miércoles, 9 de febrero de 2011

Richardus UNO (II)

Casi cuatro horas después de esa conexión, una pareja de horrorizados campesinos de la localidad de Bascapé, en la provincia de Pavía, dieron aviso a los Carabinieri tras toparse con los restos aún humeantes de un avión, diseminados por una extensa área de campos de cultivo de su propiedad. A partir del instante en que la ciudadanía tuvo conocimiento de la trágica noticia del accidente, la convicción de que a causa de éste se había producido el fallecimiento de Enrico Mattei fue generalizada. Sin embargo, no sería hasta la madrugada siguiente, después de todo un día de duro trabajo a lo largo del cual se prolongaron las labores de búsqueda, que se dio por desaparecido de manera oficial al presidente del ENI.

Huelga decir que desde el mismo instante en que el luctuoso suceso trascendió a la opinión pública, la rumorología popular comenzó a mover sus siempre bien lubricados engranajes. Y así, cientos de análisis de lo acaecido –algunos de ellos de lo más peregrino, todo hay que decirlo- pudieron escucharse en despachos, bares, emisoras de radio y corrillos de amigos.

No era ningún secreto que hacía tiempo que la Mafia había colocado a Mattei en su punto de mira, por lo que la idea de que la sanguinaria organización criminal estaba tras la muerte de los ocupantes del reactor fue de las primeras que con bastante fundamento se extendió entre el pueblo italiano, tanto en Sicilia como en el resto de la península.

No obstante, a los analistas con cierto rigor no se les escapaba que para poder enjuiciar correctamente el suceso era obligado no perder de vista el hecho que el difunto empresario se había granjeado una buena lista de poderosos enemigos, entre los que destacaba la violenta OAS –siglas de Organisation de l’Armee Secrete- integrada por militares franceses destinados en Argelia y contrarios a la independencia de dicho país y a su consiguiente desvinculación con la metrópoli. La OAS no había ocultado nunca el odio que profesaba a Mattei a causa de, entre otras cosas, las generosas –a la par que interesadas- subvenciones que el ENI había concedido al GPRA, el gobierno provisional independiente argelino. Generosas por su cuantía e interesadas porque, evidentemente y como acostumbra a ocurrir siempre cuando se mezclan política y negocios, buscaban una clara contraprestación.

A Mattei –él mismo lo había reconocido en privado- le importaba un pimiento el ansia de autogobierno de los argelinos, pero deseaba obsesivamente obtener el control, o gran parte de éste, de la producción de crudo del Sahara. Y sabía que, de continuar Francia en el país norteafricano, ese crudo nunca iría a parar a manos italianas o, lo que era aún peor, a sus manos.

Total, que como es sabido, finalmente Argelia había conseguido su ansiada independencia tras cuatro meses después de la firma de los acuerdos de Evian por parte de DeGaulle, en aplicación de los cuales se establecía el cese de hostilidades y la disolución, al menos oficialmente, de la OAS. Pero la decisión de que Mattei no se beneficiara de ello ya había sido tomada con anterioridad. Y no había marcha atrás.

La misma mañana de su muerte, pocas horas antes de que su flamante aeroplano despegara con la elegancia acostumbrada desde la pista principal del aeropuerto de Catania-Fontanarrossa, un joven que nunca con anterioridad había pisado aquellas instalaciones pero que, sin embargo, vestía el mono de trabajo reglamentario de los mecánicos del hangar de Mattei, se había encargado de llenar los depósitos de la nave con algo menos del combustible necesario para un trayecto hasta Milán. Jorge –ese era su nombre-, aplicando los conocimientos adquiridos en un taller de reparación de camiones, había alterado los instrumentos de lectura del nivel de carburante. En un principio había tenido dudas sobre si sería capaz de conseguirlo, pero al final resultó que Fructuoso, su mentor, había tenido razón. “En el fondo, muchacho –le había asegurado-, todas las máquinas son iguales. Lo diferente es el vehículo en el que se montan”. Lo que ninguno de los dos supo nunca es que el MS760 hacía meses que había sido modificado para rebajar su consumo de combustible y que, de no ser por culpa del persistente viento de cara que el aparato iba a encontrarse en su vuelo hacia el aeropuerto de Linate, el plan que se habían propuesto llevar a cabo había estado muy cerca del fracaso.

Cuando el avión inició su ascenso, internándose en el brumoso cielo de Catania hasta convertirse en un puntito en la lejanía, Jorge se despojó del mono y lo arrojó a un contenedor de basura. Luego, con altas dosis de adrenalina surcando aún sus venas, se encaminó con paso decidido hacia la puerta de salida de la terminal. Una vez allí esperó por espacio de unos veinte minutos aproximadamente, mientras observaba el ir y venir de empleados y pasajeros, a que el impecable Peugeot 304 de color marfil se detuviese ante él.


