Amiguitos, gran parte de este fin de semana lo he ocupado con diversas celebraciones familiares por lo que no he podido dedicarme demasiado a ver cine. Así pues, este domingo sólo os recomendaré una peliculilla. Se trata de la argentina El clan, un drama criminal basado en hechos reales que cuenta la historia de la familia Puccio y sus crímenes. Dirigida por Pablo Trapero, esta cinta que se ha convertido en la más vista de la historia del cine argentino, nos cuenta como al finalizar la guerra de las Malvinas, Arquímedes Puccio, un antiguo agente de los servicios de inteligencia del Proceso –eufemístico nombre con el que se denominó oficialmente a la cruenta dictadura militar que asoló Argentina entre los años 70 y principios de los 80– se dedicó a secuestrar a empresarios para elevar su posición social. En el negocio, conocido por la madre de familia y las hijas de esta, colaboraban Alejandro –el hijo mayor, estrella del equipo de rugby Atlético de San Isidro que llegó a jugar en la selección argentina– y su hermano Daniel, junto a un coronel retirado y unos amigos del patriarca relacionados con el aparato represor del Estado. Sólo Guillermo, otro hijo de Arquímedes, se desmarcó de la familia al enterarse de lo que hacía su padre. Un día se marchó de Argentina y nunca regresó.
El clan es una cinta turbadora en varios aspectos. Por un lado tenemos a ese oscuro padre de familia, furibundo anticomunista y parte de las cloacas más pútridas de la dictadura, a sus hijos colaboradores –ya fuese por convicción, avaricia o miedo– y al resto de la familia, que con excepción del mencionado Guillermo, sabían perfectamente de dónde salía el dinero que les permitía prosperar en ese momento delicado de la historia de su país y miraban hacia otra parte. Pero, por otro lado, está la vertiente política, esa sensación –aunque en realidad queda bastante claro en el desarrollo de la historia– de que las altas esferas del Gobierno de transición, antiguos compañeros o superiores de Arquímedes, pagaron con su silencio y el encubrimiento tácito de sus crímenes los servicios prestados a la patria. ¿O quizás es que Puccio simplemente siguió cumpliendo órdenes? De hecho, el verdadero Arquímedes siempre dijo que era inocente y es que creo que el mensaje que subyace bajo el argumento principal es que el tipo es un empleado, una de esas personas que durante la dictadura se pusieron a las órdenes del sistema para ser la mano ejecutora de la represión, psicópatas que fueron capaces de alienarse de tal manera que llevaban una vida familiar normal y corriente mientras asesinaban o torturaban como el que va a la oficina y hace fotocopias. Total, que sólo cuando el nuevo giro hacia la democracia que da Argentina se va afianzando y aquellos que quieren mantener su situación de privilegio en los círculos del poder se dan cuenta de que deben adaptarse a la situación, la caída del clan familiar está cantada. En fin, piltrafillas, una película estupenda que en la última edición de los Goya se llevó el premio a mejor película iberoamericana y en la que destaca por encima de todos en una interpretación inquietante el bonaerense Guillermo Francella, al que –por cierto– también vimos en otra cinta reseñada aquí y que también obtuvo en su día el mismo Goya. Y es que, como los habituales sabréis, en este blog he dedicado bastantes entradas al cine argentino.
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