3
Pero Shinichiro parecía estar destinado a la desgracia. Una tarde, años después, ésta iba a volver a visitarle, dispuesta a asestarle un nuevo y virulento golpe. Sobre las seis, después de que el gimnasio cerrara sus puertas, Natsuko se encontraba fregando las duchas del primer piso cuando se le acercó el encargado. No era lo normal, pues el señor Ishihara, a esa hora, acostumbraba a estar ya de camino hacia su domicilio en Chiba.
El trabajo administrativo finalizaba un par de horas antes y por la tarde, cerrado el local, únicamente quedaba Natsuko, quien limpiaba y dejaba las instalaciones a punto para el día siguiente. Ishihara llevaba puestos los pantalones largos de gimnasia y tenía el torso desnudo. Natsuko supuso que había decidido tomar una ducha, por lo que se disculpó con una reverencia y se dispuso a retirarse para aprovechar el tiempo comenzando la limpieza del segundo piso. Tiempo era precisamente lo que le sobraba para poder finalizar su faena. Pero Natsuko no pudo dar ni dos pasos. El encargado se plantó ante ella y le cortó el paso hacia la salida. Súbitamente, Ishihara, sin mediar palabra, le propinó un fuerte manotazo. El cubo lleno de agua y la fregona cayeron al suelo con estrépito.
- ¿ Has visto lo que has hecho, inútil ? -dijo él. A Ishihara le olía el aliento a cerveza agria.
Natsuko se quedó inmóvil, mirando a su superior, entre asustada y sorprendida. Entonces Ishihara se bajó los pantalones. Agarró su pene fláccido y lo agitó balanceándolo a un lado y a otro hasta que el miembro, de considerable longitud, consiguió endurecerse. Natsuko, invadida por una enorme vergüenza, comenzó a sollozar mientras desviaba la mirada hacia las baldosas mojadas del suelo. Nadie acudió en su ayuda. Por contra, recibió un nuevo bofetón, que esta vez la hizo caer. Vanamente, intentó escapar de su agresor a gatas, pero Ishihara la sujetó desde atrás tirándole de los cabellos. Aprovechó la postura en la que estaba para levantarle con facilidad la falda del uniforme y le bajó las bragas de un tirón. Entonces Ishihará sodomizó a Natsuko con furia, mientras ella gritaba de rabia y de dolor. El pene de Ishihara se hundía entre sus nalgas con sacudidas cada vez más rápidas, y Natsuko comenzó a sangrar. La infortunada no cesaba de gritar pidiendo un auxilio que no llegaba, mientras lloraba espasmódicamente y daba inútiles manotazos al aire intentando liberarse. En ese punto, mientras seguía agarrándola por los largos cabellos, Ishihara enroscó los fuertes dedos de su mano libre en el frágil cuello de Natsuko.
- ¡ Cállate ! -le ordenó, pero ella, presa de un shock nervioso, ni tan siquiera le oyó.
- ¡ He dicho que cierres tu boca de perra, campesina ignorante !
Ishihara apretó cada vez más sus dedos alrededor del delicado cuello de su víctima, mientras aceleraba sus acometidas y le desgarraba el recto. Cuando vació su esperma, se dejó caer sobre ella.
Después de recuperar el aliento, Ishihara se incorporó y advirtió sin emoción alguna que su empleada había fallecido. Escupió a un lado y se acercó a un lavamanos para limpiar los restos de sangre de su pene. Luego, sin prisa, huyó sin saber que su vergonzoso y aterrador acto había tenido un testigo silencioso. En un pequeño cuarto dedicado al almacén de materiales y utensilios de limpieza, desde donde se podía divisar la claridad de las luces de la zona de duchas, pero no así lo que ocurría en su interior, agazapado en un rincón con la cara inundada de amargas lágrimas y las manos tapando con fuerza sus orejas, estaba Shinichiro.
4
Esa tarde no había tenido clase de la asignatura de matemáticas. El profesor Tanaka había caído enfermo súbitamente, nada grave por otro lado, pero la escuela no había sido capaz de localizar un sustituto en tan corto espacio de tiempo. Por lo tanto, dado que la de matemáticas era la última clase del día, la Dirección había optado por dejar marchar antes de lo habitual a los alumnos que lo deseasen. Y Shinichiro había querido dar una sorpresa a su tía yéndola a buscar a su lugar de trabajo. Cuando llegó a los locales del gimnasio, se cruzó con un empleado que ya estaba cerrando las puertas al público. Al decirle quien era, aquel le indicó el camino hacia el primer piso, lugar en el que con toda seguridad podría encontrar a Natsuko a esa hora. Shinichiro llegó a tiempo de ver el cubo de agua cayendo de las manos de su tía, derramando líquido jabonoso por el suelo de la estancia de las duchas. Cuando vio a aquel desconocido pegando a su tía, en lugar de reaccionar como el adolescente que era, curtido por la desgracia y acostumbrado, a su pesar, a superar los reveses de la vida, se quedó paralizado como un niño y se escondió aterrorizado en el primer agujero oscuro que fue capaz de encontrar, asistiendo inmóvil a la violación y posterior asesinato de Natsuko.
Cuando más tarde salió de su escondite, pasó largo rato llorando desconsoladamente junto al cuerpo sin vida de la persona que durante años le había hecho de madre. Después, de noche, amparado en la oscuridad, abandonó el edificio por la salida de emergencia, llegando a casa de madrugada, desorientado y desconcertado por lo que había ocurrido.
Al amanecer, la Policía recibió la llamada del gerente del gimnasio, quien les comunicó el macabro hallazgo.
