Os contaré una cosa piltrafillas. Cuando entré a trabajar en mi empresa actual, el que por entonces era presidente acostumbraba a entablar conversaciones conmigo que se alejaban del ámbito estrictamente laboral. Nuestros casuales encuentros en la cafetería o por los pasillos comenzaban con un típico buenos días o algo parecido a lo que él añadía un ¿cómo va todo?
Yo, un jovenzuelo de veintipocos años, despreocupado y felizote, le respondía sonriendo que muy bien, a lo que el presidente me respondía muy serio que eso no podía ser, que el trabajo era un castigo bíblico y que si estaba contento es que algo iba mal. Evidentemente, tras varios de esos encuentros, a su pregunta sobre cómo me iba todo, yo respondía con una sonrisa irónica que fatal. Lamentablemente, con el paso del tiempo y bajo el mando de un tercer presidente ya, mi empresa ha conseguido que mi sonrisa haya desaparecido y ha logrado convertir mi trabajo en el castigo bíblico que –al parecer- debía haber sido siempre. Aún así amiguitos, en estos inciertos tiempos que están corriendo, algunos -con hipotecas y otras deudas que satisfacer- debemos mostrarnos satisfechos y agradecidos por ir a trabajar cada mañana, aunque sea con ansiedad, desgana, totalmente quemados y la negatividad corroyendo nuestras entrañas. Hay quienes no tienen esa suerte. Hoy, más que nunca, presentemos nuestros respetos al TRABAJO.
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