miércoles, 7 de diciembre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo quinto (III)



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Las semanas se sucedieron y, con ellas, la acostumbrada rutina diaria. Reuniones en el bar de la facultad, tediosas clases, exámenes y el consabido contacto telefónico con la familia, amén de un par de días junto a ellos con motivo de la celebración de las Navidades. Pero la rutina se vio truncada a mediados del mes de Febrero. Rosa y Gemma fueron invitadas a una nueva fiesta en la misma dirección de Sant Cugat de un par de meses atrás. Las dos compañeras de apartamento habían proseguido con su relación de amistad obviando cualquier alusión a los sucesos acaecidos en Diciembre. Nunca habían sabido, o querido, encontrar el momento para hablar de un tema que, tanto a la una como a la otra, les resultaba sumamente embarazoso. Pero aceptar esa invitación era demasiado para Rosa, por lo que declinó la oferta. Le dijo a Gemma que esta vez no podría acompañarla argumentando una cita ineludible con unos compañeros de clase a los que debía ayudar a finalizar un trabajo de programación. Gemma, sin embargo, decidió asistir. Estaba resuelta a que alguien le diese todo tipo de explicaciones sobre lo ocurrido en el pasado. No iba a permitir que su vida continuase con aquella laguna en la memoria.

Y llegó el día. Cuando Gemma se presentó en la casa, premeditadamente lo hizo un par de horas antes de la indicada como inicio de la fiesta. Atravesó el jardín, aun desierto, y se plantó ante la puerta. Llamó al timbre. Al rato, apenas unos segundos, la recibió la misma empleada que meses antes había depositado en sus manos un sobre lleno de dinero.

- Buenas tardes -le dijo, mientras le indicaba con un ademán que podía pasar al interior-, espere un momento si es tan amable. Enseguida la atenderán.
La mujer le señaló el sofá y desapareció por un pasillo que Gemma no recordaba de su anterior estancia en la casa. Cuando poco después escuchó unos pasos que descendían por las escaleras de acceso al piso superior, supo que no tardaría en conocer la respuesta a las preguntas que se agolpaban en su garganta pugnando por salir.

Esa noche, cuando la fiesta hubo terminado, un taxi esperaba a la puerta de la casa. Gemma salió al jardín e inspiró con fuerza el aire gélido de la madrugada. Cuando subió al vehículo, sonrió.
- Al Campus de Bellaterra, por favor -dijo, y se relajó arrellanándose en el asiento y escuchando las palabras que salían de la radio del taxista. "Every time you go away, you take a piece of me with you"
En su bolsillo había un nuevo sobre. Contenía ciento treinta mil pesetas y, esta vez, no había sido necesario mezclar en su bebida ningún tipo de droga para permitir que su cuerpo pudiese ser utilizado sexualmente. Gemma había obtenido la respuesta a sus preguntas. Había sabido, por ejemplo, que Rosa no había tenido nada que ver en todo aquello y que, si su amiga no había entrado en la casa para socorrerla, era porque pensaba que era ella la que la había dejado tirada para irse a la cama con una conquista. La pobre Rosa había estado aguantando a la intemperie, por si el ocasional romance de Gemma pudiese hacerle algún daño, aunque sin imaginar lo que realmente estaba ocurriendo.

El resto del curso, y durante los cursos posteriores, hubieron más fiestas en Sant Cugat y más sobres con dinero. Gemma, no obstante, aprobó su licenciatura a la primera, aunque con un discreto 6.25, una calificación infame si se tenía en cuanta su expediente académico. Luego dejó la universidad, aunque le habían propuesto continuar en el departamento de investigación, y dejó de ver a Rosa.
Con los años, dejó incluso de asistir a las fiestas en Sant Cugat. Pero el apartamento nuevo que había adquirido en la calle Santaló de Barcelona, el deportivo del que aun debía veinticuatro cuotas, y lo peor de todo, algo monstruoso que se retorcía en su interior, le obligaron a mantener un contacto regular con algunos de los clientes que había conocido mientras era estudiante. Ese ser, intangible pero real, le reclamaba el sexo patético que, con dinero de por medio, le ofrecían los más diversos hombres. Y Gemma no podía hacer nada contra ello. Después de todos esos años, Gemma seguía sin perder un ápice de su belleza, pero sobre su piel, una capa casi imperceptible de vejez prematura comenzaba a inundar sus poros, y el ente putrefacto que crecía en su interior, como una tenia repugnante, no paraba de saciar su voraz apetito de energía vital a través de su vagina.



