sábado, 14 de mayo de 2011

Richardus DIECIOCHO


Dieciocho


Septiembre de 2004

Cuando ya he bañado a Angus, y viendo que su madre aún tardaría en llegar, me he puesto a prepararle la cena. Enfundado en su pijama corto de Los Increíbles, ha estado viendo dibujos animados por televisión, una enésima reposición de la Abeja Maya, sin imaginar que su padre, el mismo que le había hervido un poco de patata con espinacas y ahora le freía merluza empanada –de esa que viene en cajas congelada y que tiene forma de caballito de mar o estrella- también había disfrutado de pequeño de las aventuras de Willy, Flip y la pizpireta Maya.
Yo estoy contento, si puede llamarse así. Todo esto de mi padre y su extraña muerte me ha afectado menos de lo que en realidad cabría esperar en un principio. En cierto modo ha sido un alivio. Es como si finalmente hubiese visto el capítulo que me faltaba de una larga teleserie. Supongo que me siento más tranquilo al saber lo que ocurrió, y eso repercute positivamente en la relación con mi familia y en mi predisposición a hacer nuevas cosas. Por ejemplo, he retomado el hilo de mi novela sobre los Reyes Magos y dedico a escribir varias horas al día. Al final he decidido que el protagonista sea profesor en un instituto.
- Angus, a la mesa –le digo desde la cocina.
Luego saco la cena y me siento con él sin dejar de mirarle, sin que él se de cuenta ni aparte la mirada del televisor mientras devora la merluza. No se imagina cuanto le quiero y lo que le necesito.

Cuando consigo que se acabe las espinacas, Angus apura su vaso de agua y me pide, como cada noche, que me siente con él en el sofá y sintonice el canal musical para verlo conmigo un ratito antes de irse a la cama. Ahora le ha dado por mirar videoclips. Supongo que se está haciendo mayor. Total, que hemos acabado los dos abrazados, mirando como cantan los Tokyo Hotel, las Sugar Babes o la Lady Gaga de turno. A mi, en principio, no me molesta que a Angus le guste la música –todo lo contrario-, pero considero que algunas de las escenas que aparecen en los vídeos promocionales no son del todo recomendables para un niño de su edad. Por eso, cuando el videoclip que miramos –que interpreto que debe ser de alguno de esas bandas que le gustan a Jörg- comienza a mostrar imágenes de elevado contenido erótico, decido que dos chicas semidesnudas uniendo sus lenguas no es un espectáculo que pueda convenir a un crío de cinco años y cambio de canal enviando a mi hijo, quien por supuesto protesta, a hacer un pipí y lavarse los dientes.

Total, que Angus se va a la cama un poco enfadado. Cuando le ayudo a taparse y le doy un beso de buenas noches oigo la puerta. Hanna acaba de llegar. Al parecer, la reunión de hoy debe haberse prolongado más de lo previsto, algo que últimamente ya comienza a ser habitual y me molesta un poco. Claro que a ella aún le debe molestar más, por lo que decido no quejarme. Mi mujer entra en la habitación y le da un beso a su hijo.
- Pensaba que no vendrías a darme un beso –le dice Angus, incorporándose y fundiéndose con su madre en un abrazo fortísimo.
- Pues claro que sí, mi vida, ¿como iba a olvidarme de darte un besito, cosita preciosa? Buenas noches cariño.
- Buenas noches mami.
Cuando salimos de la habitación, Hanna me besa a mi también.
- Menos mal –le digo fingiendo estar celoso.
- No seas tonto –me dice, dándome una patadita en el culo-. Deja que me cambie y que me prepare una ensalada y estoy contigo.
- No cariño, ya te la preparo yo –le digo mientras la abrazo por detrás y beso su nuca-. Ponte cómoda, que debes estar rendida.
- Oh no, no sigas por ese camino –me dice, zafándose de mi abrazo después de notar como mi pene se endurecía contra su trasero-, ahora es hora de cenar. Y tienes razón, estoy rendida.
- Claro, claro, ¿qué quieres decir? –le pregunto poniendo cara de bobo.
Ella se gira y me manda un beso antes de ir al dormitorio a cambiarse de ropa.
- Lo sabes muy bien –me contesta sonriendo.

Cuando nos sentamos a la mesa, damos cuenta de una buena ración de lechuga, tomate, rábanos, zanahoria, pimientos rojos y amarillos y pepino, y acabamos con unos restos de paté de foie que llevaba un par de días en la nevera. Durante la cena, Hanna me explica el anecdotario del día, las típicas tribulaciones de una mujer trabajadora que tiene un marido amo de casa. Cuando acabamos, me ayuda a recoger la mesa.
- No, déjame a mi –dice cuando voy a comenzar a fregar los platos-. Hoy he estado sentada casi todo el día, me hará bien permanecer de pie un rato.
- Pero, ¿por qué no pones el lavavajillas?
- No vale la pena. Además, sabes que fregar platos me relaja.
No tiene que repetírmelo.
- Como quieras –le respondo, y me voy hacia el comedor para estirarme cómodamente en el sofá dispuesto a hacer zapping, que es una de las particulares maneras que tengo yo de relajarme.
- Luego ya veremos si tu pequeño amiguito continúa tan juguetón –exclama desde la cocina.
- ¿Qué has querido decir con pequeño? –le grito haciéndome el ofendido.
Lo cierto es que, mientras bromeamos sin saberlo aún, esta noche no va a ocurrir nada en el terreno sexual. Diez minutos después de nuestra banal conversación propia de quinceañeros en celo, no puedo creer lo que llevo un rato viendo por televisión y que, hasta ahora, no me he dado cuenta de lo que significaba para mi.



