El fotógrafo que os presento ahora en esta entrada mezcla de recomendación artística y de reflexión antipática es el francés Philippe Robert, un tipo que estudió Cinematografía en París y Los Angeles, dirigió diversos programas de televisión en Francia y trabajó en el mundo de la moda publicando editoriales en magazines como Interview, Harper’s Bazaar, Elle o Paris Match. Sin embargo, por lo que más se conoce a Philippe es por haber fotografiado a Carla Bruni un buen número de veces desde que la conoció cuando ella contaba con sólo 17 añitos y era –todo hay que decirlo- una belleza que me enamoraba desde las páginas de algunas de esas revistas.
Lástima que ahora esta mujer que como yo nació en 1967 pero que –contrariamente a lo que me ocurre con otros coetáneos- no me es nada simpática, me provoque de todo excepto admiración. Sí amiguitos, la Bruni me da rabia, me cae fatal. Considero que es de una falsedad que asusta y que después de crecer en el seno de una semiaristocrática familia italiana de alto nivel económico, pasar la juventud en el etéreo y superficial mundo de la moda, vivir con un editor literario y hacer sus pinitos con una guitarra –es decir, tras la opulencia, el lujo, el glamour y sus devaneos con la cultura y la intelectualidad- un día debío pensar ¿qué me queda por experimentar?, y se respondió EL PODER. Así, ahora podemos verla en actos oficiales diversos con esa cara de autosuficiencia y con total ausencia de naturalidad, sabiéndose protagonista –evidentemente sabe defenderse ante los focos mucho mejor que la mujer de Godon Brown, por ejemplo- desplegando cada uno de sus estudiados movimientos. En fin, mientras Nicolas siga encoñado, ella podrá vivir su sueño. Pero –fijaos bien-, yo a esta pareja le doy dos días amiguitos. Ya veréis que cuando el petit homme deje la política –o la política le deje a él- la que tampoco tardará en abandonarle será Carla. Incluso –mirad lo que os digo- la italiana podría no esperar tanto.
Lástima que ahora esta mujer que como yo nació en 1967 pero que –contrariamente a lo que me ocurre con otros coetáneos- no me es nada simpática, me provoque de todo excepto admiración. Sí amiguitos, la Bruni me da rabia, me cae fatal. Considero que es de una falsedad que asusta y que después de crecer en el seno de una semiaristocrática familia italiana de alto nivel económico, pasar la juventud en el etéreo y superficial mundo de la moda, vivir con un editor literario y hacer sus pinitos con una guitarra –es decir, tras la opulencia, el lujo, el glamour y sus devaneos con la cultura y la intelectualidad- un día debío pensar ¿qué me queda por experimentar?, y se respondió EL PODER. Así, ahora podemos verla en actos oficiales diversos con esa cara de autosuficiencia y con total ausencia de naturalidad, sabiéndose protagonista –evidentemente sabe defenderse ante los focos mucho mejor que la mujer de Godon Brown, por ejemplo- desplegando cada uno de sus estudiados movimientos. En fin, mientras Nicolas siga encoñado, ella podrá vivir su sueño. Pero –fijaos bien-, yo a esta pareja le doy dos días amiguitos. Ya veréis que cuando el petit homme deje la política –o la política le deje a él- la que tampoco tardará en abandonarle será Carla. Incluso –mirad lo que os digo- la italiana podría no esperar tanto.
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