lunes, 31 de octubre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo segundo (III)


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Cuando Gerard colgó el auricular, no daba crédito a lo que acababa de saber. Y lo peor no era la estafa, sino quien la estaba llevando a cabo. Podía tratarse de una casualidad, tenía que investigarlo, pero el nombre de Alejandro Romero coincidía sospechosamente con el del presidente y principal accionista de Central Foods, compañía propietaria de Fast Pizza. Sin comentar el tema con su inmediato superior ni, por supuesto, con sus compañeros, Gerard se dedicó a alternar su trabajo diario con la comprobación de las facturas de odontología compensadas por la mutua durante los últimos meses. Al principio, como era de esperar, el exhaustivo seguimiento a través de la base de datos fue infructuoso. Pero a los veintidós días exactos de la llamada de su amigo, Gerard localizó una factura emitida por un tal Doctor Antonio Arcusa, médico estomatólogo. Todo parecía en regla, sin embargo la dirección de Girona que constaba en el membrete correspondía a una calle de la que no existía tal numeración, y el teléfono que se indicaba pertenecía, en realidad, a una pescadería. Una posterior consulta al Colegio de Estomatólogos confirmó lo que Gerard ya intuía; no tenían constancia de la existencia de ningún Doctor Arcusa.

Gerard estaba exultante. Una vez identificado el nombre de la mutualista infractora, no fue difícil comprobar cada una de las facturas que se le habían compensado desde su ingreso en Fast Pizza. Entonces, a Gerard se le ocurrió algo: ¿ Y si hubiese más de un mutualista implicado ?, ¿ Y si al cerebro de aquel engaño se le hubiese ocurrido utilizar a más Doctores Arcusa ficticios para llevar a cabo la operación?

Programó la búsqueda en la base de datos y vio como sus predicciones se cumplían y su excitación aumentaba. A la vista de las fechas, el fraude se remontaba a cinco años atrás, y ascendía a casi treinta millones de pesetas.

Tenía que mantener todo aquello en secreto, al menos de momento. Si conseguía dejar al descubierto algo tan importante, pensó, lo más seguro era que le aumentasen el sueldo. Y con una hipoteca a treinta años sangrándole cada mes, no estaba en disposición de descartar esa posibilidad. Pero, por desgracia, era consciente de que debía cerciorarse de si el que había ideado el engaño, y la respuesta que imaginaba a sus pesquisas le daba mucho miedo, era quien sospechaba. En eso no podía dejarse llevar por la intuición.

Días después, telefoneó a Tomás. Quería pedirle que consiguiese de la mujer que le había contado la historia, alguna documentación que apoyase aquel embrollo de manera fehaciente. Pero el favor que pedía a su amigo era, al parecer, demasiado grande.

- Mira -dijo Tomás-, no es por pereza, pero es que preferiría no volver a hablar con ella.
- Pero es que es muy importante que me hagas este favor. Todo lo que me contaste puede sacar a la luz un lío de enorme envergadura y, si no consigo pruebas, el que va a acabar hundiéndose en la mierda voy a ser yo.

Gerard ya sabía, después de oír la negativa de su amigo, que poco podría hacer para convencerle. Las relaciones entre Tomás y sus ocasionales amantes acostumbraban a ser breves. Pero Gerard quiso intentarlo.
- Lo siento -replicó Tomás-, pero no me lo pidas más. Aquella tía era una pesada y no tengo ningunas ganas de volver a hablar con ella. Si quieres, te puedo dar el teléfono de la oficina en la que trabaja. Se llama Elena, y su marido es el administrador de la empresa.

Gerard aceptó.
- Está bien -dijo, y apuntó en un pequeño papel de notas, uno de esos Post-it amarillos con una franja adhesiva al dorso, el teléfono de Elena junto a su nombre. Luego continuó charlando un rato con su amigo. Hablaron sobre la necesidad imperiosa de preparar una de sus habituales excursiones gastronómicas de fin de semana, y Tomás aprovechó para comentar sus más recientes, y como siempre exageradas, anécdotas acerca de sus conquistas mientras Gerard atendía divertido a sus explicaciones y dibujaba distraídamente pequeños corazoncitos alrededor del número de teléfono de Elena.




