La primera entrada cinematográfica del domingo va para Ginchô wataridori, de Kazuhiko Yamaguchi, una producción de 1972 del estudio Tôei, que se había especializado en ninkyo eiga –películas de yakuza– y convencieron a la joven Meiko Kaji para que abandonase los estudios Nikkatsu cuando estos derivaron su producción al erotismo y el softcore del pinku eiga y el roman porn. La idea era iniciar una saga con Meiko de protagonista, pero los pobres resultados en taquilla tan solo propiciaron una secuela. Todo lo contrario que las películas que Meiko Kaji rodó para la misma compañía interpretando al personaje de Nami Sasori Matsushima, que le dio fama internacional –y de la que ya vimos una muestra en este blog– o las de Lady Snowblood que hizo para Tôhô, personaje que –según la misma actriz– inspiró a Tarantino para su Kill Bill. Esta Ginchô wataridori se inicia con Tome, una carterista charlatana que ingresa en prisión soltando bravuconadas hasta que le para los pies Nami, la errante, lo que sirve para que la protagonista –Meiko Kaji, con un nombre que conservará en la mencionada saga del Escorpión– se presente a la recén llegada y al espectador. Así da inicio esta Mariposa errante de Ginza, con una escena tan excesiva, inverosímil y en exceso teatralizada que no le hace justicia al resto de la cinta. Y es que, en mi opinión, para nada se trata de una producción fallida y en realidad resulta de lo más interesante, si acaso el guión es bastante flojito. Tras los créditos, Nami viaja hacia Tokyo en tren –donde tiene un encuentro poco agradable con un estafador de Ginza– y conocemos la historia de su liberación gracias a la buena voluntad de Saeko Yajima, la mujer que intercedió para que le redujesen su condena por asesinato. ¿Quién es esa desconocida?, eso es algo que se revelará durante la película.
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