sábado, 26 de mayo de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimonoveno (II)


2

Christine se encontraba inmersa en la preparación de su cena, una simple sepia a la plancha acompañada de cuatro langostinos. Bebía una copa de chardonnay y se sentía cansada. No esperaba visita a esas horas, por lo que el súbito sonido del timbre de la puerta la turbó sobremanera. Apartó la plancha del fogón, lavó sus manos tiznadas de harina y se dirigió con desgana hacia el recibidor. Echó una ojeada a través de la mirilla con lente de ojo de pez, pero no fue capaz de reconocer a la figura que permanecía inmóvil al otro lado. Sin embargo, algo dentro de ella la obligó a abrir. Su visitante era una joven de extraña belleza. Aun llevando en su ojo derecho un no muy estético parche, Christine la consideró sumamente atractiva.

- Buenas noches, ¿ a qué debo su visita ? -preguntó con una sonrisa hipócrita cruzándole la cara.
Lilith no contestó. Se limitó a entrar en el domicilio y, después de cerrar la puerta tras ella, levantó a Christine por el cuello con la misma facilidad y ausencia de esfuerzo con que se levanta una hoja de papel, para golpear después la pared con su cabeza hasta hacerle perder el conocimiento.

Cuando recobró el sentido, Christine se encontró completamente desnuda en la soledad de su habitación insonorizada. La habían sentado en una silla, con las piernas atadas a las patas delanteras y los brazos fuertemente sujetos por detrás del respaldo. Nerviosa y asustada, vio que a sus pies había una manguera enrollada aun, de esas típicas de jardín, confeccionadas en material plástico coloreado. En realidad, como más tarde advirtió, lo que veía era el final de la manguera. El otro extremo se perdía en la oscuridad del pasillo, al otro lado de la puerta entreabierta de la estancia. Expectante, se mantuvo en un silencio tenso, ralentizando incluso su respiración, para hacer el mínimo ruido posible e intentar captar algún sonido que le indicase si había alguien más en su hogar o si, por el contrario, aquella enigmática joven había desaparecido ya.

Pero entonces oyó algo. Al principio fue un silbido leve. Luego, el sonido se convirtió en un gorjeo más cercano. Sorprendida, notó que provenía de la manguera, de cuya boca comenzó a brotar un hilillo de agua. No había reaccionado aun cuando la puerta se abrió.
- ¿ Usted ? -gritó mientras intentaba zafarse en vano de sus ataduras-. Suélteme, ¿ quien se ha creído... ?

Christine no finalizó la pregunta. Lilith, sin mediar palabra, agarró el extremo de la manguera y lo introdujo con sumo cuidado en el interior de la cavidad bucal de su presa, porque eso era Christine ahora, una presa que se resistía meneando la cabeza. Pero no le sirvió de nada. Al principio pensaba que se ahogaba, pero poco a poco pudo advertir que podía respirar por la nariz. Con el tubo bien sujeto y la boca recién sellada por cinta adhesiva, Christine no tenía manera de expulsar el líquido que estaba obligada a tragar.

- No te vayas -le dijo Lilith con sorna-, ahora vuelvo.

Christine, aterrorizada, vio como su torturadora desaparecía por el pasillo y comenzó a sudar de puro miedo por cada poro de su piel. Las lágrimas no tardaron en surcar sus pómulos enrojecidos mientras seguía engullendo agua.



Una hora y media después, la piel de Christine había adquirido una tonalidad azulada y su vientre se había hinchado ostensiblemente. No podía controlar sus esfínteres y notaba como de su vejiga escapaba la orina a intervalos cada vez más frecuentes. Súbitamente, el agua dejó de manar. Christine imaginó, algo aliviada, que el suplicio había tocado a su fin.
Pero la presencia de Lilith, de nuevo en la habitación, le indicó lo equivocada que estaba. Presa del pánico, observó con los ojos desorbitados como Lilith rebuscaba en uno de los cajones de material quirúrgico y se mostraba especialmente interesada en una aguja de suturar, curvada como un anzuelo y afilada como un aguijón. Lilith aseguró a su extremo el hilo de sutura de mayor calibre que pudo encontrar y se acercó a su víctima.

- ¿ Tienes sed preciosa ? -le preguntó antes de agacharse y dibujar con la lengua invisibles círculos de saliva alrededor del pezón izquierdo de Christine. Cuando consiguió endurecerlo, ensartó la aguja en la temblorosa y sonrosada prominencia y le dio varios puntos. Luego repitió la acción en el otro pecho con una nueva aguja. Arrancó la cinta de la boca de Christine y le extrajo la manguera del cuello. Christine estaba a punto de toser cuando Lilith besó sus hinchados y macilentos labios antes de cercenárselos de un mordisco. El alarido que profirió la farmacéutica fue casi inhumano, pero la habitación estaba perfectamente insonorizada, ella misma se había ocupado de ello, por lo que nadie pudo escucharlo. No se había apagado aun el eco de aquel grito de dolor, cuando Lilith tiró con fuerza de los extremos de los hilos de sutura desgarrándole a Christine los pezones.

Christine, víctima de una fuerte conmoción nerviosa, se veía incapaz de emitir sonido alguno. De su boca, abierta ahora en una patética mueca, no salían más que babas y sangre. Ésta, que manaba incesantemente de sus encías, le caía sobre el mentón, se mezclaba con la de sus pechos destrozados y resbalaba por su vientre antes de caer a sus pies en un enorme charco de agua y orina.

Entonces Lilith se arrodilló y le agarró ambos tobillos, apretando con fuerza hasta que el hueso se astilló bajo sus dedos. Luego se incorporó y le arreó a Christine un fuerte bofetón. No quería que se desmayase de dolor, al menos no aún. Lilith se dirigió hacia la mesa de operaciones y de otro cajón extrajo la Polaroid. Tomó varias instantáneas y las arrojó al suelo de la habitación mientras se levantaba la falda y le mostraba a Christine el pubis. Por último, viendo que su presa no iba a durar mucho, asió su cabeza con ambas manos y, con un movimiento seco, la giró hacia atrás. Christine, la asesina de criaturas, escuchó antes de desvanecerse para siempre el chasquido de sus vértebras cervicales separándose las unas de las otras y reventando en mil minúsculos fragmentos que se ensartaron en su espina dorsal provocándole la muerte.

3

Pierre jadeaba mientras subía de dos en dos las escaleras hacia el tercer piso. La visita a Versailles con sus amigos había ayudado a mitigar en parte la angustia que sentía, pero no había saciado su curiosidad. Después de la cena en el Kentucky Fried Chicken y del trayecto de regreso en ferrocarril, se había despedido de sus compañeros y había tomado la determinación de arrancarle a Lilith una explicación convincente de lo acaecido los últimos días.

Cuando llegó exhausto al tercer piso, llamó a la puerta con los nudillos. Nadie contestó. Sabía que Lilith dejaba la llave debajo del felpudo, así que la utilizó para entrar. En la vivienda, fría como siempre, reinaban el silencio y la oscuridad. Como en otras ocasiones, Pierre tuvo la impresión de que aquel lugar estaba deshabitado. Luego, se sentó en el sofá del comedor y se dispuso a esperar el tiempo que fuese necesario.

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