Comienzo el día con Jean-Michel Basquiat, pintor norteamericano que nació en el seno de una acomodada aunque rota familia afincada en Brooklyn. De padre haitiano y madre puertorriqueña, a finales de los años 70 entró en contacto con las drogas, las bandas callejeras y la cultura del graffiti. Tras dejar el instituto poco antes de graduarse, vivió en las calles del Low Manhattan e incluso formó parte de un grupo musical. En la siguiente década, aparcada la música y mientras se alojaba en edificios abandonados o apartamentos de amigos, comenzó a dedicarse a la pintura alternando los graffiti con óleos que aunaban sus raíces africanas con el expresionismo abstracto. En 1986 viaja a Costa de Marfil, en donde expone parte de sus trabajos. Más tarde llegarían las citas con Hannover, París y su Nueva York natal. Desgraciadamente, sin haber llegado a la treintena, Basquiat fallece en 1988 por sobredosis de heroína y se convierte en un mito del arte neoyorquino del siglo XX.
Justo veinte años después, Lars Ulrich –batería de Metallica– se desprende de Untitled (Boxer), uno de los cuadros de su colección de arte –el penúltimo de los que acompaño–, en una subasta en Christie’s que le reporta 13.5 millones de dólares. Amigos, el heavy metal ya no es lo que era.
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