El otro día, mi hija fue con una amiga al estreno de Los juegos del hambre: en llamas y yo fui a buscarlas a la salida como buen padre de niña adolescente. Mientras esperaba a las puertas de la multisala me distraí mirando los traílers de las cintas que se proyectaban en el local y me encontré con Malavita. No tenía ni idea de qué trataba –además, donde yo estaba solo se podía ver la imagen sin sonido- pero las escenas que veía en la presentación y los nombres de Pfeiffer, Jones y De Niro auguraban una estupenda opción de futuro. Días más tarde, comencé a leer algunas críticas y la verdad es que a punto estuvieron de quitarme la ilusión por verla. Sin embargo, salvo en los casos en los que estas corroboran la impresión previa que yo tengo de una película, no acostumbro a fiarme demasiado de las críticas. Así que de todas formas este fin de semana me he programado Malavita, título original de la última cinta de Luc Besson, que ha mantenido este nombre en países como Francia o España y que en los Estados Unidos se retituló como The family. La historia que cuenta este film basado en una novela de Tonino Benacquista es el de Giovanni Manzoni y su familia, clan mafioso de Brooklyn que después de delatar al capo Don Luchese se ven obligados a entrar en el programa de protección de testigos del FBI y se establecen en un pueblecito de la Normandía francesa intentando –no siempre con éxito- encajar en la comunidad sin que su maneras dejen al descubierto sus verdaderas identidades. Pero mientras el agente Stansfield y sus hombres intentan proteger a los Manzoni, Giovanni se empeñará en escribir un libro, Maggie buscará refugio en la iglesia, Belle se enamorará de un maestro de matemáticas y Warren montará en el instituto una red mafiosa a la vez que Don Luchese, desde prisión, mueve los hilos para que un grupo de sicarios busque a la familia para eliminarla.
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