Le toca ahora a Tracey Emin, una joven y provocadora artista británica que –me permitiréis que emita un juicio subjetivo y sin base científica- está un poco desquiciada. Sus inicios bebían de la influencia –atormentada- de Munch o Schiele, pero más tarde renegó de ellos, quemó sus obras primerizas y se matriculó en Filosofía. Lo dicho, una mujer con cierto desequilibrio. Su primera exposición consistió en fotos de esos cuadros destrozados y otros objetos personales. Su primera entrevista en televisión la concedió borracha y atiborrada de tranquilizantes, es amiga de Damien Hirst –lo que ya nos dice mucho sobre ella y su estilo iconoclasta entre revulsivo y fraudulento- y cuenta entre sus obras más conocidas con My bed, una instalación que tenía como protagonista a su propia cama deshecha, rodeada de condones usados, ropa interior manchada de sangre y otros detritus domésticos por el estilo. La hago constar aquí como una de las exponentes de lo que se ha llamado Young British Artists, pero no es que me guste demasiado.
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