sábado, 8 de noviembre de 2014

#9N


Piltrafillas, aquellos que no quieran oír hablar más sobre la fecha de mañana, las aspiraciones soberanistas de una parte de la sociedad catalana o el clamor por la libertad de expresión que el gobierno central se empeña en coartar contra toda lógica política ya pueden dejar de leerme y esperar a que publique una nueva entrada dedicada a la pintura o la fotografía. 

Sin embargo, tengo ganas de plasmar por escrito parte de la ira, frustración y –por qué no decirlo- las dudas que asaltan mi ánimo en esta vigilia del 9 de noviembre. No es un tema fácil, al contrario, es tan complicado que se me hace muy difícil poner en orden todas las ideas que se agolpan en mi mente. Desde fuera de Catalunya quizás se vea con cierto hartazgo algo que, a quien no le provoca rechazo, le parece que le queda lejos. Pero no dudéis que el desgaste que para nosotros está suponiendo este proceso comienza a hacerse insoportable. Los que hubiesen querido que este paso no se hubiese dado nunca y los que desean formar parte de un nuevo Estado, todos quieren que este pulso acabe de una vez por todas. También me siento incapaz de escoger las palabras exactas para que mi mensaje sea comunicado de manera clara porque lo cierto es que creo que algunos conceptos son tan meridianos que aún no entiendo la razón por la que haya quien –supongo que desde el prejuicio o el simple desconocimiento que otorga la lejanía- se niegue a aceptarlos. Mariano, Soraya y María Dolores lo han hecho mal en tantos aspectos que el del trato al desafío independentista no tenía por qué ser menos. Si hay alguien que ha hecho en Catalunya mucho más que la propia Esquerra Republicana por el auge de las aspiraciones independentistas de buena parte de los catalanes, este ha sido el inútil e inepto de Mariano Rajoy –mucho más preocupado por tener bajo su mando un partido corrupto hasta el tuétano y por el avance de Podemos-, así como adláteres afines a su política como Paco Marhuenda y similares. Ni lo dudéis. 

Cuando se quiso convocar una consulta por primera vez –una consulta que nadie pretendía que fuese vinculante, una simple pregunta para conocer de manera fiel lo que los electores querían en lugar de fiarnos de la guerra de cifras que siempre se inicia después de una manifestación-, la intención de voto independentista rondaba el 35%. En la actualidad, después de prohibir una y otra vez cualquier tipo de propuesta, lo que el gobierno de España ha conseguido es que el independentismo rebase de largo el 40% y que internacionalmente –en mayor o menor grado- lo que algunos llaman “el problema catalán” haya ganado visibilidad. A mi me daba igual si todos los españoles –como al principio del proceso se decía- tenían que decidir si los catalanes querían o no seguir en España, un país cuyos dirigentes han demostrado en sobradas ocasiones con sus comentarios que no nos tienen aprecio alguno. Pues estupendo, si el que nos preguntasen a nosotros qué queríamos ser tenía que pasar por que se lo preguntasen también a un señor de Palencia o a una señora de Murcia, estupendo. Que hablase todo el mundo. Ya os digo que hubiesen habido sorpresas. Pero no, ni así. Siempre me ha atraído la idea de una Europa global, una especie de Estados Unidos europeos en los que cada país tuviese cierta autonomía pero con un gobierno central. Por eso, cuando algunos dicen que el separarse no es de este siglo, que Catalunya y España deben estar juntas y valorar lo que las une en lugar de lo que las separa, no puedo dejar de pensar qué pasaría si a esos patriotas de banderita les dijesen que a partir de ahora estarían en un país llamado Europa, con la capital en Bruselas y el inglés o el alemán como lengua vehicular. Ya veríamos entonces donde quedaba eso de sumar, compartir una historia común y tales mandangas. 

Nunca he sido independentista, algo que me ha metido en no pocas discusiones de sobremesa familiares. No tendría por qué contarlo, pero en este blog ya lo he comentado en otras ocasiones así que no veo la razón de ocultarlo ahora. Soy catalán, me siento catalán y el no identificarme con la cultura o forma de ser de otras comunidades no implica que desee separarme de ellas. También soy un europeo contento de ello y tengo poco que ver con un noruego. Sin embargo, hoy ya no sé qué es lo que siento. Estoy harto. Estoy indignado. Estoy hasta las pelotas de la petulancia, prepotencia y cerrazón de unos y de la insistencia cansina de los otros. Hace meses que decía que mañana no iba a ir a votar... porque en realidad no era una votación. Ahora ya me da igual. Lo de mañana ya no es ni referéndum, ni consulta, ni nada... es más una salida al campo a comernos una paella que otra cosa, pero hay que ir. Tenemos que salir a la calle y meter nuestras papeletas incluso si es en una caja de cartón del Mercadona. Da lo mismo si uno quiere separarse del resto de España, quiere seguir como hasta ahora o quiere enviar a la clase política a tomar por culo y que sean ellos los que se vayan a la mierda cogidos de la mano. Pero nadie puede llamarse demócrata y prohibir que exprese mi voluntad libremente. Y no os penséis que somos gilipollas –vamos, que algún valor tendremos cuando a tantos se les llena la boca de lo mucho que en teoría nos aman-, sabemos perfectamente que tras el domingo llegará el lunes y los catalanes seguiremos siendo españoles. Sin embargo, en las próximas elecciones ya no serán Durán y Mas los que dirijan al nuestro pueblo, serán Junqueras, Rovira, Bosch... y estos ya han dicho en repetidas ocasiones que cuando la respuesta es siempre un “no a lo que sea” y se cierran todas las puertas a la negociación la única solución es la declaración unilateral de independencia. ¿Y entonces qué pasará, nos enviarán a la Mecanizada Brunete en plena Europa del siglo XXI? Era muy fácil encarar todo esto con inteligencia –lo sé, ni somos el Quebec ni Escocia, pero los talantes políticos en ambos casos son un buen ejemplo del camino que se podía trazar-, pero el fallo estaba en no darse cuenta de que el imbécil que dirige el país carece de ella. 

En fin amiguitos, que después de no haber ido a una sola de las manifestaciónes de los últimos meses, mañana no pienso quedarme en casa. Y como yo ya son miles los que, sin ser independentistas, estamos cada vez menos seguros de lo que votaríamos si llegase el utópico caso de que nos lo preguntasen en las urnas. 

Ah, y siento la perorata, en breve más chicas con poca ropa en este blog.

2 comentarios:

  1. En mi pueblo también nos queremos independizar. Tenemos nuestras señas de identidad y todo eso y hemos pensado formar un país independiente. Ya veremos lo que pasa, porque ya se han creado grupúsculos internos con ideas algo retrógradas pues quieren independizarse, como barrios, del resto del pueblo. E incluso hay algún vecino que quiere independizarse él solo. Así que no sé cómo acabará todo esto. ¿Qué ha votado al final, jeje?

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  2. He votado contra esos hijos de puta corruptos e ineptos que se han atrevido a darme clases de democracia.
    A los que banalizan lo que siente una gran parte de la sociedad catalana, simplemente los ignoro.

    Por cierto, salga del armario Angelito (sin acritud)... apuesto a que el vecino separatista es usted ;)

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