8

Al margen de su ocupación laboral, Gemma había conservado el contacto con su grupo de compañeros desde el final de su carrera universitaria. Éstos, evidentemente, nada sospechaban de la vida paralela que su amiga les ocultaba. En ese reducido grupo, que se había mantenido casi invariable desde el primer curso, Gemma se sentía cómoda y arropada. En su seno se había celebrado un matrimonio, y otro estaba en ciernes. Hacía ya muchos años que se conocían y, excepto en lo antes citado, pocas cosas podían ocultarse los unos a los otros. Gemma había ido a dar con ellos por mediación de Rosa, la que la mayoría de los integrantes del grupo cursaban sus estudios en la Facultad de Informática, y después de tantos años podía decir que, realmente, amaba a cada uno de aquellos chicos y chicas con los que había disfrutado de multitud de momentos irrepetibles y junto a los que, en definitiva, había vivido la transición a un estado adulto. Lo que mayor satisfacción le proporcionaba era la inquebrantable amistad que les unía. Año tras año, aunque los diversos compromisos laborales de los miembros del grupo habían provocado que sus vidas discurriesen por cauces distintos, cada 11 de Septiembre se dedicaba a llevar a cabo una reunión. Gemma recordaba como ese día tan señalado para Cataluña, y durante todo un fin de semana, los amigos se trasladaban desde sus distintas poblaciones de residencia hasta la deshabitada planta superior de una masía rodeada de huertos y campos de trigo. La proximidad entre la casa, propiedad de los padres de Víctor, y la población de Tárrega, hacía que la Feria Internacional de Teatro que tenía lugar en ésta última fuese la excusa cultural perfecta para pasar juntos un par o tres días, alejados del devenir rutinario de sus vidas cotidianas y, por qué no, respirar un poco de aire puro.
Por supuesto, y a veces se habían cuestionado si no era ese el verdadero objetivo de los encuentros, se dedicaban también a atiborrarse de carne a la parrilla, embutidos, crepes, y pastel de queso, todo ello aderezado, al menos en los años en los que eran estudiantes, con abundante alcohol. Las noches, o parte de ellas ya que acostumbraban a irse a dormir poco antes de que el sol apareciese, las pasaban casi hacinados, repartidos en dos habitaciones que solo se aireaban una vez al año, compartiendo gastados colchones dispuestos, algunos, sobre el mismísimo suelo. La proximidad de los cuerpos, sin embargo, no había propiciado demasiados momentos de promiscuidad.

Llegado ese punto, Gemma no pudo evitar acordarse de Gerard. Lo que ocurrió una de aquellas noches regresó a su memoria. Aquella madrugada de, no recordaba ya que año, había salido a la amplia terraza para tomar el fresco. No se sentía bien anímicamente. Gerard, que se había dado cuenta, la siguió al exterior.

- ¿ Que haces aquí tan sola ? -le preguntó.
- He salido un momento antes de ir a dormir. Ahí dentro no hacéis más que fumar y necesitaba respirar algo de aire limpio de humos.
- Me parece muy bien. Me quedo contigo. ¿ Te traigo un poco de licor de melocotón ?
- No, gracias, ya he bebido bastante.
- Pues yo sí que tomaré un poco. Ahora vuelvo.

Cuando Gerard regresó con un vaso de plástico en la mano, Gemma tenía la vista puesta en la negrura del cielo estrellado. Su semblante era el espejo de la melancolía que oprimía sobrecogedoramente su corazón. Y Gerard se dio cuenta.

- ¿ Que te pasa ?
Gemma miró a Gerard y cogió el vaso de licor que había traído para él.
- A veces -dijo ella, después de dar un lento y prolongado sorbo-, tengo la impresión de que no sé que es lo que hago aquí.
- Lo que todos -contestó Gerard sonriendo-, estar juntos, y comer y beber como cerdos con la excusa de asistir a alguna representación teatral.
Gemma rió.
- No me refiero a aquí literalmente, ya me has entendido, sino a Aquí con mayúsculas.
Gerard rodeó a su amiga con los brazos.

- Mira -le dijo con voz suave-, hace unos veranos me apunté a un curso de paracaidismo. Cuando llevaba unos cuantos saltos pegado al vientre de mi monitor, la escuela decidió que ya era hora de que lo probase solo. Decir que me puse nervioso cuando la luz de salto se puso verde sería faltar a la verdad. Lo cierto es que estaba cagado de miedo. Sin embargo, segundos más tarde estaba volando hacia el suelo a gran velocidad, presa de una mezcla de ansiedad, terror y fascinación. A la altura señalada abrí el paracaídas tirando de la anilla, pero una racha de viento enredó los correajes y la tela se lió entre las cuerdas. Comencé a dar vueltas sin control y acabé cayendo sobre las copas de unos eucaliptos cuyas hojas amortiguaron el golpe. ¿ Puedes creer que no me hice absolutamente nada ?.
Pues en esos instantes, aunque aturdido y con hematomas por todo el cuerpo, comprendí cual era el sentido de la vida.
- ¿ Y cual es ? -preguntó Gemma.
- Ninguno. Bajo aquellos imponentes árboles, con el cuerpo dolorido, me di cuenta de que esta vida no tiene ningún sentido y, por lo tanto, es estéril buscarlo.

Gemma sonrió, se sentía sorprendentemente confortable entre los brazos de su amigo. Respiró hondo y, mirando de nuevo hacia las estrellas, dijo :
- Nada de lo que me acabas de contar es cierto, ¿ no es así ?
- Bueno -repondió Gerard, intentando reprimir la risa-, nada, nada, no. Realmente pienso que esta vida no tiene sentido.
Gemma asintió y le devolvió su vaso.
- Gracias -dijo.
- De nada. Y ahora me voy a dormir, que con la euforia del alcohol y lo guapa que estás, si seguimos así de tiernos, mañana nos tendremos que arrepentir de algo.