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Pocos días después, casualmente, como siempre ocurre en estas ocasiones, Anna, la mujer de Gerard, descubrió el Post-it con el nombre de Elena. No pudo remediarlo. Mientras observaba el papelito amarillo, sintió como una oleada de calor crecía en su interior. Anna tuvo que sentarse. Notaba aquella sensación de ahogo subiendo por sus muslos, revolviéndole el vientre y ascendiendo por su tórax mientras le comprimía los pulmones para, finalmente, enroscarse en su garganta atenazándola. Se daba perfecta cuenta de que, si se calmaba e intentaba racionalizar sus absurdos temores, superaría aquel momento de crisis. Sabía también que, en la mayoría de los casos, los celos eran infundados y no se trataban más que de una manifestación patológica de miedos e inseguridades soterrados en el subconsciente. Pero era más fácil pensarlo que hacerlo. Por mucho que intentaba autoconvencerse, no podía hacer nada contra aquella situación. ¿ Como podía haber sido su marido tan descuidado ?. Se decía lo equivocada que estaba, quería creerlo con todas sus fuerzas, pero inmediatamente se le ocurrían mil argumentos para rebatirse a si misma. Y es que Anna conocía los nombres de las mujeres que formaban o habían formado parte de la vida de Gerard. Conocía a sus amigas de la universidad, a sus compañeras de trabajo, a antiguas compañeras del colegio, pero no lograba ubicar a esa tal Elena en su memoria. Tampoco se trataba de un familiar, de eso estaba segura.
Entonces, ¿ quien era Elena ?, y lo que más le carcomía las entrañas, ¿ que significaban aquellos corazones garabateados junto a lo que parecía su número de teléfono ?. Anna intentó calmarse. Pensó en marcar el número pero, rápidamente, descartó esa idea. Le daba pavor.

- Soy una tonta -pensó sentada al borde de la cama-, no tengo más que preguntarle. Seguro que la explicación será de lo más natural y verosímil.
Anna se levantó. Mientras caminaba hacia el salón, un súbito temblor nervioso sacudió sus piernas. No pudo evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos y se dejó caer en el sofá. Luego, se dispuso a esperar a Gerard hojeando una revista e intentando tranquilizarse.

2 comentarios:

  1. 11. Ahora el tal: “Gerard” se nos quiere convertir en todo un “Holmes”. Flipo.
    ¿Doctores Arcusa ficticios? ¡Toma ya! Se adelanto Vd, a su tiempo, las tramas de ayuntamientos, comunidades y de partido, creo, mamaron de este mesiánico párrafo.
    ¿Base de datos? ¡Ah, claro Vd. Estudiaba informática y tal! Lo dicho muy adelantadito, lastima de los 30 millones de pesetas, ahora, nos quedaríamos cortos hablando en euros.
    Y por aquel entonces, ¿hipotecas a 30 años?, ahora, las terminaran los nietos, creo, luego pago.
    Pues para no querer ayudar, el Tomas le da información suficiente como para llegar a los entresijos…
    Un error básico que todo hombre comprometido debe esquivar es dejar post-it con corazones alrededor del nombre una “tita” ajena. Es que la cagas y punto.
    Pero tronco, una señora que se sienta a leer una revista, mientras piensa que se los están poniendo, no puede tranquilizarse, es un volcán a punto de matar cuanta naturaleza encuentre en su camino…

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  2. una señora que se sienta a leer una revista, mientras piensa que se los están poniendo, no puede tranquilizarse, es un volcán a punto de matar cuanta naturaleza encuentre en su camino

    Sea paciente, abnegado lector.

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