sábado, 25 de julio de 2009

Dying Breed






Piltrafillas, en este caluroso día en el que he cometido el error de salir a la calle a tomar unas cuantas fotografías –mañana las veréis publicadas- y sudar como un cerdo, me decido a ver una película mientras el aire acondicionado trabaja a destajo y un vaso de ron añejo reposa a poca distancia de mi mano. ¿Y qué bonita obra del séptimo arte habré escogido –os preguntaréis- para pasar estas primeras horas de la tarde? Ni más ni menos que Dying Breed, una cinta de terror de la que he leído unas críticas aceptables. Vamos allá.




La historia parte con cuatro personas que deciden internarse en los bosques de Tasmania para buscar pruebas de la existencia del mítico tigre autóctono. El grupo lo forman una científica cuya hermana murió años atrás en la zona, su novio, un amigo de la infancia de éste y la joven que el último ha invitado para no sentirse sólo en el transcurso de la investigación. Pero amiguitos, lo que parecía una excursión por parajes preciosos se convertirá en una pesadilla. Lo que sigo sin entender es como aún se ruedan películas en las que se pretende hacer creíble que alguien en su sano juicio no salga huyendo despavorido cuando da con una tribu de frikis como la que nuestros amigos protagonistas se encuentran. Si dejamos eso a un lado, Dying Breed ha supuesto una buena distracción palomitera que sin ser nada del otro mundo consta de interpretaciones dignas –que ya es mucho más que lo que acostumbro a encontrar en muchas de las frikadas que veo- y de momentos de tensión que culminan en un final angustioso. En definitiva, una cinta amena que consigue provocar algunos sustos y ha cumplido su cometido de hacerme pasar el rato de una manera aceptable.

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