El amigo invisible

Por cierto -siguiendo con el tema de la reunión familiar que os comenté ayer-, debéis saber que cada año montamos –de hecho, lo fomentan mi mujer y mis cuñadas- una actividad lúdico-artística que pone a prueba mi sentido del ridículo: realizamos actuaciones musicales –desde mucho antes de que existiesen programas televisivos de este tipo- en las que, individualmente, en grupo o por parejas, hacemos playback de algún tema, caracterizados como los intérpretes originales. Sin ir más lejos, Al Bano, Raphael o Tom Jones han sido algunos de los que recuerdo haber imitado en las últimas ediciones. Sin embargo este año, como novedad, hemos tenido que representar anuncios de televisión y –aviso que no voy a mostraros imagen alguna, ya os lo podéis quitar de la cabeza- me ha tocado hacer de burbuja Freixenet. 

Total, ¿para qué os cuento esta historia que no interesa a nadie? Pues resulta que, además de lo que os he explicado, hay otra tradición familiar que llevamos a cabo en estas reuniones navideñas, que no es otra que organizar una gincana para recibir los regalos del Amigo Invisible, cuyo sorteo ya se realiza un mes antes con ocasión del cumpleaños de uno de mis sobrinos. La verdad es que no soy demasiado amante de este tipo de regalos de importe reducido que en el mejor de los casos te proporciona algo que regalar así mismo en algún compromiso –no sería la primera vez que el amigo invisible familiar me ha servido para el de la empresa del año siguiente o viceversa-, y que muchas veces acaba en algún cajón de casa. 

Pero este año no, este año me ha hecho gracia el regalito de marras, ni más ni menos que un par de cuadernillos de Roberto Alcázar y Pedrín y uno del Guerrero del Antifaz, ambos ejemplos imprescindibles de la historieta española de los años 40 que –en el caso de los números a los que me refiero- ya corresponden a ediciones de finales de los 60, lo que me hace especial ilusión porque precisamente uno de ellos es del glorioso 1967. En fin amiguitos, cosas mías.