miércoles, 4 de mayo de 2011

Richardus QUINCE


Quince


Junio de 2004

Herido íntimamente por lo que he averiguado sobre mi padre, intentando mantener mi atención en cualquier otra cosa que aparte de mi cerebro el horroroso crimen que me ha sido descrito con pasmosa naturalidad, continúo observando distraídamente la calandra cromada de la pequeña furgoneta hasta que Wang se vuelve a dirigir a mi, recordándome la verdadera razón por la que me encuentro en aquel lugar.
- Debes perdonarle Jaume. Tu padre estaba enfermo. He leído mucho sobre temas relacionados con la psiquiatría, algo que me apasiona, y creo que no me equivoco si te afirmo que sufría de esquizofrenia.
- Ya veo –añado con sarcasmo-. Amante padre de familia de día y asesino adúltero de noche, un caso curioso de personalidad doble, como Jeckyll y Hyde.
- No, nada de eso. La esquizofrenia, aunque como casi todos los trastornos psiquiátricos es de difícil diagnóstico y a menudo comparte síntomas y manifestaciones con la doble personalidad, tiene bien poco que ver con ésta. Verás.
Al parecer ha dado comienzo una clase magistral de psiquiatría, y yo sin enterarme. No sé si voy a soportar toda esa palabrería. Intento no mostrarme descortés y atender a las explicaciones de Wang mientras echo de menos a mi amigo Jörg, quien seguramente me ayudaría a entender mucho mejor lo que voy a oír.
- El esquizofrénico –prosigue el monje dándome la espalda y mirando hacia el valle mientras yo me siento sobre una roca musgosa con la intención de, al menos, ponerme cómodo- razona de manera fragmentada o desorganizada, lo que a algunos de estos enfermos lleva a considerar que son otras personas. Pero eso no significa que tengan doble personalidad. Otro de los prejuicios que existen sobre ellos es que son violentos. No obstante, si bien es cierto que algunos han protagonizado sucesos cruentos que han obtenido una gran notoriedad mediática, la verdad es que las estadísticas son inapelables cuando se comparan estos actos de violencia con los más numerosos cometidos por ciudadanos, entre comillas, normales.
- Así que mi padre era un pobre esquizofrénico –le digo.
- Sí señor. Bueno, al menos así lo creo yo. Pero claro, yo solo soy un simple aficionado, sin titulación médica alguna.
- Y entonces, ¿como es que no le ayudaste?. Si creías que estaba enfermo, ¿no hubieses tenido que proporcionarle ayuda especializada?

