martes, 12 de abril de 2011

Richardus DOCE (I)

Doce



Mayo de 2004

He quedado con Jörg para comer. Mientras camino por la zona peatonal de BreiteStrasse y me detengo de tanto en tanto a mirar los aparadores de las pastelerías –los dulces son una de mis perdiciones- o a respirar la mezcla de aromas de los puestos ambulantes de flores, no dejo de darle vueltas a lo que me mantiene preocupado. Que yo recuerde ahora, desde la última vez que salí con él –me parece que fue a cenar a un restaurante tailandés- mi padre me ha enviado cuatro postales más: Okabe, Fujieda, Shimada y la que recibí anteayer, aunque para ser exactos esta última no era una estampa del Tokaido. Cuando llego a EhrenStrasse, el centro neurálgico del barrio gay de Colonia y zona comercial con el mayor número de zapaterías que yo tenga constancia, veo a mi amigo sentado en un mesa de la terraza del Spitz. Le doy un abrazo y, como se me ha hecho tarde, no me siento con él. Jörg apura su botellín de Perrier y se levanta. Nos dirigimos con paso rápido hacia el Quattro Cani, un italiano que se precia en ofrecer el mejor tiramisú de la ciudad.
- ¿Dentro o fuera? –me pregunta Jörg al llegar. Yo le contesto que me apetece comer en las mesas del exterior.
- Necesito que me de el aire, estoy un poco agobiado.
- Ya lo noté cuando me llamaste para quedar, ¿qué es lo que te pasa?, ¿tienes problemas de salud o dinero?. Oye, ¿no será Hanna?
- No, nada de eso –le tranquilizo-. Bueno, a decir verdad, tampoco es que económicamente vaya muy bien.
Jörg deja escapar una risotada.
- ¿Me lo dices o me lo cuentas?, yo soy de esos a los que nadie escuchaba, si no era para criticarme, que cuando la mayoría brindaba por la reunificación me echaba las manos a la cabeza pensando en los años que nos quedaba por sufrir por culpa del tremendo gasto que se avecinaba. Y aquí lo tienes.
- La reunificación –añado-, y los redondeos al alza en la conversión al euro.
- Calla, calla –me replica-. Ya me veo mendigando a la puerta de algún Banco de aquí a nada.
- No te rías –le reprendo-, yo he pensado en ello más de una vez. De hecho he redactado mentalmente en varias ocasiones una carta a tal efecto. El comienzo sería lo de menos. Podría empezar con un “Admirado señor Bill Gates”, o Warren Buffett, o Karl Albrecht, o cualquiera de los nombres que engrosan los primeros renglones de la Lista Forbes, para luego continuar con algo parecido a “Me he enterado por la prensa de su predisposición a las actividades filantrópicas. Pues bien, ¿para qué dedicar importantes sumas de dinero a organizaciones internacionales que diluirán sus activos entre una masa anónima de personas?, ¿no le parece que le supondrá una mayor satisfacción personal conocer a la familia a la que ayuda? Me presentaré. Mi nombre es Jaume Bas, soy inmigrante y no tengo un trabajo remunerado fijo. Mi esposa, Hanna, trabaja como auditora. No tiene un mal salario, pero entre la hipoteca, el día a día que incluye alimentarnos y vestirnos nosotros y nuestro hijo Angus, no nos queda para demasiados extras que digamos.”



Jörg, anodadado, me escucha con atención.
“Por ello he pensado en Usted y me he atrevido a enviarle estas líneas. En realidad ¿qué son unas decenas de miles de euros?, apenas unas migajas para alguien que posee una fortuna de cientos de millones. Sin embargo, para mi familia supondría la tranquilidad económica. Todo eso revertiría en nuestra felicidad y convertiría a Angus en un adolescente saludable y contento. Piénselo, le aseguro que si me concede un pedacito de su generosidad, le haré llegar una foto de mi familia y escribiré una dedicatoria del tipo ‘por siempre agradecidos’. De esa manera, podrá mirarla cuantas veces quiera y decirse a sí mismo, henchido de humana satisfacción, ‘Ahí está, esa es una familia feliz. Y todo gracias a mi’. ¿No es tentador?. Afectuosamente, suyo por siempre y bla, bla, bla..., Jaume Bas”.

