High-Rise
Piltrafillas, mi última reseña de hoy es para la británica High-Rise. Dirigida por el fantástico Ben Wheatley, se trata de una adaptación de la novela homónima de J.G. Ballard a los 40 años exactos de su edición original. De Wheatley ya he comentado en este espacio sus estupendas Down terrace –aquí– o Kill list –aquí–, así como su participación en el experimento The ABCs of death en el que participó junto a 25 colegas y del que también me atreví a opinar. Protagonizada por un elenco en el que destacan Tom Loki Hiddleston, Sienna Miller y Jeremy Irons, nos cuenta la llegada y aclimatación del doctor Robert Laing a un inmenso edificio –una torre de 40 pisos que forma parte de un gigantesco proyecto urbanístico en las afueras de Londres– con cientos de apartamentos, gimnasio, supermercado, piscina y escuela repartidos por sus plantas, en las que se da una jerarquía social que se ha organizado según la altura de la vivienda de los inquilinos. Así que Robert va conociendo a ciertos vecinos, tanto de los pisos inferiores, como de los medios e incluso los superiores. Entre estos últimos destaca Anthony Royal –el detalle del apellido no es casual–, el excéntrico y millonario arquitecto que diseñó la torre y reside en un ático con jardín en el que hay árboles, una cabra e incluso un caballo. Su mujer, una antigua criada de campo que en la actualidad pretende reafirmar su posición en la alta sociedad gastando dinero a espuertas, está preparando una fiesta y Royal invita a Laing. Sin embargo, cuando se presenta, es el único con traje en lo que parece un baile de disfraces versallesco. Total, que le echan de la fiesta y se queda atrapado en el ascensor cuando la torre sufre un fallo de corriente que no tarda en restablecerse en las plantas superiores pero deja sin luz a los pisos del 1 al 20 durante horas.
Al día siguiente, Laing juega un partido de squash con Royal, muy crítico con los que él llama la vanguardia de los acomodados y le pide disculpas por el comportamiento de su esposa, a la que detesta. Claramente, el romanticismo del arquitecto al diseñar su proyecto no se ha correspondido con aquello en lo que se ha acabado convirtiendo, un espejo de la clasista sociedad británica, con esa división up & down tan marcada que se pone de manifiesto incluso cuando el encargado de mantenimiento del edificio acusa a las familias de abajo de sobregarcar la red con sus electrodomésticos y ser las culpables de dejar sin electricidad al edificio. Así, mientras Laing tiene relación con Royal –sólo con él, pues su entorno le detesta–, se integra cada vez más en las vidas de sus vecinos de clase media y baja, tomando parte de pequeñas revoluciones como la del cámara de televisión y el psiquiatra llevando a la piscina a todos los niños de una fiesta de cumpleaños, un detonante que será parte del inicio del fin para el frágil equilibrio de la torre. Poco a poco, la convivencia se irá degradando paralelamente al mismo edificio, escaseando el agua, la luz y los alimentos mientras sus habitantes se degradan física y moralmente, en medio de la violencia extrema, el caos más absoluto y la degeneración. Amiguitos, visualmente muy atractiva –con fotografía de Laurie Rose, habitual colaborador de Whitley que ya le acompañaba en todas las cintas que os he mencionado al principio, High-Rise es densa, excesiva, lenta, hipnótica, angustiosa... y difícil de digerir, quizás por lo fiel que el guión de Amy Jump ha sido al texto original, ya desde su impactante principio –no hago spoiler alguno porque así mismo comienzan las primeras líneas de la novela-, cuando un demacrado Laing se come al perro de Royal. En fin, piltrafillas, que con resaca después de intentar asimilar sus casi dos horas, lo cierto es que no sé si recomendárosla o no. Así están las cosas.
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