Wang se gira despacio hacia mi y sonríe.
- No es mi cometido ayudar psicológicamente a las personas que vienen a Dag Shang Kagyu.
Ésta sí que es buena. Es la segunda vez que tengo que reprimir las ganas de abofetear a Wang. Una especia de aura negativa me embarga y no soy capaz de recordar el mantra de los cojones que sirve para alejar la ira de uno, y eso que ahora me iría de perilla.
- Mi objetivo –me aclara- es intentar que todo aquel que acude a nosotros alcance la armonía espiritual. No me culpes de la enfermedad de tu padre.
Decido seguir escuchando e intento acordarme del mantra tranquilizador.
- Aquel que llega hasta nuestro templo debe ser capaz de encontrar su verdadero camino por él mismo. Puede permanecer en el monasterio el tiempo que quiera y puede contarme si así lo desea lo que crea conveniente sobre su pasado y las razones que le hayan conducido hasta este lugar. Yo le escucharé, pero no le juzgaré. Tu padre, amigo mío, se pasó casi tres semanas sin hablar absolutamente con nadie, mostrando síntomas de sufrir un fuerte síndrome de abstinencia. Hasta que un buen día, estando yo en el huerto, se me acercó y, después de romper el hielo con alguna frase banal sobre las coliflores o los pimientos –no recuerdo ahora bien-, me contó casi de carrerilla todo lo que ahora te he explicado a ti. Posteriormente, volvió a caer en una especie de mutismo antisocial como el que le había caracterizado desde su llegada. Si te he de ser franco, yo también pensé al principio que se trataba de un caso de doble personalidad.
- Pero, desde tu erudición, no lo crees ya de esa manera ¿no es así? –Le provoco, pero en el caso de que Wang haya captado mis zafias intenciones, no lo deja entrever.
- Ya te he dicho antes que no puedo estar seguro del todo, pero sé que lo que conocemos vulgarmente como doble personalidad y que sería más acertado definir como personalidad múltiple, es un trastorno de los que se denominan disociativos. Es decir, que algunos aspectos de los enfermos que lo padecen, pierden la conexión con el resto de su ser, se disocian de su persona. En algunos casos se trata de recuerdos, de parte de la vida pasada. En otros, como en el de la genuina personalidad múltiple, una de éstas, la más dominante podríamos decir, ejecuta una acción mientras el resto asisten como meras espectadoras. Sea como sea, la diagnosis de tales trastornos es compleja incluso para los especialistas, con que imagínate para mi.
- Ya –digo por decir algo. Lo cierto es que empiezo a estar abrumado ante tanta información.
- A veces –prosigue incansable y encantado de escucharse-, para llegar a un dictamen más ajustado se acostumbra a utilizar un test llamado DES, que son las siglas en inglés de la escala de experiencias disociativas. En la versión de Putnam & Bernstein, que conseguí en la biblioteca municipal de Graus, se trata de cuestionarios autoadministrados por el enfermo o que sospecha que lo es, en el que éste debe rodear con un círculo las opciones que más se acercan a su propia experiencia como respuesta a un total de veintiocho preguntas.
Cuando aprecié que tu padre volvía a abrirse un poco y a intercambiar conmigo o con los esporádicos huéspedes del monasterio más de diez o doce palabras al día, le pedí que me acompañase al despacho y le hablé abiertamente del test y mis sospechas. Le pregunté si tendría algún problema en rellenar uno de los cuestionarios y me contestó que no tenía ningún reparo en hacerlo. Dio 19.5, lo que le situaba entre la media de los pacientes aquejados de trastorno de personalidad. Claro que, volviendo a lo que ya te he dicho antes, dicha puntuación también encaja en el rango correspondiente a los que sufren esquizofrenia. Lo único cierto es que a los cuatro meses y medio más o menos de estar aquí, justo el día antes de abandonar el monasterio, me pidió que me pusiese en contacto contigo y averiguase si tenías algún interés en conocer las razones que le llevaron a abandonarte. En caso afirmativo me autorizó a contarte la historia que te he revelado. En el despacho vio que poseía una colección de postales con ilustraciones correspondientes a las estaciones del Tokaido y se le ocurrió que te las podía ir enviando para hacer que en tu interior creciese la curiosidad. Lo de interrumpir ese juego antes de hora ha sido idea mía –se estaba alargando más de lo necesario-, así como lo de escribir el mantra en la última postal con la foto del monasterio. Pensé que te intrigaría mucho más.
- Bueno –le interrumpo-, pues ya he venido y ya me has contado la historia secreta y oculta de mi padre, el enfermo. Supongo que hubiese sido mucho más sencillo hacer una simple llamada de teléfono, pero ¿qué se le va a hacer?. En fin. Y ahora, ¿qué quieres que haga?
- Nada Jaume. La búsqueda finaliza aquí porque he de decirte que, lamentablemente, tu padre falleció.
No sé por qué, pero imaginaba algo así. Y mientras Wang aguarda mi reacción, yo me siento culpable por no experimentar tristeza alguna.
- Su coche –me explica- nunca llegó a Graus después de dejarnos. Lo encontraron unos guardias forestales en el fondo de un barranco a poca distancia de aquí. El cuerpo de tu padre había salido despedido del vehículo y había ido a parar bajo unas zarzas a escasos metros de éste. El tramo de carretera desde el que se despeñó era recto y ancho, y en el firme no se encontró ninguna marca de neumáticos por lo que la policía mantiene que tu padre muy probablemente debió suicidarse. Yo, si te soy sincero, opino lo mismo. Lo siento mucho.



