos positivos al disco. 

El origen del desaguisado está en el dinero, o mejor dicho, en la desmesurada querencia por el mismo por parte los señores Simmons & Stanley. En verano de 1995 habían grabado el MTV Unplugged –ver reseña aquí– para lo cual habían invitado a sus antiguos colegas Criss y Frehley. Con posterioridad, Paul y Gene se metieron con Singer y Kulick en el estudio para dar forma al que tenía que ser su nuevo álbum, y requirieron los servicios de Toby Wright a la producción, un antiguo ingeniero de sonido que había participado en las sesiones del comercial Crazy nights junto a Ron Nevison y con los años se había convertido en un gurú del grunge. Ni él mismo se lo podía creer cuando se lo pidieron, pero Simmons estaba dispuesto a sonar “moderno”. Así que la banda se puso manos a la obra y grabó más de una veintena de canciones con Billy Corgan como referente. Increíble pero cierto. Y el más implicado fue Bruce Kulick. Co-compositor de casi la totalidad de los temas –el mismo Wright afirma que fue el único que desde el primer día siempre estuvo en el estudio–, que tocó casi todas las guitarras, el bajo en numerosos temas e incluso cantó en uno de ellos. Todo estaba preparado para que KISS sacaran al mercado su particular entrada en el grunge metal... hasta que el éxito del Unplugged –en otoño del ’96 sería certificado como Disco de Oro en los Estados Unidos– fue tal que hizo que a Mr. Klein se le marcasen los iris con el símbolo del dólar y decidiese meter en un cajón los másters del álbum con una única idea en mente, juntarse con sus antiguos compañeros de batalla y reverdecer viejos laureles en los que no tenía cabida un giro estilístico que les acercaba más al Jar of flies que al Destroyer. 


La verdad es que nunca se ha dicho abiertamente, pero estoy convencido de que las filtraciones del disco y las presiones que el grupo sufrió para editarlo partieron del propio Kulick, quien ya se veía fuera de KISS y no quería que su trabajo más completo fuese olvidado o fagocitado en algún álbum futuro. Y así es como en 1997 vio la luz con Mercury records, sin ilusión, ni promoción, este Carnival of souls: The final sessions. Con Paul Stanley a las voces y guitarra, Gene Simmons al bajo y guitarra, Eric Singer a la batería y coros y Bruce Kulick a las guitarras, bajo en seis de los doce temas y voz solista en el último, y una portada de William Hames sin atractivo ninguno (que digo yo que, ya que lo editaban, podían haberle puesto un poco más de ganas) fue la imagen que KISS nos ofrecieron para poner en las tiendas la siguiente selección de temas: 

Hate 
Rain 
Master & slave 
Childhood’s end 
I will be there 
Jungle 
In my head 
It never goes away 
Seduction of the innocent 
I confess 
In the mirror 
I walk alone 

Lo que primero nos encontramos es Hate y sus chirriantes primeras notas y luego el resto de lo que sería un tema a lo Alice in chains cantado por Gene y lleno de distorsión y sonido grueso. Sigue la misma tónica, aunque con la voz de Paul y una melodía vocal menos violenta que su predecesora, Rain. Claro que yo tengo debilidad por Stanley por lo que también es normal que sus canciones me parezcan más amables. El solo, sin tener ni un ápice de parecido con aquellos con los que Bruce me sorprendía en los ‘80, alegres, flashy y sexies, me gusta más que el de Hate. Master & slave es otro de los temas de Paul pero en su parte central tiene un arreglo vocal y melódico que recuerda a Staley y Cantrell. El solo es mucho más luminoso que los escuchados hasta este momento, quizás porque –tal y como cuenta Kulick– utilizó para grabarlo la ESP de sus tiempos del Crazy nights. Le sigue el corte que se convirtió a la primera escucha en mi preferido del álbum, un Childhood’s end interpretado por Simmons estupendamente, demostrando que el tipo sabe cantar incluso mejor que Paul cuando se lo propone, aunque la voz de su colega sea mucho más versátil. El solo de guitarra es alucinante e incluso encontramos un coro de apoyo, el Crossroads Boys Choir con dirección de Carole Keiser. I will be there es una balada con acústicas y Stanley a la voz, una pequeña delicia que quizás sea con la anterior lo más destacable del disco. Jungle, otro de los temas que Kulick co-escribió y donde tocó bajo y guitarras, es el más largo del disco con sus más de seis minutos y medio y llegó al número 8 en los radio charts estadounidenses convirtiéndose paradójicamente en la canción de KISS que mejor lugar consiguió nunca en los mismos, sacada del álbum peor valorado de la banda. Es un estupendo tema que, pese a ese toque Wright, es otro de mis favoritos del cedé. 


In my head es otro ejemplo de distorsión y experimentación que a mi me recuerda en algunos pasajes a Helmet, al menos en la parte instrumental, puesto que en el aspecto vocal Gene está más comedido. Casi sin darnos cuenta, nos metemos en la siguiente It never goes away, una canción arrastrada, con guitarras distorsionadas, saturadas y con reminiscencias a Alice in chains, cantada por Stanley en un registro al que nos tiene poco acostumbrados, con estribillo resultón y unos arreglos coloridos para los que Kulick utilizó una Rickenbacker de 12 cuerdas. Seduction of the innocent, con su solo de slide y su melodía de inspiración arábiga, nos muestra una manera de cantar de Gene que a mi me recuerda a ratos a lo que hizo en su álbum en solitario del ’78 y es –por decirlo eufemísticamente– un temilla simpático. I confess es otro de mis favoritos del cedé, con un Gene que canta estupendamente, arreglos de cuerda y un bajo omnipresente que caracterizan a un tema más cercano a una producción de Bob Ezrin que de Toby Wright, exceptuando los guitarrazos de Kulick. Casi agotando los temas llega In the mirror, una cancioncilla extraña a la que no le acabo de pillar el punto, y que sirve de casi prescindible preámbulo al broche final de Carnival of souls, que pone I walk alone con el gran Bruce Kulick en la guitarra, bajo y voces. Es la primera vez desde su fichaje oficial para el Asylum del ’85 que Bruce aparece cantando en un álbum de KISS, en una canción que de KISS no tiene nada –pese a los coros de Gene– y que me recuerda más a un Steve Vai hard rockero de principios de los 80 que al Bruce de Crazy nights o el Hot in the shade. Es el legado de despedida de un músico fantástico que, al contrario de lo que ocurrió con Eric Singer, no fue invitado a unirse a la banda de nuevo cuando Frehley y Criss fueron despedidos otra vez. Y es que, ya sea por mal comportamiento o enfermedad, no ha habido ni un guitarra solista que haya salido del grupo por la puerta grande. Toda una lástima. 

En fin, que si una cosa he sacado en claro a lo largo de estos años es que Carnival of souls: The final sessions no era tan malo. Extraño, sí, diferente, impactante... e incluso decepcionante en varios aspectos para los seguidores de KISS de siempre. Aún así, aunque nunca será de mis preferidos, ni mucho menos, con el tiempo lo he dejado de odiar. No le podemos negar su valía, que la tiene –enterrada en algunos recovecos del track list– y una cosa es innegable: es mucho más valiente y sincero que esa hipocresía del Psycho circus –por cierto, visto aquí–, que tenía un sonido más fiel a la historia de la banda pero era más falso que un billete de 3 euros. 


¡Feliz fin de semana! 
©KingPiltrafilla

Entrada publicada el pasado viernes en zeppelinrockon.com

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