martes, 3 de abril de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimosexto (II)



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Mientras tanto, Pierre seguía de cerca a la joven desconocida. Al principio no tenía ningún interés de contactar con ella, solo deseaba saber hacia donde se dirigía. Ella tampoco había cruzado con él palabra o gesto alguno. Se había limitado, eso sí, a mirarlo fijamente. Pierre estaba convencido de que aquella mujer le había escogido para llevar a cabo algún tipo de experimento, y pretendía averiguar la razón.

Tras un largo recorrido a pie, con Pierre a unos veinte metros de ella, la joven se detuvo ante la vetusta puerta de un edificio de paredes desconchadas de la Rue Croix des Petits Champs, frente al Banco de Francia. Atravesó el portal, dejando la puerta entornada deliberadamente, y desapareció escaleras arriba. Pierre, sin saber muy bien por qué le seguía el juego, aceleró sus pasos dispuesto a subir hasta lo que parecía su hogar. Cuando llegó al tercer piso, la puerta del apartamento se encontraba abierta de par en par.

Pierre la franqueó y la cerró tras él. Nunca había estado allí con anterioridad, pero tenía la desagradable sensación de que conocía con exactitud la distribución de la vivienda. Una voz en su interior le conminó a dirigirse hacia donde creía que estaba el dormitorio. Cuando apareció allí, la enigmática joven dejó resbalar su chaqueta hasta el suelo mostrando unos sedosos brazos. Apartó la prenda con el pie y comenzó a desabrochar el corpiño que oprimía su talle. Sus pechos, redondos y erguidos, quedaron desnudos ante un cada vez más turbado Pierre. La joven, sonriendo maliciosamente, se le acercó y se arrodilló frente a él.
Pierre no podía creer que aquello le estuviese pasando. Aquella preciosidad le había bajado la cremallera del pantalón e introducía sus ágiles dedos por la abertura. Le agarró el pene que, liberado al fin de la opresión de los calzoncillos, alcanzó un nivel de erección y endurecimiento inusual en él, y lo atrajo hacia sus labios para besarlo y acariciarlo con delicadeza. Pierre temía que las venas de su polla reventasen y que sus piernas se diesen por vencidas y no aguantasen erguidas por más tiempo. La tensión le estaba empezando a provocar un leve pero generalizado temblor.

Repentinamente, como movido por un resorte invisible, agarró a la joven por un brazo y la arrastró toscamente hacia la cama. La tumbó boca abajo y, ofuscado por un deseo irracional, le levantó la minúscula falda.
Comportándose de una manera que nunca hubiese imaginado, bajó de un tirón las diminutas bragas de la joven y la sodomizó sin notar el menor atisbo de resistencia por parte de ella. Cuando cesó en sus acometidas, después de derramar su esperma dolorosamente sobre las nalgas de la chica, se desvaneció.

No tardó en recuperarse, e inmediatamente cayó en la cuenta de lo que había sido capaz de hacer. Estaba asqueado. Se negaba a aceptar que tal proceder hubiese surgido de su persona. Cada vez estaba más convencido de que le estaba afectando algún tipo de influjo. Esperó a recuperar el aliento mientras la joven permanecía muda e inmóvil en la misma postura que él le había obligado a mantener y, finalmente, reunió las fuerzas necesarias para dirigirse a ella.
- Cambia de postura, hazme el favor. ¿Quién coño eres?





La desconocida se giró y se colocó tumbada sobre un lado, mirándole pero sin contestar.
- Por favor -suplicó Pierre-, déjame en paz. Deja de someterme a tu voluntad.
Pero siguió sin obtener respuesta. La joven le miraba y sonreía.
- ¿ No vas a decir nada ? -le gritó Pierre, que se estaba enfadando por momentos.
Entonces, la joven respiró profundamente y clavó su ojo sano en los de Pierre, quien no pudo dejar de sentir un estremecimiento.
- ¿ Has dicho mi voluntad ? -replicó ella, utilizando un tono de voz monocorde y tan carente de humanidad que aterraba-. Dado tu comportamiento de hace unos minutos no parece que yo te haya obligado a nada, sino todo lo contrario, ¿ no crees ?. Me acabas de violar muchacho.
- Pero yo nunca hubiese hecho algo así -contestó él, entre irritado y avergonzado-. Me has obligado de alguna manera.
- Iluso -le dijo ella entonces, incorporándose para agarrarle la cabeza con ambas manos-. No has hecho más que mostrar tu verdadera naturaleza. Has liberado el animal que hay en tu interior, ese que tienes encerrado en un envoltorio de falsa moral e hipocresía. Te has excitado, has decidido poseerme y lo has hecho, sin importarte nada más.

Pierre, asustado por la oscuridad que percibía en aquel ojo maligno que le taladraba el alma, se liberó de aquellas manos. Decir que estaba confundido era poco. Aquella experiencia le había resultado traumática en extremo, y dudaba de su integridad, tanto física como mental. Pensó en las palabras de la chica. Era cierto que alguna vez se había imaginado, en una hipotética situación parecida, que sodomizaba a una desconocida que aceptaba sumisa su destino. Pero se trataba de fantasías sin importancia dedicadas a ayudar a su excitación cuando se masturbaba. Nunca había pensado seriamente en llevar a la práctica algo así. Él conocía muy bien la diferencia entre la realidad y una ilusión, o eso creía hasta el momento.

Tragó saliva y preguntó, ahora bajando la voz.
- ¿ Quien eres ?
Ella le respondió con sorna.
- ¿ Qué quieres ?, ¿ un nombre ?. No puedo dártelo, pues no poseo ninguno. Soy la que se pasea a través de vuestra existencia. Voy y vengo, presentándome entre vosotros de tanto en tanto, casi siempre gracias a alguna incauta que me invoca sin saber que necesitaré de su cuerpo para manifestarme, al menos en apariencia, como humana.
Pierre alucinaba.

- Sin embargo -prosiguió-, a lo largo de los siglos, tus congéneres me han llamado de mil formas. Mis apariciones desde el inicio de los tiempos han alimentado multitud de leyendas en las que mis actos aparecían desdibujados o magnificados, y eran ejecutados por las más diversas personalidades. Ninguna atinaba en mi verdadera naturaleza pero, todo hay que decirlo, la mayoría guardaban cierta similitud con mi esencia. De los nombres que me han dado, los que más me han satisfecho han sido Némesis, la diosa, y en especial la babilónica Lilith. Así pues, si ese es tu deseo, puedes llamarme Lilith.
- Está loca de remate -pensó Pierre.

- Y ahora -añadió Lilith, agarrandole a Pierre su cabeza una vez más y atrayéndola hacia su entrepierna desnuda-, libérate de tus cadenas y cede a tu instinto nuevamente.
Pierre se vio hundiendo su lengua en la vulva húmeda de la joven, totalmente dominado por una creciente y descontrolada libido que acabó por hacerle perder el sentido.

Cuando despertó, tenía la cabeza abotargada. Se encontraba desnudo, tumbado sobre una cama fría y vacía. Lilith había desaparecido.
Pierre se levantó y buscó el cuarto de baño. Allí vomitó, echó una meada y luego se dio una larga ducha de agua caliente.

Media hora después se vistió. Estaba amaneciendo y si se daba prisa podría llegar a tiempo de encontrarse con sus amigos antes de comenzar juntos una nueva jornada dedicada al turismo. Se propuso intentar olvidar lo ocurrido. Temía que, de no hacerlo, perdería la poca cordura que le quedaba.

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