jueves, 27 de abril de 2017

Viaje a Japón, día 8: Nara

 
 
 
 
 
 
 

Hoy me he levantado a las 6:30 a.m. para buscar una pastelería abierta y comprar unos bollos de crema y chocolate en los que poner las velas a mi hija, que cumple dieciocho años en Kyôto. Después de desayunar hemos ido a la estación para coger la la línea D de JR en dirección a Nara, antigua capital del país como también lo fue Kyôto y lugar en el que se encuentra el Tôdai-ji, la construcción de madera más grande del mundo, que alberga un Buda gigante de bronce que sigue siendo impresionante pese a que, al haber sido refundido en varias ocasiones, en la actualidad es un tercio del tamaño original. 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Al llegar al templo nos ha caído un chaparrón que nos ha importunado un rato, pero que se ha ido igual que ha venido. Ójala hubiese sido igual el martes pasado (ver Día 4). Otra de las atracciones del recinto de templos –y negocio para los vendedores de galletas– son los cientos de ciervos sika que campan a sus anchas y que son considerados por el sintoismo como mensajeros divinos. No son en absoluto peligrosos, pero hay que tener cuidado porque han perdido el miedo y la vergüenza y en ocasiones mordisquean la ropa de los turistas si sospechan que en los bolsillos llevan alimento. 


Tras dejar atrás la zona del Tôdai-ji, hemos paseado por Nara, caminando por el distrito de Naramachi y por las galerías comerciales de Higashimuki, antes de regresar a Kyôto. Después de aprovechar para hacer ya la compra de los billetes de Shinkansen de mañana y darnos una ducha, nos hemos dirigido a un local de la cadena Musashi en los bajos de las galerías de la estación para darnos un festín de sushi a modo de celebración por la mayoría de edad de mi hija.

Día 7

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