lunes, 12 de diciembre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo sexto (I)



1

Gerard había conocido a Anna en su segundo viaje a Japón. El primer contacto había tenido lugar en la cola de la ventanilla del Departamento de Inmigración, en el aeropuerto internacional de Narita. En tal ocasión, Gerard había podido comprobar que, mientras sabía el suficiente inglés para poder traducir con facilidad las letras de las canciones que aparecían en la funda interior de sus discos, su dominio de la comprensión oral de dicho idioma distaba mucho de ser medianamente aceptable. Claro que tampoco era tarea fácil entender a una funcionaria japonesa hablando con desgana un inglés cargado de acento. No entendía nada de lo que la mujer le decía, por lo que decidió desparramar en el mostrador el contenido de su bolsa de mano con la esperanza de que lo que le solicitaba se encontrase allí. Gerard no advirtió la cara de incredulidad con la que una de las pasajeras de su mismo vuelo asistió a la escena. No obstante, aquel acto no resultó una idea tan mala. La funcionaria, sin inmutarse, rebuscó entre los documentos y objetos que había ante ella y escogió el talonario de billetes de avión. Cuando comprobó que Gerard y tenía reservado el vuelo de retorno a su país de origen, le estampó un par de sellos en el pasaporte y cruzó los brazos sonriendo para indicar que podía pasar ante ella el siguiente pasajero.
Entonces, Gerard guardó en su bolsa lo que había sobre el mostrador y se dirigió hacia la cinta de recogida de equipajes, en donde volvió a comportarse de una manera, digamos, poco normal. Un enorme agente de Policía le preguntó si portaba armas o drogas que declarar. Quizás era una fórmula habitual de iniciar el control, pero a Gerard le pareció una estupidez. Así que respondió con otra estupidez; contestó que sí. Enseguida se vio con los brazos en cruz, rodeado de policías malcarados, mientras el agente de dos metros le cacheaba y otro par de los recién llegados rebuscaban en su maleta. Fue entonces cuando, en medio de esa situación embarazosa, reparó en la chica que ocupaba el siguiente lugar en la cola, esperando su turno para pasar por el control. La joven se llamaba Anna y lo había observado todo pensando, meses después lo confesaría, que Gerard era un cretino.

La pareja volvió a coincidir en el autobús que debía trasladarlos desde el aeropuerto hasta el centro de Tokio. Siendo los únicos europeos a bordo del vehículo, no fue de extrañar que, inconscientemente, se acomodasen en asientos próximos. Hay que decir que aquel no era el primer viaje de Gerard al Japón. Un año antes había formado parte de un grupo organizado, de esos en los que no hay margen para la improvisación y todas las visitas están concertadas de antemano. Esta vez quería ver el país, o parte de él, totalmente solo, a su aire, sin que nadie le dijese, por ejemplo, los minutos que debía dedicar a la visita de un templo. Si quería estar toda una mañana sentado en un parque, quería hacerlo tranquilo. Y como sabía que el trayecto hasta el distrito de Shinjuku, en donde se ubicaba su hotel, era largo, decidió presentarse a la joven que había captado su atención. Resulta que ambos, y eso les sorprendió gratamente, vivían en Barcelona. Además, Anna, que en un primer momento se mostró algo distante, lo que no era de extrañar ya que la imagen que se había formado de aquel joven no era muy halagüeña, fue descubriendo a lo largo de la conversación que Gerard era un chico bastante simpático, educado e inteligente. Ella le explicó que era licenciada en Ciencias Económicas y que trabajaba en el departamento de producción de TV3, la televisión de Cataluña. Se disponía a pasar una semana en Tokio recopilando datos para la realización de un reportaje sobre las grandes corporaciones niponas. Gerard, por su parte, le contó que el año anterior había quedado prendado por la belleza del país y que había decidido volver para ampliar sus conocimientos y profundizar en las costumbres, las gentes y los paisajes de Japón. Antes de llegar al distrito de Shinjuku, en donde casualmente también estaba el hotel de Anna, la pareja tuvo tiempo suficiente para conversar sobre las sensaciones que ese mundo nuevo, al menos para ella, y exótico les transmitía a través de los cristales del autobús.