Y mientras Gemma evocaba la imagen de Gerard entrando en la casa, se dio cuenta de que, por lo que realmente se había arrepentido desde entonces era de no haberle pedido a su amigo que siguiese junto a ella, abrazándola y reconfortándola. Ahora, por desgracia, ya era tarde. Demasiado tarde.

9

Incluso ese atisbo de relación íntima, la única sincera y limpia que había sentido en toda su vida, había terminado para ella. Ya no le iba a ser posible nunca más hacer un acopio de fuerza y confesarle a Gerard lo que sentía por él. Por un lado, por que Gerard había acabado casándose poco tiempo después de aquella noche, y por otro, éste insalvable, a causa del trágico suceso con el que había finalizado la última reunión de amigos en Tárrega. Gemma había asistido a la caída, hechos trizas, de los últimos lazos que la unían a un sentimiento puro. Ahora, sin la referencia de sus padres, fallecidos seis años atrás en un violento accidente de tráfico, nada parecía atarla a la vida. A esas alturas de su gris existencia, se sentía cansada y avejentada, sin fuerzas para continuar.

Dos semanas antes había sido dada de alta en la Clínica Dexeus de Barcelona, en donde había ingresado a causa de un aborto. Ya hacía años que le habían diagnosticado que, si bien no era algo imposible, tenía pocas probabilidades de concebir una vida. No existía, y eso se lo aseguraron, una relación de causa-efecto entre el hecho y la profesión a la que se dedicaba, pero ella se sentía culpable.
Cuando, un buen día, supo que estaba embarazada, había dudado entre proseguir con la gestación o interrumpirla. No sabía quien era el padre de aquella vida que comenzaba a desarrollarse, pero en el fondo eso le daba igual. Le dio vueltas una y otra vez hasta que, después de meditarlo a fondo, decidió finalmente continuar con el embarazo. Sin embargo, en ocasiones el destino es cruel y caprichoso. La criatura invisible y malévola que moraba en sus entrañas, esa a la que se había esforzado en achacar a su imaginación, acabó expulsando al feto. En un momento dado, incluso, había asistido a un psicoanalista buscando ayuda. Pero fue un error. Aquel inútil había basado su terapia en hacer que comprendiese que todo era una proyección irreal de su sentimiento de culpa. Culpa por lo que había hecho pasar a sus padres, culpa por ser una puta, culpa por estar viva, en lugar de su hermanita...
Pero Gemma no tardó en dejar de presentarse a las sesiones. Y ahora pasaba esto. La criatura, pues, era bien real, y nadie iba a convencerla de lo contrario.

10

Como si de un enorme globo lleno de recuerdos se tratase, los pensamientos de Gemma estallaron en el aire y la devolvieron a la realidad de aquella mañana de un caluroso domingo. Recordó que se había levantado de la cama con sed, por lo que se alejó del ventanal y se dirigió hacia la cocina. La Universidad, Tárrega, sus amigos, todo pertenecía ya al pasado, un pasado que no iba a regresar jamás. En la cocina, abrió el grifo del fregadero y dejó correr el agua hasta que el chorro brotó fresco. Cogió un vaso de la escurridera y lo llenó. Bebió despacio, paladeando cada sorbo que se deslizaba por su garganta. Cuando apuró el primer vaso, se sirvió otro. Luego retiró delicadamente, con el anverso de la mano, una gota que, díscola, resbaló por su barbilla y recorrió con rapidez su cuello en dirección al pecho. Esperó unos instantes inmóvil, pensativa. Entonces cerró el grifo y esbozó una sonrisa. Regresó a su habitación con paso enérgico y decidido, abrió el armario de par en par, cogió de la estantería superior una gran maleta y comenzó a preparar su huida. Era el momento. Tenía que escapar en pos de una nueva vida y tenía que hacerlo ya. Gemma intuía que, si no daba ese paso, la bestia interna que le atenazaba el alma acabaría por volverla loca y, en el peor de los casos, matarla.

1 comentario:

  1. 19. No consigo ponerme en el pellejo de Rosa y Gemma, de hacerlo, hubiera cogido un buen argumento: “el 9 mm y tal”… amen de presentarme de nuevo en aquella dirección je, je, je…
    “como una tenia repugnante, no paraba de saciar su voraz apetito de energía vital a través de su vagina”. Inconmensurable párrafo afirmo.

    Envidio con sonrisa socarrona la amistad que se forma de manera inquebrantable a través de los tiempos, perpetua, real, tangible…
    ¡Bah!
    Y encima la Gemma tiene la suerte de dar con todo un caballero digno de novela rosa, haciéndoseme en mi mente un regalo del destino para ésta criatura pecadora de voraz instinto vaginal – por pelas-.
    Bien lidiado en contra de los psiquiatras con sentimiento de culpa que culpan a todos de una culpa espiritual que desconocen.
    Huir de si misma. ¿Será Capaz? Nadie lo es…
    Sigamos…

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