sábado, 11 de abril de 2009

Piratería


Leo hoy las palabras de Bernardo Estrada, sacerdote del Opus Dei, declarando que prefiere el ateísmo y las campañas contra la existencia de Dios al relativismo y la despreocupación. Piltrafillas, esa opinión enlaza con aquello que dijo alguien sobre la conveniencia de que hablen de uno, aunque sea mal. El fantasma de la indiferencia ante los conceptos intangibles aparece cuando el desempleo, el desahucio o la dificultad de poner el plato en la mesa se convierte en realidad palpable para cada vez más seres humanos, algo mucho más trascendente a corto plazo que la eternidad.

Por otra parte –sin que tenga aparente relación con lo anterior- leo que ayer en Logroño se dictó la primera sentencia de este tipo contra un internauta que desde su página web permitía que terceras personas se bajasen películas de forma gratuita. El delito está en que el sujeto en cuestión ingresaba beneficios por publicidad insertada en dicha página. La idea –que crea jurisprudencia, supongo- está clara: compartir ficheros en redes p2p de manera desinteresada no es delictivo, lo es lucrarse por ello.
Todos los que llevamos años consumiendo música recordamos cuando nos comprábamos el último vinilo de Iron Maiden –por ejemplo- y lo siguiente que hacíamos era grabar algunas copias en cassette para los compañeros del colegio que nos lo pedían. Ellos hacían lo mismo para nosotros con sus álbumes de –pongamos por caso- Led Zeppelin. Era, amiguitos, una arcaica muestra de una precursora red p2p.
Ahora la SGAE y algunos artistas echan sapos y culebras por la boca acusándonos a algunos de no amar la música y de actuar contra los artistas. Amiguitos, llevo años adquiriendo vinilos, singles, cedés... tengo una colección –pequeña, pero muy superior a la de la mayoría de la gente- de más de seiscientos álbums, y a veces he pagado un montón de pesetas o euros por una obra de la que al final sólo me han gustado un par o tres canciones. Mientras parte de mi presupuesto y del de otros amantes de la música se iba cada mes en visitar la tienda de discos –antes se las llamaba así piltrafillas-, los músicos que seguíamos se convertían en multimillonarios y se compraban mansiones. Todos no, claro está –los Gabinete Caligari no son U2 o Metallica, por supuesto-, pero digamos que ningún músico conocido malvivía.
Ahora algunos le ven las orejas al lobo, y ponen el grito en el cielo. Pues nada, será cuestión de trabajar duro y ofrecer conciertos atractivos en lugar de limitarse a la promoción por emisoras radiofónicas a golpe de talonario y por cutres programas de televisión haciendo patéticas actuaciones en playback. Ya veréis como los únicos grupos que ganan dinero en este país son aquellos que no paran de dar vueltas por nuestras ciudades actuando en vivo. Algunos, incluso, han regalado su música a través de la denostada internet prescindiendo de compañías –ahí les duele- para promocionarse y recoger sus merecidísimos beneficios sudando la gota gorda ofreciendo su arte desde lo alto de un escenario. Eso sí, el que vivía de hacer versiones o cantar con poca voz y de vender sus cedés en El Corte Inglés, ese lo va a tener crudo. Pues nada, a joderse, que ya nos habéis sacado los cuartos muchos años.

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