domingo, 7 de octubre de 2012

Death Spa (1988)


Piltrafillas, inauguro mis entradas cinematográficas de hoy con Death Spa –también conocida como Witch Bitch-, una cinta de finales de los 80 con apariencia de filme de terror de serie B que nos cuenta como en un centro de salud de alto standing propiedad de un tal Michael Evans, equipado con diversos servicios como gimnasio, sala de baile, sauna y cafetería, ocurren extraños sucesos que llevan incluso a la muerte de algunos clientes por lo que tanto la policía de Los Angeles como un especialista en actividades paranormales contratado por Michael inician una investigación que acabará mal para casi todos. Amiguitos, debo advertiros. Soy el primero que acostumbra a disfrutar de basura de serie Z o lo que le sigue, pero con aspectos que hagan especial a la cinta, ya sea por su gore extremo, su guión bizarro o la presencia del siempre bienvenido erotismo de mayor o menor nivel y calidad estética. Pero esta Death Spa no tiene nada de todo eso. El gore se limita aquí a tres o cuatro escenas que dan pena o risa en lugar de asco, el sexo no pasa del par de típicas escenas en duchas llenas de vapor y el guión es de lo menos original y más previsible que podemos tirarnos a la cara. 


Además de abusar de las imágenes en semioscuridad –algo que odio-, la puesta en escena es cutre y casposa. Y no hablo de las pintas ochenteras de los clientes del gimnasio –esos calentadores y mallas de colorines, por Dios-, sino de esas pantallas de ordenador y de vigilancia de la sala de control, tan obsoletas que provocan hilaridad nerviosa, las interpretaciones patéticas del impagable elenco artístico y los efectos de maquillaje de baratillo con los que el realizador Michael Fischa nos deleita. Y la historia... bueno, la historia es genial, ya veréis, no va de asesinos psicópatas sino –a lo mejor desvelo demasiado- de fantasmas. En fin piltrafillas, una obra a la altura del guano, para completistas muy frikis del género serie Z con ganas de reírse hasta de su sombra viendo una película que parecía una cosa y –al menos en mi opinión- ha resultado ser una bien distinta.

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