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Philippe le dio cuerda al niño de los helados, que comenzó a dar vueltas de nuevo mientras él seguía evocando los fragmentos de una vida pasada, rememorando escenas como la que tiempo atrás, no estaba en disposición de precisar la fecha exacta, había tenido lugar en el domicilio familiar.
Aquel viernes, Philippe había regresado a casa con inusitada anticipación. Se acababa de dictar la fecha para la vista preliminar de uno de los contados casos de los que aceptaba hacerse cargo personalmente y el dossier con toda la documentación referente a la demanda lo tenía en el pequeño estudio que había habilitado en su mansión. Así pues, decidió dejar el despacho antes de la hora acostumbrada y se tomó el resto del día libre para poder preparar su estrategia con mayor tranquilidad. Disponía de todo un fin de semana por delante y estaba dispuesto a aprovecharlo.
Cuando llegó a casa, el silencio se cernía sobre ella. Los niños -tuviesen veinte, treinta o cuarenta años, él seguiría llamándolos así- no estaban. Jeanette debía estar en el colegio y Pierre, bueno, a saber en donde estaba Pierre. Eve-Marie, por su parte, tenía una reunión en el Ayuntamiento con el regidor de Obras Públicas. El objetivo de ésta era gestionar la construcción de un comedor para indigentes. Su esposa estaba más que involucrada en el proyecto ya que, no solo era la presidenta de la sociedad benéfica que promovía la obra, sino que se sentaba en el consejo de administración de la inmobiliaria que debía edificar los locales. Por todo ello, Philippe, relajado y feliz en la soledad que le rodeaba, se vistió con ropa cómoda e informal y bajó a la cocina para prepararse un ligero tentempié. Abrió una cerveza y entre dos gruesas rebanadas de pan de molde integral puso trocitos de una pechuga de pollo horneada con hierbas aromáticas, sobre los que extendió una fina capa de mostaza de Dijon y dos hojas de endivia. Colocó el plato y el botellín de cerveza sobre una bandeja de desayuno y se encaminó hacia las escaleras. Subió los peldaños con cuidado de no derramar nada y atravesó el pasillo del piso superior en dirección a su estudio. Pero antes de llegar a éste, al pasar junto a la puerta de lo que había sido el antiguo dormitorio conyugal y que ahora era la habitación de Eve-Marie, oyó un murmullo apagado que provenía del interior de la estancia. Philippe no esperaba encontrarse a nadie. Ese día no estaba prevista la llegada de las empleadas de la empresa de limpieza, y el cocinero tenía unos días libres con objeto de poder asistir en sus últimas horas a su madre moribunda en Saint Etienne.
A Philippe se le ocurrió que quizás Eve-Marie no había asistido a la reunión con el regidor. No soportaba a su esposa, eso era evidente, pero su desprecio estaba más encaminado a condenarla al ostracismo que a desearle ningún mal. De tanto en tanto, además, la pobre sufría violentos ataques de vértigo que la incapacitaban para cualquier desplazamiento. La duración de éstos no acostumbraba a exceder las dos o tres horas, pero durante ese tiempo, en ocasiones, no podía ni levantarse de la cama. Por eso, sinceramente preocupado, Philippe abrió la puerta de la habitación después de golpear un par de veces con los nudillos sin esperar respuesta.
El jardinero, joven y musculoso por supuesto, se encontraba desnudo y arrodillado sobre un extremo de la cama. Eve-Marie, desnuda también, estaba en cuclillas sobre la moqueta azul, asiendo con la mano derecha el desmesurado pene de su amante mientras se lo introducía en la boca. Philippe se quedó petrificado en el umbral, casi tan sorprendido como pudo estarlo, pongamos por caso, David MacLean el día en que Rudolf Hess cayó sobre el mismísimo jardín de su granja en Eaglesham. Eve-Marie, sin embargo, se limitó a dirigir su mirada hacia la puerta, clavando los ojos en su marido sin dejar de lamer el miembro del jardinero, quien, nerviosamente, intentó zafarse con la intención de desaparecer de allí. Entonces, Eve-Marie se incorporó.
- Ni te muevas -ordenó enérgicamente a su empleado para, acto seguido, sentarse sobre sus genitales.