5
Siendo menor de edad, las autoridades permitieron que, de manera provisional, Shinichiro continuase ocupando la vivienda de su difunta tía. En tal decisión influyeron positivamente los numerosos vecinos que se ofrecieron para tutelarle hasta que los estamentos oficiales con competencias sobre el particular debatiesen como proceder.
Pero pasaron días, semanas, meses incluso, y a Shinichiro le resultaba cada vez más doloroso guardar para sí los hechos que había presenciado. En realidad, desde su escondite, no había podido ver en su totalidad lo ocurrido. Pero era un muchacho inteligente y no le costó encontrar una explicación que aunase los sonidos que había captado con el resultado final de la trifulca. Así, un día decidió explicárselo todo a un vendedor de frutas de su misma calle. Éste, gran amigo de Natsuko desde hacía muchos años, siempre había sido extremadamente amable con Shinichiro desde su llegada a Tokyo. El viejo comerciante escuchó horrorizado el relato que, entre lloros, le contó el joven, no pudiendo reprimir las lágrimas que resbalaron sin control por su rostro enjuto. Cuando la narración llegó a su fin, el frutero se mantuvo inmóvil por unos instantes hasta que fue capaz de recuperar la compostura. Luego, asió por los hombros a Shinichiro y le abrazó con fuerza.
- Tranquilo -dijo después de sorber sus mocos ruidosamente-. No puedo hacer que Natsuko recupere la vida que le fue arrebatada, pero te juro que haré que le sea devuelto su honor.
Shinichiro secó sus ojos con la manga de la camisa. No entendió muy bien las palabras del viejo, pero se abandonó en sus brazos paternales. Por primera vez en mucho tiempo se sintió confortado y aligerado de un peso enorme.
En el barrio todos conocían al jefe yakuza Nakamura Zatoichi. Respetado y temido por igual, no fue extraño que, rápidamente, tuviese conocimiento de la verdadera historia de los últimos minutos de Natsuko en este mundo. A través del vendedor de frutas, concertó una entrevista con Shinichiro. El encuentro tuvo lugar la semana siguiente, en el parque de Ueno. Shinichiro, sentado en un pequeño banco rodeado de árboles en un rincón apartado del parque, le repitió a aquel hombre de aspecto imponente lo que había contado al frutero. Los ojos del yakuza brillaron de ira. Conocía a Natsuko desde la adolescencia y, aunque ella no aprobaba sus ocupaciones, siempre habían sido grandes amigos. De hecho, Zatoichi nunca le había confesado a Natsuko la verdadera naturaleza de los sentimientos que albergaba hacia ella. El gángster se levantó, dio unos pasos y, pensativo, le dio la espalda a Shinichiro por unos instantes. Luego tomó aire y, finalmente, le prometió al chico, utilizando una voz solemne, que el asesino de su tía no quedaría sin el merecido castigo.
- A partir de este momento -añadió muy serio-, te conviertes en mi hijo adoptivo. Conozco todos los detalles de tu vida, y sé que la suerte no te ha sido propicia. Yo haré que eso cambie, si tu quieres. Mi única demanda es que sigas estudiando. Así, el día de mañana podrás ir a la Universidad y te harás un hombre de provecho. Quizás sea entonces cuando yo necesite de tu apoyo. ¿ Que me dices ?
- Sí señor, gracias.
Fue lo único que a Shinichiro se le ocurrió. No pudo articular más palabras antes de que Zatoichi desapareciera de su vista, rodeado por cuatro guardaespaldas grandes como armarios. El frutero, que se había mantenido a cierta distancia, se acercó a Shinichiro y le acompañó de regreso a casa. El joven, en parte, se sentía satisfecho. Pero, a su vez, era consciente de que el sentimiento de culpabilidad que latía en su interior le iba a acompañar el resto de su vida. Había sido un cobarde y eso había contribuido en gran medida a la muerte de su tía.
Shinichiro continuó ocupando la vivienda de Natsuko, con los vecinos siempre atentos a sus necesidades. Los vecinos y, claro está, Zatoichi, quien no faltó a su palabra. Contando diecisiete años, Shinichiro accedió a la Universidad y, cinco años después, había aprobado todos los cursos de su licenciatura en Química y casi no recordaba su conversación con Zatoichi en el parque de Ueno. En cuanto al asesino de su tía, nunca preguntó nada sobre el final de éste. De haberlo hecho, alguien le habría contado como Ishihara berreaba y pataleaba cuando notó el hierro candente horadando su recto. Le habrían explicado cuan histéricos fueron sus chillidos de cerdo en el instante en que el propio Zatoichi le arrancó los ojos con un garfio de pescador. Le hubiesen detallado lo extremadamente rápido que su cuerpo lacerado se hundió en las sucias y emponzoñadas aguas del río Sumida. Hubiese sabido, en definitiva, que Ishihara había desaparecido de este mundo ciego y con los genitales en la boca, lavando así el honor de su tía Natsuko.
28. “…Agarró su pene fláccido y lo agitó balanceándolo a un lado y a otro hasta que el miembro, de considerable longitud, consiguió endurecerse…” Yo creo, es mi parecer que lo de considerable esra innecesario, recuerde que esto no es un guion porno…
ResponderEliminarShinichiro = cobarde cabrón. Puagg! No me mola nada este tipo.
“Nakamura Zatoichi” ¡Venga hombre! ¡no pudo encontrar otro nombre que el de Zatoich?, todo un héroe… me le hace yakuza…
Bueno… al final he encontrado la paz que precisaba, al menos hay un “joputa” menos en este mundo literario suyo…
Cobarde cabrón no hombre, sólo era un crío.
ResponderEliminar¿y?...
ResponderEliminarun cobarde cabrón