Pues nada, pilrafillas, las Navidades ya son agua pasada. Y como cada año desde hace casi una quincena, las hemos pasado con mi suegra, cuñados y sobrinos en una masía. Los habituales ya sabéis que cada año por estas fechas nos juntamos de veinte a treinta personas –hasta en un castillo estuvimos en dos ocasiones– para comer, beber, disfrutar de la compañía, comer, beber, montar delirantes fiestas de karaoke o teatro, comer, beber y –ya que estamos– hacer alguna excursión por el entorno antes de volver a comer y beber hasta que llega el momento de separarnos de nuevo y de que cada oveja regrese a su corral. Este año ha tocado alojarse en la zona de Moià, lugar en el que se encuentran las Coves del Toll, un enclave en el que cuesta imaginar que en tiempos viviesen hipopótamos, leones y osos de las cavernas o neandertales, hasta que el homo sapiens desplazó a estos últimos. Total, que aquí tenéis unas cuantas instantáneas –las comprometedoras no las veréis publicadas– que sirven para ilustrar el bonito recuerdo de estas fiestas.
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