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Cuando la noche extendió su oscuro y frío manto sobre las montañas, Gemma y Shinichiro se dirigieron hacia el coche. Estaban más tranquilos y relajados que horas antes, pero también cansados. El día, en especial para Gemma, no había sido todo lo dichoso que en un principio cabía esperar. Pero, ¿ qué podía hacerse ya ?.
Con el maletín de dinero a salvo dentro del portaequipajes, el Nissan enfiló el camino de regreso a Sant Blai y, en concreto, hacia el hotel en el que Gemma tenía contratada una habitación. Mientras descendían por el camino de montaña a gran velocidad, patinando peligrosamente en las curvas y levantando tras ellos una densa nube de polvo, Shinichiro conectó la radio accidentalmente. El azar quiso que, en ese instante, el nombre de Alejandro Romero saliese de los altavoces. Cuando Shinichiro lo oyó, hundió el pie en el freno. El vehículo derrapó y fue a dar contra un cañizal que brotaba en los márgenes de un barranco. No se despeñaron de milagro.
- ¿ Qué pasa ? -preguntó Gemma asustada y recién sacada de su sopor.
- Calla -ordenó Shinichiro mientras giraba el dial para elevar el volumen de la emisión.
Un periodista estaba explicando la reciente detención del conocido empresario y traficante, y el desmantelamiento que su red delictiva estaba sufriendo en diversos puntos de Cataluña y del resto del Estado. Mientras la crónica continuaba, las conexiones neuronales de Shinichiro trabajaban a una velocidad vertiginosa.
- ¿ Quien es ese Romero ? -Gemma estaba desconcertada.
- Un enviado del cielo -contestó Shinichiro, y acto seguido giró el volante para, tras retirar el vehículo del borde del precipicio, acelerar en dirección a la mansión de los Olausson.
- ¿ De verdad estás dispuesta a iniciar una nueva vida ?-preguntó. Sus ojos parecían los de un visionario y Gemma le dedicó una mirada inquisidora y confusa.
- Sí, claro que sí, pero me estás asustando.
Shinichiro, sin levantar el pie del pedal y con los ojos teñidos de una especial excitación, esperó unos segundos antes de formular una nueva pregunta, la pregunta con mayúsculas. La pregunta del millón.
- ¿ Quieres hacerlo a mi lado ?
- ¿ Qué ?
-
¿ Que si quieres compartir tu vida conmigo, casarte, tener niños ?
Gemma, aturdida, desvió su mirada hacia el exterior. Shinichiro se dio cuenta.
- Vaya tontería acabo de decir, ¿ eh ? -dijo rápidamente-. Perdona que te lo haya preguntado, no me he dado cuenta de que hoy no es el mejor día.
-
Además -pensó-, ¿ como podría fijarse en mí una mujer tan preciosa como ella ?
Él, sin embargo, ya se había enamorado perdidamente de Gemma.
Shinichiro llegó hasta donde había tenido el vehículo aparcado, pero continuó en coche a través del bosque hasta llegar a la explanada en la que, aquella misma mañana, Gemma y Philippe habían proyectado pasar un día memorable. Cuando el Nissan se detuvo junto a los restos desvencijados del pequeño Renault, Shinichiro saltó del coche y desapareció en la oscuridad mientras Gemma continuaba al abrigo del automóvil, cavilando, dándole vueltas a la pesadilla en que se había convertido aquel día.
Shinichiro, alumbrado por la tenue luz de la luna, pasó junto a la mansión, se internó en el bosque de detrás de ésta y llegó a la cabaña. Cogió la carpeta de documentos del armario y extrajo un documento de identidad a nombre de Francisco Heredia. Salió de nuevo. Recordaba haber visto una lata de gasolina en el cobertizo, por lo que se dirigió hacia la parte trasera. Respiraba con dificultad.
Cuando, casi media hora después de haber dejado sola a Gemma, Shinichiro apareció sudando ante el haz de los faros del Nissan, llevaba sobre los hombros al cuerpo sin vida de Francisco y portaba la lata de combustible en su mano derecha. Colocó el cadáver al volante del Renault. Luego, se dirigió al Nissan y extrajo el mechero del coche después de esperar que se calentase la resistencia. Lo acercó a su pasaporte y, cuando lo único reconocible de éste fueron su nombre y el de su país de expedición, lo apagó y lo lanzó a pocos metros del vehículo. Entonces vació el contenido de la lata sobre el cuerpo de Francisco y prendió fuego a sus restos. Gemma asistía a la escena desde el coche sin imaginar la razón de todo aquello. Era como si estuviese viendo una película.
Shinichiro guardó el bidón vacío en el portaequipajes del Nissan y se sentó al volante. La titilante luz de las llamas arrojaba destellos anaranjados al interior del habitáculo. Shinichiro cerró la puerta.
- Ahora -le dijo solemnemente a Gemma sin poder evitar un atisbo de melancolía-, Higuchi Shinichiro está ardiendo y Francisco Heredia ha vuelto milagrosamente a la vida curado de su deficiencia mental.
Gemma acarició las mejillas de Shinichiro, húmedas y calientes.
- Mi respuesta es sí -dijo sonriendo, y besó delicadamente el hombro de Shinichiro a la vez que los neumáticos chirriaban sobre la gravilla y asustaban a unos grillos que, por unos segundos, dejaron de emitir su característico canto.
- Pero, por el amor de Dios -añadió enroscándose en su brazo-, no corras. Ah, y quita las noticias. Lo que a partir de ahora ocurra en el mundo no debe afectarnos en nuestra búsqueda de la felicidad.
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