martes, 31 de marzo de 2015

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Jean Jacques Andre


Finalizo el mes con Jean Jacques Andre, un marsellés que desde los siete hasta los doce años iba cada domingo a la ópera. Fascinado por las bellas bailarinas que para sus ojos infantiles semejaban ángeles e influenciado por la obra pictórica de su padre, un artista que en sus óleos representaba sátiros, ninfas y personajes de leyenda, no es de extrañar que cuando emigró al Canadá con poco más de veinte años para iniciar una carrera como fotógrafo, el cuerpo femenino se convirtiese en el protagonista de sus fascinantes trabajos con la cámara.

lunes, 30 de marzo de 2015

Nicolas Coulomb


El último lunes de marzo se lo dedico a Nicolas Coulomb, quien –después de estudiar filosofía en la Sorbona– descubrió en Lausana su pasión por la fotografía, iniciando un proceso de aprendizaje que le llevó hasta Novembre Magazine, en donde desarrolló su creatividad llegando a convertirse en su editor. También ha colaborado con publicaciones como SS14, Next, Dazed and Confused o Modzik.

domingo, 29 de marzo de 2015

Elle Hanley


Entramos en la antesala de la Semana Santa con la norteamericana Elle Hanley, una fotógrafa de Seattle con la que hoy bajo la persiana de este colmado del arte que intento que sea mi blog. Por supuesto, estáis todos invitados a entrar... mientras lo permitan los gerifaltes de Mountain View.

La Papesse


Amiguitos, mi segunda reseña de hoy es para una película francesa de mediados de los años 70 dirigida por Mario Mercier, un poeta, pintor y realizador con únicamente tres títulos en su haber, que con La Papesse nos regaló una cinta que –al menos en apariencia– se parecía a las historias de terror y erotismo de Jean Rollin o Jesús Franco. En realidad, esta es menos lúbrica y mucho más inquietante. Protagonizada por Jean-François Delacour, Lisa Livane y la guapa Erika Maaz, al igual que en las obras de los mencionados Rollin y Franco, también en La Papesse hay sexo. Sin embargo, en este caso no se nos muestra con la joie de vivre acostumbrada. Mientras que en aquellas, uno ya ve que en la historia de brujería, vampirismo o similar se han colocado alegremente varios desnudos con ánimo estimulante, en esta película, el sexo es extraño, desagradable, humillante y rodeado de violencia. Quizás por esa razón parece ser que La Papesse no gozó de buenas críticas en su día, aunque –en mi opinión– se trata de una propuesta muy interesante pese a que las interpretaciones dejan mucho que desear. Al principio vemos como una tal Iltra y dos acólitos someten a un hombre a un extraño rito iniciático. Después de unos créditos iniciales sin interés visual alguno pero con una estupenda música cuyo sonido me ha recordado al Fender Rhodes de Ray Manzarek, el argumento nos muestra la pelea entre el pintor Laurent, un artista obsesionado con el ocultismo que desea entrar en una secta, y su esposa Aline, que después de tres años de matrimonio se encuentra sola en su casa en medio del bosque sin que su marido le dedique las atenciones necesarias. Laurent reacciona a sus reproches diciéndole que ella no está a la altura de lo que él necesita y pidiéndole que se separen. Tras la pelea, abandona el hogar y –retomando las primeras escenas de la película– vemos como Laurent sufre los latigazos que los compañeros de la bella y depravada Iltra le propinan. 


