Mi última reseña del fin de semana se la voy a dedicar a La Mosquitera, un cinta española que afrontaba sin tener la más mínima idea de su argumento. Lo poco que había leído de ella es que era extraña, dura, opresiva, de esas en las que una historia de apariencia dulce e inocente esconde una realidad cruda y descarnada. Pero la verdad es que –después de verla y de intentar digerirla- si bien no le resto a la película un ápice de rareza, no sé si es tan profunda que no he sido capaz de comprenderla o es que no había para tanto y todo lo que se cuenta en ella es pretendidamente trascendente pero más bien anodino.
A ver amiguitos, en resumen nos encontramos en La Mosquitera con un matrimonio y su hijo; ella –Alicia- una ilustradora aparentemente pusilánime, anímica y sentimentalmente alejada de su marido, mucho más unida –quizás obsesionada- a su hijo, él –Miquel- un tipo que bajo su supuesta capa de serenidad y resignación parece esconder una violencia que tapa una soberana impotencia para mantener a su familia en armonía y el hijo –Lluís-, un adolescente hípersensible –recoge animales desvalidos, es introvertido, toca el piano... vamos, uno de esos frikis a los que ahostiaría con gusto- que se encuentra completamente fuera de sitio en el seno de esa familia. Pero es que ni se entiende por qué ese adolescente de los cojones está enfadado con la vida, ni por qué la madre se siente vacía o aburrida ni por qué el padre se comporta como se comporta. Bueno, miento. Visto el panorama, si se entiende por qué el padre va detrás de la empleada del hogar. Luego hay una serie de personajes de aquellos que también hay que dar de comer aparte, como la hermana de Alicia –Raquel-, que no duda en insinuar que su cuñado maltrata psicológicamente a Lluís y a los pocos segundos es capaz de castigar cruelmente a su pequeña hija por una nimiedad, y sobre todo a María –la madre de Miquel-, una anciana senil que habla por boca de Robert –su marido- quien inventa los diálogos que entre ellos se producen y juega a suicidarse junto a su esposa con el gas de la cocina. Total piltrafillas, que la fotografía me ha gustado mucho, la pobre Susanita me ha dado mucha pena... pero no entiendo demasiado bien qué es lo que aporta esta fábula ni qué era lo que pretendía su realizador que los espectadores extrajésemos de ella. Quizás buscaba esto, la absoluta perplejidad.
A ver amiguitos, en resumen nos encontramos en La Mosquitera con un matrimonio y su hijo; ella –Alicia- una ilustradora aparentemente pusilánime, anímica y sentimentalmente alejada de su marido, mucho más unida –quizás obsesionada- a su hijo, él –Miquel- un tipo que bajo su supuesta capa de serenidad y resignación parece esconder una violencia que tapa una soberana impotencia para mantener a su familia en armonía y el hijo –Lluís-, un adolescente hípersensible –recoge animales desvalidos, es introvertido, toca el piano... vamos, uno de esos frikis a los que ahostiaría con gusto- que se encuentra completamente fuera de sitio en el seno de esa familia. Pero es que ni se entiende por qué ese adolescente de los cojones está enfadado con la vida, ni por qué la madre se siente vacía o aburrida ni por qué el padre se comporta como se comporta. Bueno, miento. Visto el panorama, si se entiende por qué el padre va detrás de la empleada del hogar. Luego hay una serie de personajes de aquellos que también hay que dar de comer aparte, como la hermana de Alicia –Raquel-, que no duda en insinuar que su cuñado maltrata psicológicamente a Lluís y a los pocos segundos es capaz de castigar cruelmente a su pequeña hija por una nimiedad, y sobre todo a María –la madre de Miquel-, una anciana senil que habla por boca de Robert –su marido- quien inventa los diálogos que entre ellos se producen y juega a suicidarse junto a su esposa con el gas de la cocina. Total piltrafillas, que la fotografía me ha gustado mucho, la pobre Susanita me ha dado mucha pena... pero no entiendo demasiado bien qué es lo que aporta esta fábula ni qué era lo que pretendía su realizador que los espectadores extrajésemos de ella. Quizás buscaba esto, la absoluta perplejidad.
Me daba una pereza de la hostia mirarla. Ahora aún más...
ResponderEliminarEn su caso, sólo la miraría para llevarme la contraria. Y no sé si vale la pena.
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