- Tío, tú eres un freak –me dice Jörg sin creerse aún lo que acaba de escuchar de mis labios-. Todo esto no lo has improvisado, tú llevas tiempo dándole vueltas al tema.
-No señor –respondo algo avergonzado-, lo que pasa es que como te he confesado, he pensado en ello un par o tres veces, aunque no demasiado en serio.
- Pues me ha sonado a algo muy elaborado, la verdad.
- Que va. Será que soy escritor y tengo facilidad para soltar rollos. Estate tranquilo, todo esto no es más que una broma, algo que nunca realizaré.
- Ya, bueno. Veta a saber, quizás no serías el primero que lo hace.

El camarero que nos viene a atender interrumpe sin saberlo este momento surrealista. Lo cierto es que yo mismo me he sorprendido de lo claro que tenía el texto en mi cabeza cuando –y en eso no he mentido a mi amigo- solo he fabulado con la idea en un par de ocasiones.
Pedimos lassagna y cambiamos de tema pasando a hablar de la liga de fútbol. Pero cuando nos traen la comida Jörg retoma el hilo de la conversación inicial.
- Hazlo –me dice de pronto.
- Oye, ¿te crees que soy uno de tus internos a los que se le ha frito la sesera?
Jörg arquea las cejas burlón, seguro de que me está tocando las narices.
- El No ya lo tienes –añade antes de dar un sorbo a su lambrusco-, ¿qué puedes perder yendo a buscar el Sí?
- A ver –le digo, intentando dar por zanjado un tema que, además, no era el que había provocado nuestro encuentro-, en primer lugar no tengo ninguna confianza en que tal demostración de humillante mendicidad surtiese efecto alguno. Y, en segundo lugar, ¿a donde coño se envía una carta así? Todos sabemos que las direcciones postales de los miembros de la lista Forbes acostumbran a corresponder a las sedes centrales de alguna de sus empresas. Además, esos hombres tienen una existencia tan paranoica que cualquier envío que reciben debe pasar por una criba tan tupida que una misiva de tal índole nunca llegaría a sus manos. A lo sumo acabaría en el archivo circular –léase papelera- de algún secretario que no daría crédito a que pudiese existir alguien tan gilipollas.
- Pues nada, tendrás que acabar tu libro para conseguir ese dinerillo que necesitas. ¿Ya avanzas con el de los Reyes Magos o no?
- Que va, hace ya tiempo que lo tengo aparcado.
- ¿Y eso?, a mi me gustó el argumento. Además –bromea Jörg- era toda una oportunidad para hacer amigos entre los habitantes de Colonia. Estoy viendo los titulares el día de la publicación, “Inmigrante desagradecido se burla de los que le acogen y muerde la mano que le da de comer”.
Pego un bufido y me sirvo lambrusco para rehuir la mirada irónica de mi amigo, que ríe con ganas.
- Dime la verdad –me dice al fin-, esta comida era para hablar de tu padre y no de tus necesidades económicas, ¿verdad?
- ¿Como?
- Tu estado anímico, la angustia que se te advierte –me dice-, es por él, ¿no?. ¿Aún te envía aquellas postales japonesas?
Aguardo a que el camarero retire los restos del primer plato y nos deje en su lugar unos escalopines de cerdo al roquefort antes de sacarme algo del bolsillo de la chaqueta y mostrárselo a Jörg.
- Mira esto.
Él coge la postal que le enseño, mira la foto detenidamente y luego le da la vuelta.
- Monasterio de Panillo, Huesca, España –lee en voz alta.
- La recibí antes de ayer –le digo.
- ¿Y esto? –pregunta señalando el texto-, “om akshobya hum”.
- Lo he buscado en internet. Es un mantra. Si lo repites una y otra vez, dicen que alejas de tu espíritu los pensamientos negativos.
Jörg me tiende la postal. Yo mastico un buen trozo de escalopín y le contesto mientras unto un pedazo de panecillo en la salsa al roquefort.
- No sé qué pensar. Faltaban más de la mitad de las estaciones de Tokaido. Me había acostumbrado a recibirlas. Me asustaba la idea de que un día se acabarían y que entonces, suponía, algo tendría que ocurrir. Sin embargo, al paso que íbamos, calculaba que eso no pasaría hasta el 2006 o el 2007, dependiendo de la cadencia de los envíos. Ello me permitía esconder la cabeza bajo el ala, como un avestruz muerto de miedo. Pero ahora, hace dos días como te he dicho, abro el buzón y me encuentro con esto. El monasterio de Panillo, pone ahí, ¿y donde narices está eso?
- Huesca, España –me contesta Jörg rápidamente.
- Oh vamos, no estoy para comentarios ocurrentes.
- Mira Jaume –me cuenta sacando su vena de educador-, te explicaré una cosa que en apariencia no tiene relación alguna con lo que te está pasando, pero déjame hablar.
En África, no recuerdo exactamente en qué lugar, existe un pez pulmonado que vive en unos ríos que se forman, regular aunque brevemente, en una zona castigada por fuertes y prolongadas sequías. Cuando el agua se retira de los cauces, esos animalillos respiran llenando de aire una vejiga que pueden dilatar y comienzan a cavar galerías en el fango comiéndose el lodo, que luego expulsan por las branquias. Luego se enroscan y se envuelven en una mucosa que ellos mismos generan. Así pueden sobrevivir hasta la nueva estación de lluvias. Pero, en éstas que, mientras tanto, entra en juego la población de ese lugar, que tiene como principal recurso de subsistencia la fabricación de ladrillos, los cuales se forman mayoritariamente con el fango de los lechos secos de los riachuelos, y que sirven para edificar casas, a veces, a muchos kilómetros de allí. Cuando llueve en esos nuevos lugares, las fachadas de esas edificaciones se empapan y, en ocasiones, ello provoca que los peces pulmonados que fueron atrapados en esos ladrillos abandonen su letargo. Así es como, literalmente, las casas lloran peces. Los habitantes de esas ciudades, al principio, achacaron ese fenómeno a los espíritus. Y así siguieron pensando hasta que unos reporteros documentalistas de la NHK, la cadena de televisión estatal de Japón, decidieron investigar lo que pasaba hasta llegar a la raíz del suceso.

