domingo, 23 de octubre de 2011

Cabezas de Hidra - Capítulo segundo (I)



1


Gerard, Sara, Gemma y los demás integrantes del que podría llamarse "Grupo de Tárrega", se conocían desde su época de estudiantes en la Universidad Autónoma de Barcelona. Casi todos los miembros del grupo de amigos habían estado matriculados en la Facultad de Informática, aunque algunos de ellos habían cursado otras disciplinas. Gemma, por ejemplo, provenía de Biología y Joan de Veterinaria. Por otro lado, las parejas de Víctor y Antonio no tenían relación alguna con la universidad. Eran, por expresarlo de algún modo, las foráneas del grupo.
Llevaban ya muchos años celebrando un encuentro anual en la población de Tárrrega, con la excusa de asistir a la Feria Internacional de Teatro. Pero, a veces, recordando anécdotas pasadas, Gerard sentía que todo ese tiempo había pasado, no obstante, demasiado deprisa.

Al contrario que sus amigos, él había abandonado la facultad tras cinco años de asistencia a clase -decir años de estudio no hubiese sido del todo apropiado- , y habiendo conseguido llegar únicamente hasta el segundo curso. En la actualidad, después de un corto periodo trabajando como botones en un banco, estaba empleado en una mutualidad de previsión social perteneciente a la cadena Central Foods, propietaria de, entre otras firmas de menor envergadura, los supermercados Frigesa y la franquicia Fast Pizza, con delegaciones en España y Portugal. El único requisito para poder beneficiarse de los servicios de dicha mutua era constar en nómina de alguna de las empresas del grupo. Cada mutualista, entonces, podía dar de alta como beneficiarios de su póliza a cuantos familiares desease, siempre que hiciese frente al pago de las cuotas correspondientes.

El funcionamiento básico de la mutua se sustentaba en el principio de solidaridad, mediante un subsidio que reembolsaba parte de los gastos médicos de sus afiliados. Los diferentes mutualistas enviaban a las oficinas centrales, en el Paseo de Gracia de Barcelona, y a través de las diferentes delegaciones provinciales, facturas de tipo médico devengadas por ellos mismos o por cualquiera de sus familiares inscritos. Cada treinta días, y en función de unas tablas de compensación, se procedía al reembolso en la cuenta corriente del interesado del porcentaje estipulado correspondiente a cada factura presentada. Una vez realizadas las compensaciones, el importe total abonado el mes en curso se dividía entre la totalidad de inscritos, mutualistas y familiares beneficiarios, hubiesen, o no, presentado facturas médicas. La cantidad resultante establecía la cuota personal unitaria a cobrar el mes siguiente.

Gerard desempeñaba su labor administrativa en esas oficinas centrales y uno de sus trabajos consistía en la introducción de datos en el fichero principal de prestaciones, previa evaluación de las facturas presentadas, que debían cumplir una serie de requisitos, variables en función del tipo de acto médico, antes de poder ser sometidas a la Junta de Aprobación.

De sus años de universitario, Gerard mantenía el contacto con dos grupos de amigos bien diferenciados que, si bien se conocían, tenían una mínima relación entre ellos. Es decir, que cuando iba con unos no iba con los otros. Y Gerard se reunía puntualmente con ellos varias veces al año, casi siempre para ir a cenar. Pero, paralelamente a esos contactos ocasionales, existían dos eventos en los que la relación con sus amigos era más prolongada e íntima. Con uno de los grupos acostumbraba a pasar algunos días de vacaciones, en verano o Semana Santa, y con el otro participaba de los actos de la Feria Internacional de Teatro de Tárrega.



2


En el primer grupo estaba, entre otros, su amigo Tomás. Éste, de carácter extrovertido y algo disoluto, no dejaba escapar ninguna ocasión que pudiese reportarle compañía femenina. Tanto le daba si su eventual conquista era alta o baja, fea o guapa, joven o entrada en años -sobre esto último, sin embargo, hay que puntualizar que, evidentemente, existía un tope, tanto por exceso como por defecto.
En resumidas cuentas, para Tomás, y utilizando una de sus frases menos afortunadas: Si tiene coño, vale. En ese aspecto, es cierto, era un hombre bastante despreciable. Tal comportamiento, no obstante, no demostraba más que una cosa: Tomás desconocía el amor, era un simple cazador sin sentimientos cuyo único objetivo era conseguir el mayor número de trofeos.

Pero Tomás, por supuesto, era mucho más que aquella parte de él. Era un amigo fiel que, al igual que Gerard, tampoco había finalizado sus estudios de informática. De hecho, había abandonado la universidad un año antes que su amigo, pero había conseguido algo que no muchos licenciados podían decir al finalizar sus carreras; trabajaba en una pequeña empresa que se dedicaba a la instalación de hardware y al desarrollo de sencillas aplicaciones para empresas de pequeño y mediano nivel.

La tarde de un viernes, Tomás tuvo que desplazarse de Barcelona a Lloret de Mar, con el fin de instalar una red interna de comunicaciones en la sede de un correduría de seguros. Cuando anocheció, ya se había pasado mas de cuatro horas en la oficina, la mayor parte del tiempo bajo las mesas, medio tumbado y peleándose con los cables de conexión de los ordenadores. En la correduría solo estaban él y la secretaria del administrador, Elena, quien debía cerrar el local en cuanto Tomás finalizase su tarea. Se había hecho tarde, por lo que Tomás, entre conexión y conexión, había tenido tiempo de desplegar sus invisibles tentáculos de ligón empedernido. Gracias a su destacable locuacidad y a la experiencia que solo dan años y años de ejercicio, estableció una corriente de comunicación con aquella mujer, que en un principio se mostraba más bien molesta por haberse tenido que quedar en la oficina fuera de su horario habitual pero que poco a poco comenzó a sentirse interesada en técnico. Por eso no fue ninguna sorpresa para él que, justo cuando conectaba el último cable del último ordenador y estando bajo la mesa del administrador, ésta se sentase completamente desnuda en el sofá de la estancia jugueteando con un cojín antes de formular con turbadora naturalidad la pregunta clave.
- Oye, ¿ quieres follar conmigo ?
Un momento -dijo Tomás, fingiendo indiferencia-, ya casi estoy.

5 comentarios:

  1. 9. Pues no, se trata de un nuevo giro y de la gloriosa Francia, nos vamos a la bella Barcelona.
    Le aseguro que la vida del mutualista Gerard me la paso… a la velocidad de la luz. ¡Coñazo!. Afirmo.
    Y que me dice del Tomas, todo filosofía: “Si tiene coño, vale”. Claro que así le va al animalico de carácter fiel e instruido informático: “Tomás desconocía el amor, era un simple cazador sin sentimientos cuyo único objetivo era conseguir el mayor número de trofeos.”
    Me parece mucha fantasía eso del sofá y la tipa desnuda…
    ¿Y la frasecita?
    Se nota que a Vd. No le han pasado estas cosas…

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  2. Ja ja ja ja... ¡déle ahí, crítica constructiva!

    Hoy está negativo.

    PD Pues no, no me ha pasado. Pero ¿quién dijo que el escritor debe plasmar sus propias vivencias?

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  3. Aquí el principal fallo es referirme a mi mismo como escritor... y mucho menos en esta primeriza obra llena de altibajos y agujeros que alumbré hace tantos años que ya hay modelos de coche que aparecen en la novela ¡que ni se fabrican!.

    Pero lea, lea, que aún faltan muchos personajes y capítulos.

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