- ¡Hanna! –grito-, ¡ven rápido!
- Ya voy, ya voy –contesta entrando en el comedor con cara preocupada-. Pero, ¿qué te pasa cariño?, estás pálido.
- Es este programa –le contesto sin poder apartar mis ojos de las imágenes que desfilan por la pantalla realmente confundido, desorientado, y con un creciente sentimiento de ira creciendo en mi interior.
Hanna, alarmada y sin comprenderme, se sienta a mi lado rodeando mis hombros con su brazo, intentando averiguar qué es lo que me turba de tal manera.
- Se llama Der Fingerabdruck des Verbrechens, y es una antigua serie española que había visto de adolescente, La Huella del Crimen. Me ha hecho gracia verla de nuevo, después de tantos años y en alemán, por lo que he comenzado a mirar el capítulo.
- ¿Y de que trata? –me pregunta Hanna sin entender muy bien aún las razones de mi excitación.
- Cada episodio –le explico nervioso- trata de un crimen notorio acontecido en la sociedad española. El de hoy estaba dedicado al que se conoció como el crimen del Jarabo.
Hanna me observa fijamente, esperando que mis palabras le puedan dar la clave de mi angustia.
- Ahora no recuerdo de si en su día vi este capítulo o no, pero , ¿sabes?, va de un hombre que asesina a un prestamista y a la mujer de éste, enloquecido por la búsqueda de una joya, un anillo que según le cuenta a su víctima, había empeñado tiempo atrás y que ahora le reclama una antigua amante.
Hanna comprende al fin.
- Pero, ¿esa es la historia que Wang te contó sobre tu padre, no?
- ¡Exacto!, solo que en el caso de mi padre era una gargantilla en lugar de un anillo. Algunos detalles –añado- parecen distintos, además no he visto el capítulo desde el principio, pero en esencia es la misma historia. Es imposible de que se trate de una casualidad. ¿Sabes lo que eso significa?
Hanna coge mis manos con suavidad en un intento de paliar mi desasosiego.
- Que todo lo que Wang me contó era mentira.
- Intenta calmarte –me dice con cariño, mientras las lágrimas aparecen en sus bellos ojos.
- ¿Como voy a calmarme? –le replico comenzando también a llorar como un niño-, ahora que existía una razón para que mi padre me hubiese abandonado, voy y me entero de esta manera tan tonta y casual de que todo ha sido un engaño. Que estúpido he sido.
- Pero, ¿quien querría....?, es decir, ¿a quien puede beneficiar que tengas una idea tan equivocada sobre tu padre?
- No lo sé Hanna, no lo sé. Ahora es tarde, pero mañana mismo, a primera hora, llamaré a Wang para pedirle explicaciones. Y por mis huevos que me las dará, ¡vaya si lo hará!, porque como no me explique de que ha ido todo esto, me planto en el puto monasterio y la borro a ostias esa sonrisa de gilipollas que tiene.
Hanna no hace comentario alguno y me deja proferir insultos e improperios varios. Luego nos quedamos un buen rato abrazados, hecho yo un manojo de nervios, mirando la televisión, viendo a José María Jarabo Pérez-Morris, que tiene las facciones del actor Sancho Gracia pero que, en mi subconsciente, acaba de convertirse en mi padre.

Cuando me despierto a la mañana siguiente, la cabeza me duele horrores. He pasado muy mala noche y casi no he podido pegar ojo esperando a que llegase el alba y, con ella, la hora de telefonear a Panillo. La de Hanna no ha sido mucho mejor precisamente. Además, la pobre ha tenido que ocuparse de levantar a Angus para llevarle al colegio y luego irse a trabajar.
A las diez de la mañana, cansado de hacer tiempo, telefoneo a Dag Shang Kagyu. Cuando atienden mi llamada creo reconocer que me hablan en chino o algo parecido.
- Hola, ¿está Wang?
Mi interlocutor sigue contestándome en una lengua extraña para mi.
- ¿Vous parlez français? –pregunto.
- Yes –me contestan al otro lado de la línea. Empezamos bien.
Intento calmarme y me esfuerzo en hacerme entender en inglés, expresándome entrecortadamente y explicando a grandes rasgos, pues no domino el idioma como para profundizar en detalles, mi entrevista con Wang. Al despedirme de mi interlocutor, un tal Bhati, que se identifica como nuevo líder de la comunidad budista de Panillo en sustitución del anterior supervisor del templo, Arja-Tseng, sé que Wang sencillamente no existe. Vamos, que allí no le han visto el pelo a nadie con ese nombre. Por cierto, durante los días en los que aseguro que estuve allí, el monasterio se encontraba cerrado en espera de unas reformas hoy felizmente concluidas para satisfacción del amable monje que me ha atendido.
Así pues, la única verdad de lo que descubrí en mi visita a Panillo es que tanto Arja-Tseng como Bhati, que se sorprende gratamente por mi cometario, es un admirador de Ronaldo y del Fútbol Club Barcelona.

Después de haber colgado, aún más confundido si cabe que ayer, regreso al dormitorio y me meto otra vez en la cama, a ver si soy capaz de dormir algo. Ni remotamente imagino que el causante de mi desazón, un judío polaco que vive a muchos kilómetros de distancia, está buscando la manera de darnos a mi y a mi padre una nueva oportunidad.

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