Y, como podíais imaginar, cierro las reseñas de este domingo con Café Flesh. Así es, piltrafillas, no me he podido resistir a cerrar el círculo en una tarde dedicada a Stephen Sayadian con esta película en la que encontramos sexo sin tapujos pero que pretende no ser una cinta pornográfica sin argumento sino una historia de estética rompedora y visualmente muy atractiva, con una historia trabajada detrás en la que las escenas de sexo se muestran explícitamente. Incluso podría haberse estrenado perfectamente sin escenas hardcore o cambiéndolas por softcore más digerible para los circuitos comerciales mainstream. Estrenada en 1982, la historia cuenta como, tras un holocausto nuclear, el 99% de los seres humanos ha perdido la capacidad de mantener relaciones sexuales. De hecho, un simple beso o el contacto de una caricia provoca en ellos unas náuseas insoportables. El resto, una minoría, siguen con sus facultades intactas en lo que al sexo se refiere. Así pues, la sociedad está separada en negativos y positivos, siendo estos últimos los protagonistas –en cabarets como el Café Flesh– de espectáculos en los que fornican ante los desesperados enfermos que pagan por ello. Nick y Lana –Paul McGibboney y una vieja conocida de las reseñas de este blog, Michelle Bauer– son una pareja de negativos que asisten al Café Flesh, pero que se cuestionan lo frustrante de la situación y añoran los tiempos en los que podían amarse sin problema.
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