Todo esto, que no parece tener gran relación contigo –pero que me pareció curioso y tenía ganas de contarte-, me sirve para decirte algo que creo que es importante. Lo mejor para conocer el origen de algo es precisamente buscar el punto de partida. Japón y la ruta del Tokaido quedaban un poco lejos, pero esta última postal te lo ha puesto en bandeja. Yo, de ti, me presentaría en Huesca, en ese monasterio.
- Ya lo había pensado, no creas –reconozco-. Pero, ¿qué voy a encontrar?
- Eso solo lo averiguarás si vences tu terror y vas allí.
- A lo mejor tienes razón –le contesto, aunque albergo muchas dudas sobre lo que de verdad tengo que hacer.
Cuando el camarero recoge nuestros platos y nos pregunta qué tomaremos de postre, ambos respondemos al unísono que tiramisú.






5 comentarios:

  1. Por cierto ¿qué tal le sale el tiramisu?¿algún truco?

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  2. Hombre, es que tampoco es un postre por el que mate o muera. Me gusta, pero entre eso y -pongamos por caso- una pannacotta, tiro sin pensarlo para la nata.
    Saludos.

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  3. Lo decía mas que nada por intentar mejorar recetas y experiencias de ahí: ¡Lastima!

    Lo mio, en petit comite es el chocolate...
    Gñe!

    Pd: sin segundas-ojito que le conozco-

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