domingo, 1 de mayo de 2016

Camino solitario


Mi primera reseña dominical es para una cinta de Jesús Franco –así es, aún quedan muchas que no han pasado por aquí– de mediados de los 80 titulada Camino solitario. Rodada en la Costa del Sol y protagonizada por Candice Coster y Robert Foster, que no son otros que el valenciano Antonio Mayans y Lina Romay, pseudónimo a su vez de la barcelonesa Rosa María Almirall, esta película escrita, dirigida y fotografiada por el mítico realizador madrileño nos cuenta como el investigador Alfredo Pereira –uno de los personajes recurrentes en la filmografía de Franco al que incluso interpretó él mismo en una ocasión– es enviado casa de los Raden cuando estos contratan a la agencia de detectives en la que trabaja. Allí, Eva le explica a Pereira que han requerido sus servicios para que encuentre a su hermana Adriana, una mujer –según ella– sensible, apocada, inocente y sin amigos que ha desaparecido de casa. Teme que esté herida o que se haya suicidado pensando erróneamente que la haya dejado de querer. En esas que aparece en escena el marido de Eva –un Ricardo Palacios jadeante y sudoroso que da angustia de ver– que echa por tierra la versión idealizada de su esposa y le cuenta a Pereira que Adriana es una arpía, violenta, egoísta y envidiosa que le hace la vida imposible a su hermana y que seguramente está corriéndose alguna fiesta por ahí sin preocuparle el sufrimiento de Eva, que es en realidad la hermana de buen corazón. Total, que Pereira irá buscando a Adriana por Torremolinos mientras se queja de que su trabajo no tiene el glamour que las películas norteamericanas transmiten. En esas, Pereira encuentra una pista de la mujer en un piano bar, pero aparecen unos tipos que le amenazan con darle una paliza si sigue haciendo preguntas. El detective, sin embargo, no tarda en toparse casualmente con Adriana y, aunque esta logra zafarse de él, finalmente nuestro amigo la localizará de nuevo y la llevará a la mansión de los Raden. El caso ha sido resuelto. O eso parece, porque todo se complicará para el detective cuando José, un camarero del mismo piano bar que Pereira había visitado en sus pesquisas tras la pista de Adriana, desaparece sin dejar rastro. Y resulta que su tío, que le contratará para que le encuentre, es también el médico particular de Raden. 


Amiguitos, mezclada con momentos eróticos en los que no faltan las habituales dosis de lesbianismo, la cinta disfruta de escenas de Pereira en casa con su hija –Flavia Mayans, la propia hija del actor haciendo casi de ella misma– en su faceta de padre separado que le ayuda a hacer los deberes regalándonos infectos chistes sobre los Hunos y los Ostrogodos, a los que el investigador llama “los Unos y los Ostros... godos” –en fin, humor de grueso calibre–, y tiene algunos fallos simpáticos como el del cliente del restaurante Gato viudo, mirando fíjamente a la cámara en una escena, con cara de preguntarse qué coño estaban rodando en sus narices. Por otra parte, esta Camino solitario de argumento enrevesado también nos ofrece momentos hilarantes por lo cutre-casposos, como cuando Pereira le quita el teléfono en una cabina a una cría de unos dos años y mientras vemos como habla por el aparato escuchamos como la madre de la pequeña le dice que no se ponga imbécil, la niña le llama guarra a su madre y esta le pega a la cría mientras otra señora le recrimina la paliza apelando a los derechos humanos. En fin, piltrafillas, otra recomendable dosis de cine del Tío Jess –y la Tita Lina– con humor, intriga y algo de carne. Imperdible.

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