Minutos más tarde de su llegada a Shinjuku, cuando Gerard franqueaba nervioso la entrada del Hotel Keio Plaza, ya había concertado una primera cita con Anna. El encuentro estaba programado para dos días después. Gerard se plantó ante el mostrador principal y requirió la presencia de un empleado. Rellenó los impresos correspondientes a su alta como huésped del hotel y luego dejó que un botones uniformado le acompañase a su habitación llevándole su única y vieja maleta de piel marrón. Una vez en la habitación, el joven empleado, utilizando una mezcla de japonés y el lenguaje internacional de los gestos, le indicó la posición de los enchufes, el interruptor principal, el funcionamiento de la radio y las normas de actuación en caso de terremoto. Gerard fue asintiendo a todo, sin entender la mayor parte de lo que el chico le explicaba, alternando sonrisas y reverencias en respuesta a las del botones hasta que, por fin, se quedó solo. No le había dado propina al joven, ya que había leído que esa costumbre tan arraigada en el mundo occidental, se consideraba de mal gusto. Sin embargo, a juzgar por su cara decepcionada, parecía que el botones se sentía bastante occidental.

Gerard respiró hondo. Hacía exactamente veintidós horas que había salido por la puerta de su casa en Barcelona en dirección al aeropuerto de El Prat. Se tiró en la cama y descansó un buen rato tumbado boca arriba. Luego decidió no perder más tiempo y salir a dar una vuelta por los alrededores. Sin un mapa, lo más lejos que se atrevió a ir fue a la estación de autobuses del distrito y a los almacenes Odakyu, por donde deambuló despreocupado, sin prisas, y se sorprendió a sí mismo pensando en Anna mientras escuchaba la música de su walkman. " Lost in a world that's empty and cold, the loneliness won't let me be. Someone to love, someone to hold, I need your touch desperately.".



2

Pasaban únicamente diez minutos de las cinco de la tarde, cuando el sol comenzó a ocultarse tras la silueta de las inmensas torres gemelas del Ayuntamiento de Shinjuku. Los abundantes letreros de neón comenzaron a adquirir protagonismo parpadeando en fachadas y tejados, y Gerard, hecho polvo, no tardó en regresar a su habitación.
Una vez allí, se preparó un baño. Sumergido en agua muy caliente y rodeado de vapor, dio cuenta de una botella de cerveza Asahi helada. Más tarde, desnudo y relajado sobre la cama, se dedicó a hacer zapping hasta caer dormido debido al cansancio y a los efectos del jet lag. Sobre las cuatro de la madrugada despertó con los ojos abiertos como naranjas y ya no pudo conciliar el sueño de nuevo, por lo que comenzó a hojear una revista del Japan Travel Bureau para preparar mentalmente el recorrido turístico que iba a llevar a cabo durante el nuevo día que justamente comenzaba. Mientras esperaba a que deslizasen bajo su puerta un ejemplar del periódico del día, conectó el televisor para mirar las predicciones meteorológicas. Se le ocurrió que podía telefonear a Higuchi Shinichiro, un joven con el que hacía un tiempo que mantenía una relación epistolar. Al regresar de su primer viaje a Japón, Gerard se matriculó en un curso de idioma japonés. Su profesor, natural de Kobe pero con un encomiable dominio del castellano y el catalán, le puso en contacto con este chico, quien a su vez estudiaba español. Cuando proyectó este segundo viaje, Gerard había previsto contactar con Shinichiro y, de paso que le conocía personalmente, podía beneficiarse de su compañía para conocer mejor la ciudad de Tokio. Pero claro, eso había sido antes de conocer a Anna. Ahora tenía que escoger entre su amigo, quien ya le había avanzado por carta que estaría encantado de oficiar de cicerone, o Anna, una joven a la que casi no conocía pero que ya echaba de menos. Gerard, evidentemente, no tardó en decidirse. Así pues, decidió no telefonear a Shinichiro. ¿ Para qué ?, ¿ Para decirle que estaba allí, pero que había encontrado una compañía mejor ?. Era mejor olvidarse de él y pensar en alguna excusa que contarle por carta.

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