martes, 18 de febrero de 2014

CAP.5


El día amaneció soleado. Era otro miércoles más o menos. Pablo caminaba con desgana, con la incertidumbre de quien se sabe en un asunto que le supera. En su andar, su pensamiento era libre y solo en esos momentos era capaz de enfrentarse a todo lo que había dado de si su vida, una vida que ni por asomo era de su agrado ni había respondido a las expectativas creadas en su adolescencia. Los recuerdos le asaltaban como fantasmas de su pasado. Y cuando se sentía muy turbado por ello, Pablo se nutría de Voll-Damm en vez de su Estrella habitual. 
Llegó un momento, por eso, en el que sus demonios internos aprendieron a nadar y no podía ahogarlos con ninguna bebida espirituosa. Un toque de atención recibió al respecto en la última revisión médica de su ahora ex empresa. 

Seguía con su caminar, con sus pensamientos y la imagen de Paula clavada en su memoria. Pablo como buen metalhead era muy sensible a la belleza femenina -esta pelirroja me lleva a la ruina- pensaba, pero por otro lado sus ansias de estar cerca de ella crecían a la par que sus propios miedos. Paula tenía una personalidad adictiva, su atractivo iba mucho más allá de su físico. Ella irradiaba atracción, su presencia te sumía en un estado de falsa paz. Paula a su vez era plenamente consciente de lo que despertaba en los hombres. Sus armas eran tan poderosas como eficaces.

Pablo llevaba consigo el último número del Popular 1 y una bolsa con chuscos de pan duro para sus amigos los patos, esos mismos palmípedos que habían sido testigos tantas veces de sus semblantes, de sus iras e incluso de sus lágrimas. Veía un justo tributo en el pan duro a cambio de vomitar todas sus miserias a los habitantes del estanque.

Antes de acudir a su particular sesión de dudosa higiene mental quiso hidratarse. La cerveza era prácticamente el único líquido que consumía, de hecho, no alcanzaba a recordar la última vez que bebió agua. Cerca de su destino había un bar de su confianza. Él era un hombre de bares, se sentía acogido que no querido en ellos. Sin embargo, era selectivo y frecuentaba sólo cantinas que le inspiraban confianza, o donde sentía empatía.

Encaró la entrada de "La oveja degollada" con la confianza de quien sabe que se adentra en terreno amigo.

-Mario -medio vociferó- para hacer notar su presencia.

El tal Mario le recibió sin lanzar cohetes, sólo un escueto gesto de bienvenida y un musitar su nombre.

-¿Lo de siempre Pablo?.
-Claro, lo de siempre y como siempre -dijo Pablo antes de asentarse en un taburete de la barra.

"La oveja degollada" era una especie de pub semi-inglés. Los días laborables acogían clientela de cercanía, y el fin de semana fauna británica ansiosa de fútbol. Pablo asió su jarra de cerveza y le dio un sorbo generoso, acto seguido cogió un puñado de esos kikos que tanto le gustaban y que le ponían de acompañamiento.



-¿Todo bien? -le pregunto Mario.
-Con una cerveza en la mano todo va bien, respondió Pablo dando a entender que no quería entrar en detalles.

-Hay mujeres que sí están realmente bien, dijo Mario a fin de crear un ambiente propicio para que Pablo le consumiese la máxima cantidad de cerveza posible.

-Ya lo puedes decir -exclamo Pablo mientras daba otro sorbo a su cerveza.

-Con disimulo, mujer de bandera a las seis en punto -le susurro Mario a fin que se girase con disimulo.

Pablo cogió unos kikos se los metió en la boca y se giró como aquel que no quiere la cosa. Los frutos secos amenazaron con ir a su traquea directamente ante el estupor que sintió al visionar a Paula en una mesa degustando un gintonic.

La chica estaba espléndida, aunque para ella era tan natural como el respirar. Un gesto con su mano basto para que Pablo abandonase su taburete, y con un paso tan inseguro como su propio ciclo vital, se dirigió a la mesa de Paula.

-Que casualidad !!! -exclamo Pablo con ademán de romper el hielo.
-¿Usted cree en las casualidades?.
Pablo sólo gesticuló.
-¿Me permite sentarme Paula?,
-Por supuesto que no. Preferiría pasear si no le importa, hace un día radiante.

Sin tiempo a respuesta alguna Paula se levantó, se dirigió a la barra y dejo un billete de 50 euros tan perfecto como sus dedos de pianista. Pablo ya no era Pablo, era la viva metáfora de un frágil velero a merced de ese mar inmenso, profundo y caprichoso que representaba Paula.

Mario, el camarero, cogió el billete y miro de reojo la escena, vivir para ver pensó para sus adentros.

Ya en la calle, Pablo arrojó en la primera papelera con la que se topó los chuscos de pan. Del Popular 1 se resistió a deshacerse.
-¿Ve ese automóvil ? -le refirió- y vio un Mercedes berlina clase C.
-Sí que lo veo, para no verlo -pensó.
-No está ahí por casualidad. Si usted da su conformidad nos llevará a un lugar.
-¿A qué lugar? -le refirió- de inmediato.

-Pablo, no se lo voy a decir y lo sabe. Pero que sepa que si accede ya no habrá camino de vuelta. 
Su vida paso por su mente en un instante, y después supo que jamás volvería a ser la misma.

El conductor de la Berlina tenía un semblante tan frío como una mañana de enero, el tráfico a esa hora era fluido. Tomaron la carretera de Vallvidrera en un trayecto rápido y limpio, donde nada se dijo cuando había tanto por decir.

La casa tenía 650 metros cuadrados, 5 plantas comunicadas por ascensor, escaleras interiores y exteriores un jardín de 1500 metros cuadrados y un porche de acceso por el cual entró la Berlina previo paso de dos enormes portones que se abrieron automáticamente. Había cámaras de seguridad por doquier. Pablo estaba en otra dimensión. Directamente se encaminaron hacia un pequeño pasillo que les condujo a un ascensor, Paula sólo rozó el indicador y les trasladó al momento a la tercera planta.
Lo que Pablo vio no entraba en sus esquemas, el lujo, la opulencia reinaban en toda la planta.

-Paula, es asombroso - dijo por decir algo.
-No me llamo Paula, mi nombre es Helga.
Pablo tomó conciencia que su viaje sin retorno era ya una realidad.
-¿Y ese señor quien es? -exclamó Pablo, señalando un enorme cuadro que presidía la sala principal de la planta.

-Un familiar mío -dijo ella esbozando una sonrisa-, fue un gran médico y antropólogo.
-¿Y era familiar suyo? -le requirió de nuevo.

-Sí, un familiar directo. El doctor Josef Mengele.

El Popular 1 que tenía en sus manos cayo al suelo. Pablo la miro, como se mira al deseo, al amor y a la muerte y entonces inspiró airé... y expiró amargura.



© Josep Harris

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