Amiguitos, hay películas que a priori no parece que me vayan a hacer gracia alguna. Sin embargo, si hay dos cosas que me hacen arriesgar a la hora de escoger cintas a ciegas para su visionado y previsto disfrute son el haber sido seleccionadas para Sitges o para Sundance. The lifeguard es de las segundas. Pinta de independiente, un único cartel –señal de poco presupuesto para promoción-, protagonista de segundo orden –una Kristen Bell principalmente conocida por trabajos en televisión o películas como la comedia You again- y un argumento aparentemente poco relacionado con el gore, la acción, el sexo o la violencia hacían de esta obra con guión y realización de Liz W. Garcia una candidata al grupo de “películas que el King nunca verá”. Pero la he visto. La historia que se nos cuenta es la de Leigh, una chica inteligente a punto de cumplir 30 años, que trabaja para Associated Press pero a la que ni su estatus laboral satisface ni es sentimentalmente feliz. Así que la chica coge sus cosas y se planta en Ridgefield –su localidad natal, un anodino pueblo de Connecticut- esperando encontrar allí protección emocional.
Allí, Leigh conseguirá un trabajo basura como socorrista en una piscina y se reencontrará con sus amigos del instituto Mel y Todd emprendiendo una especie de retorno a la protección familiar y a la falta de responsabilidades que cambiará la vida de cuantos se relacionen con ella.
Y mientras finge comportarse como una adulta, Leigh comienza a mostrar signos de inmadurez que la llevan a eludir responsabilidades en un vano intento por regresar a la adolescencia, cuando esta no regresa nunca. Piltrafillas, la cinta finalmente –además de no ser ni gore, ni erótica, ni violenta, ni un thriller- tampoco ha sido una comedia o un drama romántico sino el triste retrato de una generación en la que a veces me incluyo y que comparo con los hámsters, esos animalillos que van dando vueltas en la rueda del interior de su jaula, corriendo siempre adelante sin ir a ningún lugar. The lifeguard hace reflexionar sobre la seguridad engañosa que el entorno, la rutina y los lazos sociales nos proporcionan, enredándonos con una tela invisible. Y aunque quizás nuestra vida no sea lo ideal que esperábamos -¿la de alguien lo es?- nos aferramos a lo conocido y no abandonamos la rueda en nuestra jaula. Leigh lo había hecho pero cobardemente, cuando ve que el resultado tampoco es lo feliz que imaginaba, intenta retroceder en el tiempo. Y es que cuando somos pequeños queremos crecer para ser libres de hacer aquello y lo otro. Sin embargo, la realidad es que los años conllevan obligaciones y restan libertad. Lo valiente es afrontar lo que viene y –si no nos gusta- intentar cambiarlo, pero nunca debemos echar la vista atrás. Total, que –sin ser tampoco una gran obra de arte, eso es obvio- The lifeguard es una interesante historia con sabor agridulce que hace pensar. Recomendada, pero ya os digo que –tras la introspección- necesitaba algo que me alegrase el día.
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