Santiago y Montserrat formaban un matrimonio clásico como cualquier otro, de esos que llevan años aparentando ser felices ante sus vecinos y familiares pero que esconden rutina, sumisión y una alarmante falta de ilusiones y felicidad. Y es que Montserrat –quien hacía años que había tomado conciencia de que no estaba enamorada de Santiago- comenzaba a sentirse hastiada de guardar las apariencias sacrificando su identidad como mujer y sus anhelos como persona. Así pues, un día se armó de valor y tomó la decisión de dar un paso que sabía que no iba a traerle más que problemas, aunque se mostró determinada a ello en aras a mantener su dignidad. Ese día le preparó a Santiago su comida preferida y, a los postres, le explicó que –después de todos esos años siéndole fiel intentando agradarle y satisfacerle- no se sentía amada por él. Santiago podía haber reaccionado con pesadumbre o tristeza, como un hombre herido que veía como la mujer a la que amaba estaba a punto de abandonarle. Montserrat había imaginado que quizás su marido le suplicaría con lágrimas en los ojos que no le abandonase, que la necesitaba como el aire que respiraba y que estaba dispuesto a cambiar sus hábitos o a pedir incluso ayuda profesional a uno de esos orientadores de parejas, todo para salvar su matrimonio. Montserrat, de hecho, estaba dispuesta a intentarlo junto a él. Sin embargo, Santiago guardó silencio y acabó la crema que su esposa le había preparado. Luego, sin mirarla, se levantó y se dirigió al sofá con el semblante serio. Entonces, con infinito desprecio, mientras cambiaba de canal para ver el resumen de los deportes, le dijo a Montserrat que si se le ocurría pedir el divorcio le partiría la cara y lucharía para convertirla en una desgraciada. Entonces Montserrat se dio cuenta por primera vez en muchos años de que Santiago no la había querido nunca, que ella sólo había sido un trofeo, una cara y un cuerpo bonitos para pasear y mostrar en cenas de empresa ante las esposas feas y desgarbadas de sus compañeros o la sumisa amante con la que dar envidia a Patxi, cuya díscola mujer le llevaba por el camino de la amargura. Así fue como Montserrat tomó la determinación de hacer las maletas y abandonar a Santiago. Qué tonta había sido todo este tiempo, creyendo que su esposo la amaba, intentando autoconvencerse de que su angustia era producto de su carácter. Ahora ya sabía que su matrimonio era insalvable porque, sencillamente, no había nada que salvar. Por supuesto no iba a ser fácil emprender el camino que había escogido. Ni su familia, ni sus amigos, ni las vecinas entendían su postura. “Nunca te ha faltado de nada” le decían, “te vestía y alimentaba” le decían, “te hacía regalos” le decían... y ella pensaba que nunca le había dicho que la quería, nunca le había preguntado lo que sentía, nunca se había fijado en que ella era la otra mitad de la pareja y también tenía sentimientos.
Y en ese punto estamos ahora. Santiago, más enfadado que de costumbre, sigue con su rutina y ha acentuado la brecha sentimental que le separa de su mujer aunque comparten un mismo techo. Mientras, Montserrat pasa las tardes mirando por la ventana con semblante lánguido, con la vista clavada en un horizonte lleno de incertidumbre pero conocedora de que no hay marcha atrás, convencida de que un día de estos, cuando Santiago regrese de la oficina, no la encontrará ya en casa. ¿Quién podrá culparla entonces?
Espero que no sea nada autobiográfico ;)
ResponderEliminarBueno, si se fija, el tag dice política. Espero que lo haya pillado.
ResponderEliminarQuizás sea por ser quién soy, por estar donde estoy, por ser ferviente enamorado del amor o por pertenecía y lazos expuestos tiempo ha, que nada opino en contra.
ResponderEliminarMuéstrabame inclinado a manifestar a Santiago que en su matrimonio es un simple rehén de la costumbre, de arcanas concepciones haciendo aguas, que su dueña nada quiere de él que no sea consagración exclusiva –con aviesas intenciones-, que tal hecho le ha alejado de la familia, de los amigos… tanta dedicación devota se ha vuelto del revés y como un calcetín mal puesto, ahora molesta, por eso le conminaba a abandonar a aquella quién no le ama a su suerte, que de seguro todo iría mejor sin la pertinaz rémora, hasta…
Hasta que conocí en verdad a Montserrat, embargándome el alma. Me acerqué con el resquemor del amigo que siente como su colega sufre por esa pérfida de ojos mediterráneos y cabello ensortijado. Muéstrome entonces mi error en la creencia del claro y el oscuro, adivinando toda una maraña de claros, oscuros y diversas secuencias de color hasta entonces desconocidas a mi ojo.
Secuéstrame un deseo y es de paz y ventura para ambos, pero nada puedo hacer que no sea coadyuvar a estallar la chispa del amor como hijo de ambos que soy.
Muérome de ganas de vivir en un mundo sin inventos nacionales, sin religiones ni excusas mentales o históricas, pero es lo que toca.
A su comentario sólo le falta de banda sonora el Imagine de Lennon. Con lo bonito que sería vivir en armonía. Sin embargo, está en mano del gigante Goliath/Santiago y no en la de David/Montserrat. Cuando se cede en esta desigualdad de condiciones no es acuerdo, es sumisión. Pobre Montserrat.
ResponderEliminarYou, you may say
ResponderEliminarI'm a dreamer, but I'm not the only one
I hope some day you'll join us
And the world will be as one
Si ceder es entendido por ud. como sumisión nada tiene solución.
Le venía venir. Pero no sea demagogo, amigo mío.
ResponderEliminarEn igualdad de condiciones se cede lo que haga falta, quid pro quo, pero aquí hay un total sometimiento desde una postura de fuerza que es obvia, evidente, obscena y que no se ve-o no se quiere entender- desde lugares alejados del problema.
No hablo por usted ni por un buen número de españoles, al igual que ni yo ni mis políticos son CATALUNYA, sino una parte.
Tampoco era independentista, aunque ahora ya no sé muy bien lo que soy. Sin embargo una cosa está clara, no hay amor, hay posesión, el "mía o de nadie".
Y si eso se critica y aborrece en las relaciones humanas, es hipócrita defenderlo en las relaciones politico-sociales ¿no?
O sea, que era autobiográfico ;)
ResponderEliminarNo, yo tan sólo soy el cronista. Espero que les vaya bien. ;)
ResponderEliminarSoy consciente de la influencia que tiene el ambiente en ambos lados y le aseguro que aquí marca tela marinera.
ResponderEliminarMantener la sensatez es primordial.
“Ser aquello que uno cree ser recibe este instante como la oportunidad de mostrar su autentico pensamiento”. Tronken
Un saludo amigo mío.