- ¿Algún problema? –preguntó Fructuoso desde el interior a través de la ventanilla abierta del asiento del copiloto. La enorme sonrisa que le cruzaba la cara de oreja a oreja demostraba la sincera confianza que depositaba en su joven cómplice.
- Ninguno. Todo ha salido según lo habías planeado –contestó Jorge a la vez que subía al automóvil, el cual arrancó inmediatamente dispuesto a dejar atrás el aeropuerto.

La pareja no tardó en llegar a Messina. Una vez allí, Fructuoso aparcó el coche a unos escasos treinta metros de la puerta de entrada del Hostal Escila. Jorge y él se separaron. El chico subió a la habitación que tenían alquilada en el establecimiento y se dispuso a aguardar tumbado sobre la cama, quedando rápidamente sumido en un profundo sueño hasta bien entrada la tarde. Fructuoso, por su parte, marchó en busca de una medio novia a la que conocía desde hacía ya algunos años, una siciliana de enormes pechos, teñida de rubio, que no se depilaba las axilas y que a él le recordaba a la actriz Silvana Mangano, comparación ésta que no hacía otra cosa que poner de manifiesto una vez más la increíble capacidad imaginativa de la que Fructuoso disfrutaba.

Cuando el Don Juan estuvo de regreso en el hostal y despertó a Jorge, el sol había comenzado a ocultarse y todas las emisoras habían dado ya la noticia del accidente.
- Toma –le dijo a su amigo-, he traído bocadillos de pepperoni y unas cocacolas.
- Gracias –respondió Jorge, muerto de hambre, mientras se desperezaba y se incorporaba dispuesto a devorar con avidez su emparedado y a escuchar como Fructuoso alardeaba de lo bien que su Fiorina le había chupado la minga y de lo satisfecha que había quedado la italiana después de los cuatro polvos –o al menos eso aseguró él- con los que la había obsequiado a lo largo de la jornada.

Ya de noche, pocas horas antes de que se diese por muerto a Enrico Mattei –amén del corresponsal de Time y dos oficiales de vuelo- de manera oficial, Jorge y Fructuoso abandonaron el Hostal Escila y se dirigieron en el Peugeot hasta un muelle del puerto algo alejado de la estación de transbordadores. Allí les esperaba Renato Frusciante, preparado para hacerles cruzar el estrecho sin hacer preguntas y con una buena cantidad de liras –gentileza de la OAS- abultando el bolsillo de sus sucios y raídos pantalones de faena.
Iniciada la travesía, cuando ya les separaban de la línea de la costa más de una centena de metros, Fructuoso le ofreció a Jorge un Lucky. Hasta ese instante, intencionada y deliberadamente, había obviado cualquier referencia a la misión.

- ¿Estás bien? –preguntó, mientras se encendía otro cigarrillo para él. La niebla, fría y espesa, apareció como por ensalmo y envolvió la cubierta del viejo barco de pesca.
- Sí, gracias –contestó el joven con aire pensativo-. La verdad es que estoy algo desconcertado ¿sabes?. He provocado la muerte de cuatro personas y, bueno, lo cierto es que no siento gran cosa.
- Eso es que aún no te ha dado tiempo a digerir lo que has hecho –aseveró Fructuoso con el semblante circunspecto-, pero ya lo harás, no te preocupes amigo mío. Matar es fácil, demasiado. Con los años te darás cuenta, pero también comprobaras que cada muerte deja marcas en el alma muchacho. Y guárdate de aquel que te diga lo contrario.
Jorge asintió y dio dos caladas nerviosas a su casi extinto Lucky, antes de arrojar la colilla por la borda.
- ¿Hace más frío o me lo parece a mi? –preguntó, súbitamente aterido.
- Es la niebla –respondió Fructuoso, esbozando una sonrisa maliciosa después de guiñarle un ojo a Renato en un gesto que le paso desapercibido a Jorge-, que protege a Caribdis.
- ¡Vero! –exclamó el pescador, que se santiguó tres veces antes de proferir unas sonoras carcajadas que Fructuoso secundó ante un sorprendido Jorge, total desconocedor de la particular mitología del lugar.

Atravesado el estrecho, la pareja y el Peugeot desembarcaron en Villa Sangiovanni y, sin perder apenas tiempo, pusieron rumbo a Barcelona turnándose en la conducción y sin detenerse más que para echar alguna ocasional meada. En poco tiempo, el mundo dejaría de pensar en Mattei y volvería sus ojos a la crisis de los misiles en Cuba.

6 comentarios:

  1. eto que é? su novela por capítulos??

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  2. Caramba, veo que me sigue usted con atención (ironía, ¿lo nota?).

    Pues sí, hace un par de días así lo expliqué. Puede consultar entradas anteriores si lo desea.

    Ha que ver...

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  3. ay qué ver, ay que ver!!! si es que se lo tengo que contar todooo!!
    Estoy de reformas en casa, más liá que la pata un romano!!! y aún así, no falto a mi cita...

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  4. Silvia Mangano
    gracias.
    Rica estaba la jodia condena.

    Siempre es agradable reller buenos pasajes.

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