Mientras se movía abrazada a su azorado amante, penetrada por aquel grueso trozo de carne palpitante, mantuvo su mirada lasciva, desafiante y cargada de desprecio hacia Philippe, quien no pudo dejar de sentirse atenazado por una mezcla de ira y vergüenza. Aquel hombre, que debería estar en ese momento entre gladiolos y margaritas, sucio de tierra y asándose de calor, se estaba follando a su mujer. No sabía si se sentía peor por la escena a la que asistía o por no haber reaccionado inmediatamente matándolos a los dos, en el marco de un más que justificable crimen pasional. Arrastrando los pies y sin pronunciar palabra, emocionalmente desorientado, Philippe cerró la puerta tras de sí y se dirigió a su estudio con la bandeja temblándole entre las manos. Se sentó ante su mesa y se bebió la cerveza de un trago. De pronto había perdido el apetito.
4
Después de aquello, Eve-Marie siguió comportándose como siempre, y no le dio a Philippe ninguna explicación sobre lo acontecido. Era como si no hubiese ocurrido nada. No obstante, Philippe despidió al jardinero. Pero si ser testigo mudo del adulterio de su esposa había sido un duro golpe para él, semanas más tarde aun iba a realizar un nuevo y más grave descubrimiento. Estando en el cuarto de aseo que acostumbraba a utilizar Jeanette en exclusiva, ya que en ese momento Eve-Marie estaba en el del matrimonio tomando uno de sus largos baños de sales, sus pequeños anteojos fueron a caer bajo la cisterna del retrete. Cuando introdujo la mano en el pequeño hueco tras ésta, Philippe encontró una bolsa de plástico. En su interior había una jeringuilla, una cuchara, papel de aluminio, un mechero Zippo y otra bolsita de menor tamaño que contenía un polvillo blanco. La sorpresa le hizo perder el equilibrio momentáneamente y Philippe se sentó sobre la taza del water. Ahora si que estaba perdido. Se veía en el interior de aquel manido túnel sin salida, y tenía miedo de que la proverbial luz que siempre te dicen que se ve al final no fuese otra cosa que el faro de una locomotora que acabaría arrollándole. Su situación familiar se le escapaba de las manos irremisiblemente. No parecía tener solución y, de tenerla, con seguridad sería demasiado dura para que su talante cobarde le permitiese afrontarla. Entonces llegó a la conclusión de que era mucho más fácil, y a ello se iba a dedicar desde entonces, recluirse en su despacho del bufete e intentar alejarse de todo aquello. Pero ni eso le había proporcionado la calma de espíritu que anhelaba.
5
El carrito de los helados se detuvo otra vez. Philippe respiró hondo y parpadeó para desterrar de su mente las tristes imágenes que le invadían. Miró los muebles y objetos de su despacho sabiendo que era la última vez que lo hacía. Se impulsó con el pie y encaró el sillón hacia el ventanal. Sobre las copas del Bois de Boulogne revoloteaba un buen número de palomas blancas. No pudo evitar que las lágrimas se asomasen a sus ojos. Entonces, Philippe limpió los cristales de sus gafas con un kleenex, se levantó con parsimonia, se puso la chaqueta y, cogiendo la Samsonite que descansaba erguida junto al sofá y una amplia bolsa de mano en la que introdujo el cenicero de Ricard, abandonó la estancia. A través del pasillo desierto llegó a la salida de emergencia. Bajó los tres pisos de la escalera exterior de evacuación y se alejó del edificio sin que nadie lo advirtiera. Sobre su escritorio había dejado un único y pequeño sobre para su secretaria. Contenía un escueto mensaje, algo más que suficiente para permitirle iniciar una nueva vida lejos de su familia y el bufete.
26. Prosigamos con el burgués ese parisino en la soledad de su dulce y rica opulencia.
ResponderEliminarEl muy puñetero se hace unos sándwiches que denotan mal gusto, no puedo criticar la cerveza, pues aparte de saludable, desconozco marca…
Siento lo de su esposa, más concretamente su menier…
¡Ostras! La descripción de cómo llega a enterarse de lo de “ella” con el pene del jardinero, parece sacado de una peli “X”.
Buena actitud la de Philippe. Yo no hubiese sido tan tibio… pero he de reconocer la valía de quienes así actúan…
¿Pero cómo quiere que el memo este tenga paz de espíritu viéndose rodeado de aquello que ama y no que sirve ni para cagara solas o en compañía?
Termina Vd. con dramática despedida.
Veamos que les depara el futuro a todos estos seres abyectos y tal…
A saber lo que les deparará, a saber.
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