Los que me conocen saben que no soy aficionado a las reuniones sociales, sobre todo si estas incluyen baile y niños correteando con bengalas, cohetes y petardos. Pero, un año más, mi esposa ha organizado la verbena de San Juan del barrio por lo que –obligado por las circunstancias- esta noche debo bajar a la calle a cenar con los vecinos mientras un DJ nos ameniza –me tortura- la velada.
Una noche redonda, vamos. Eso sí, tan pronto como empiece el sorteo de regalos de la tómbola y el baile popular –hay cosas por las que uno no tiene por qué pasar- yo me vuelvo a casa a prepararme unos mojitos en la soledad del hogar mientras el olor de la pólvora se cuela por las ventanas.
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