Suspiro sin saber que hacer o decir. Me imagino a mi padre, cayendo en su coche montaña abajo y atravesando el parabrisas al impactar contra el fondo del barranco. Me pregunto si en ese instante, en esos últimos segundos de su vida, pensó en mamá, en mi o en Frida, e intentó alejar de mi tamaña incertidumbre. Si estaba realmente mal de la cabeza, tal y como Wang me asegura, vete a saber en quien o qué estaba pensando.
- He querido que conocieses la historia en toda su crudeza –me aclara el monje-, sin maquillar, dándote la oportunidad de escoger de qué manera quieres recordarle. Puedes elegir el camino del resentimiento, tu padre os abandono, no hay discusión sobre ello, o el de la compasión, la que se debe a los enfermos que son incapaces de controlar su voluntad. Puede decirse, incuso, que tu padre se apartó heroicamente de vosotros para no arrastraros con él al pozo en que caía. Además, piensa que con este rocambolesco juego de las estampitas no buscaba otra cosa que llamar tu atención e implorar tu perdón.
- Ya veo –respondo-. Pero, ¿sabes una cosa Wang?, lejos de ayudarme, lo que todo esto ha hecho ha sido confundir aún más mis sentimientos hacia su figura. Quizás hubiese sido mejor haber dejado las cosas como estaban, no sé.
Wang me coge del brazo y me acompaña hasta la casa de huéspedes.
- Por favor, quédate los días que necesites –me dice cuando llegamos ante el pequeño edificio anexo al templo-. En Dag Shang Kagyu no te marcaremos fecha de salida, y tampoco te pediremos nada a cambio de nuestra hospitalidad. Contribuye económica con lo que consideres correcto, o ayuda en las labores de limpieza o en el cuidado del huerto, lo que quieras. Tu trabajo, sea cual sea, será bienvenido.

Wang sonríe mientras yo asiento y me abandona a las puertas de una pequeña habitación parecida a una celda de monasterio dominico por lo austera. Cuando me deja solo, me siento en el borde del catre con el cubrecama azul marino con estampado de caracolas más horrible que he visto jamás, y respiro hondo. No sé si llorar o reír, y por primera vez en todo el día pienso en Angus y Hanna. Sé que debería telefonearla, pero la verdad es que no me encuentro con ánimos para hablar con nadie. ¿Como decirle a tu mujer, a más de mil kilómetros de distancia, que has descubierto que tu padre era un esquizofrénico que después de abandonarte de pequeño tomó una vida disoluta que le llevó a asesinar a tres seres humanos poco antes de suicidarse? Por supuesto, Jörg estaría encantado con la historia, pero a mi me toca demasiado cerca. Evidentemente, a mi madre no le contaré ni una palabra de todo ello. La mataría del disgusto.

Por otro lado, espero que ese tipo de trastorno mental no sea hereditario. Lo cierto es que me asusta pensarlo, sobre todo por Angus. Decido que ya nada me retiene en el templo y me asaltan unas irrefrenables ganas de salir corriendo y no parar hasta llegar a Colonia par lanzarme en los brazos de mi hijo. Así pues, regreso al edificio principal en busca de Wang. Cuando le encuentro le explico la situación tal como la siento. Es innecesario que extienda mi estancia allí. Él se limita a sonreírme, por lo que interpreto que le importa un bledo lo que haga. Y hace bien. Yo vuelvo a fijarme en el póster que cuelga tras su escritorio. Esta vez no puedo reprimirme.
- Ah, por cierto, hace tiempo que Ronaldo ya no juega en el Barcelona.
- ¿Quien es Ronaldo? –me pregunta ,y no sé si me toma el pelo o qué. Por si acaso, le devuelvo la sonrisa y me preparo para salir de allí repitiendo en mi interior el mantra que disuelve los pensamientos negativos y que acabo de recordar, intentando vivamente que disminuya mi creciente animadversión hacia el monje.

- Om akshobya hum, om akshobya hum, om akshobya...

1 comentario:

  1. Suspiro sin saber que hacer o decir. Me imagino a mi padre, cayendo en su coche montaña abajo y atravesando el parabrisas al impactar contra el fondo del barranco...

    ¡Espeluznante!

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