jueves, 21 de agosto de 2008

Ausentes








Después de comerme un plato poco saludable consistente en patatas fritas, huevo frito, bacon frito y unas bolitas de falafel que compré en la tienda de los congelados, inicio una tarde cinéfila con Ausentes, de Daniel Calparsoro. El guión, del propio director y de Ray Loriga, así como la participación como protagonistas de Ariadna Gil y –sobre todo- Jordi Mollá presagiaban un rato agradable, aunque algunas críticas que había leído intentando que no me destripasen en argumento me hacían estar un poco a la defensiva.

Comienza la película y me entero de que Julia –casada, con dos hijos- busca trabajo como ejecutiva. Seis meses después sigue sin ocupación. El problema no es tan grave porque –al parecer- la familia no necesita de su sueldo para vivir. Es más un tema de afán de realización personal. Sin embargo todo indica que decide tirar la toalla. Un buen día, ella, su marido –Samuel, un tipo extraño, tranquilo en apariencia, que posee un tono de voz neutro y nunca pronuncia una palabra más alta que otra, al menos de momento- y los niños se trasladan a un exclusivo barrio de casas unifamiliares. Todo está limpio, tranquilo, parece seguro –hay cámaras por todas partes-, pero.... no hay nadie más. Julia se da cuenta de pronto de que la urbanización está desierta.

No llevo ni media hora de película y siento como la angustia crece poco a poco. Y, de hecho, no ha ocurrido nada malo, todo es –en teoría- idílico. Entonces, ¿por qué estoy incómodo? Entonces comienzan a pasar cosas extrañas, Julia ve cosas que luego no están ahí, se encienden electrodomésticos que no recuerda haber conectado... y me entero de que no es la madre de los niños y de otras cosas que hacen que tenga la sensación de que esta película ya la he visto antes. Cuando llega el final –pretendidamente- sorpresivo veo que mis sospechas eran ciertas y que lo que llevo pensando desde el minuto 14 era cierto. Si a eso le sumamos que la composición de los personajes de Ariadna y Jordi es bastante pobre –la una en un papel de víctima y el otro como individuo ambiguo que no sabes si te cae bien o mal-, digamos que –sin disgustarme- no me parece que haya asistido a una gran película.

Desde el punto de vista estético, ahí sí que no tengo queja. Me ha gustado mucho la fotografía, esas tomas panorámicas, esos tonos fríos, casi asépticos, aunque –de nuevo impresión negativa- tan oníricos y carentes de vida que hasta eso eran pistas. Mi veredicto: Se puede ver, pero no os perdéis nada si no lo hacéis.

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