Laurent se desvanece y, en su sueño, ve a su propia esposa fustigada por unos misteriosos encapuchados a los que comanda él mismo, que obligan a Aline a comulgar una hostia negra. Aline despierta en su cama y resulta que ese sueño también lo ha sufrido ella, que además sufre alucinaciones, creyendo escuchar voces en su habitación e incluso viendo por un momento marcas de latigazos en su espalda. Cuando Laurent se recupera del castigo, Iltra le cuenta cómo ha traspasado telepáticamente parte de su dolor a la esposa de este para que le fuese más llevadero sobreponerse al sufrimiento. Por fin, Laurent conoce a la papisa de la secta, Géziale, que a cambio de traspasarle sus enseñanzas le exige total sometimiento a sus órdenes. Mientras, Aline continúa con alucinaciones que la llevan de noche hasta el bosque. Allí sorprende a unos ladrones que la siguen hasta su casa donde, muerta de miedo, intenta suicidarse ingeriendo pastillas. Por suerte, la cantidad no es letal y Aline sólo cae en un profundo sueño. Así la encuentra Laurent cuando se presenta en su hogar con Iltra, por lo que deciden llevársela a la comunidad para cuidarla. Sin embargo, al llegar a la mansión en la que esa especie de secta hippie-satánica a las órdenes de Géziele reside, Aline es sometida a salvajes vejaciones sin que Laurent haga nada por ella. En fin, amiguitos, a partir de ese momento seremos testigos de los bizarros ritos de Géziele, Iltra y su pléyade de seguidores con un objetivo al que Laurent no será ajeno y que nos llevará por oscuros caminos de sexo, violencia y locura. Si os soy sincero, a mi me ha gustado. Claro que, eso tampoco es garantía de nada.

El Niño


Piltrafillas, después de hablaros de La isla mínima y Magical girl, cedo finalmente a mis reticencia iniciales y os traigo hoy a otra de las cintas galardonadas en la reciente edición de los premios Goya, aunque –todo hay que decirlo– fuese en aspectos técnicos o de baja enjundia. La verdad es que no me acababa de convencer ni el tema –poco original a estas alturas–, ni las imágenes que había podido ver... ni la excesiva utilización de Jesús Castro como icono reclamo de una película que cuenta con actores tan excelentes como mal aprovechados. Un cartel más oscuro, menos luminoso, con Luis Tosar, Eduard Fernández y Sergi López en un primer plano, hubiese dado carácter y fuerza a esta pretendida película policíaca. Claro que también hubiese ayudado al resultado final un poco menos de metraje, la eliminación de la subtrama amorosa y más dosis de violencia y fuerza interpretativa. Vamos, lo que uno espera de una historia realista de narcotráfico e investigaciones criminales a las puertas de un paraíso fiscal del que se habla muy de pasada en –aún no os había dicho el título– esta El Niño


El argumento que nos cuenta la película es, por un lado, la historia de tres amigos, el Niño, el Compi y Halil, que con el objetivo de ganar dinero fácil –¡poneos a trabajar, haraganes!– se convierten en narcotraficantes navegando a través del estrecho de Gibraltar. Por otra parte, tenemos a Jesús y Eva, una pareja de policías que hace dos años que van detrás de la organización de un misterioso e intocable criminal que reside en Gibraltar al que apodan el Inglés. De momento, las investigaciones no están dando los frutos esperados y el fracaso en una operación provoca que Jesús sea trasladado como piloto de helicóptero de la patrulla aérea del estrecho. Será entonces cuando conozca al Niño y sus compañeros. Dirigida por Daniel Monzón y coescrita por él mismo y Jorge Guerricaechevarría –habitual guionista de Álex De la Iglesia y que ya colaboró con Monzón en la premiada Celda 211, también con Tosar de protagonista–, El Niño es un pretendido thriller de lo más inverosímil, pareciendo más el retrato de unos jóvenes sin valores que, como si fuese lo más natural y normal del mundo, deciden traficar con droga –Fernando Colomo ya rodó Bajarse al moro hace más de veinticinco años, no hacía falta una revisión del tema– que una película policíaca seria. Además, el resultado echa tal tufo a telefilme que –después del éxito televisivo de El Príncipe el año pasado- se hacía del todo innecesaria y no aporta nada nuevo al panorama. Así pues debo ser sincero con vosotros y os diré que la película no es mala, se hace levemente entretenida –aunque ya os he comentado que en sus más de dos horas hay bastantes pasajes imprescindibles–, pero para nada se trata de una obra a destacar en el panorama cinematográfico español del pasado año. Eso y que ni tan sólo los Goya recibidos –si acaso el de sonido- me parecen acertados.