sábado, 7 de febrero de 2009

Killer Barbys






Y si ayer se acabó la tarde con una gran tormenta de granizo cayendo sobre Barcelona, hoy –en parte gracias a los fuertes vientos que barren la zona- el sábado ha amanecido con sol. Así pues me he propuesto comenzar la tanda de peliculillas del fin de semana con algo distraído y alegre, algo como Killer Barbys, de Jess Franco. La historia –protagonizada por Silvia Superstar, la escultural cantante del grupo de punk rock gallego The Killer Barbies- cuenta como una banda punk llamada Killer Barbies –ficción y realidad se confunden- se encuentra de gira rodando en su camioneta. Una noche, se pierden de camino a una actuación y tienen un pequeño accidente –un hecho para nada fortuito- por lo que deben pedir alojamiento en un tenebroso castillo en el que vive una tal Condesa Olga. Cuando la banda la conozca al día siguiente de su llegada, les sorprenderá la belleza madura de la mujer, aunque nosotros sabemos que tiene ya muchos más años de los que aparenta y que –para conservar su lozanía- debe conseguir la sangre de jóvenes incautos.




La cinta, que tiene banda sonora de los propios Killer Barbies y cuenta con la colaboración de Santiago Segura –tan desmadrado como siempre-, no es más que otra versión de la historia de la Condesa Bathory y no tiene mayor interés que asistir a una nueva obra de culto casposo del realizador madrileño. Para los de Vigo supuso colocar en el mercado un enorme vídeo clip y para el Tío Jess hacerse con un público que –a causa de su juventud- poco o nada conocía de él. Eso sí, el guión es de pena y el resultado final falto de ritmo y con trozos totalmente prescindibles. La escena del interminable polvo en la furgoneta con los enanos cambiando las Barbies por un monstruoso pájaro muerto y Santiago Segura meneándosela se hace eterna y cansina. Deciros –para quienes no lo sepaís- que el montaje corre a cargo de Rosa Maria Almirall, que no es otra que Lina Romay, musa, compañera y eterna protagonista –no en esta ocasión- de las eroticofestivas obras de Franco. Lo dicho, un pasatiempo pseudoerótico-terrorífico-musical sin demasiadas complicaciones –y con menos pretensiones- para una mañana de sábado dedicada a la relajación. Y es que hay que homenajear al Tío Jess aún cuando factura truños del tamaño de este. ¡Semos frikis, piltrafillas!

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