jueves, 31 de marzo de 2011

Michael Massaia









Fascinante me parece el trabajo de este fotógrafo de New Jersey llamado Michael Massaia, especializado en obras de gran formato en blanco y negro impresas con la técnica del platino/paladio y en la manipulación de coloridas Polaroid, centradas en su totalidad en paisajes de Nueva York y su ciudad natal.

Richardus NUEVE (II)

El bueno de Hosni Mubarak, nacido en el seno de una familia burguesa y adinerada, había ingresado a los dieciocho años en un colegio militar. Ambicioso e inteligente, fue escalando peldaños hasta entrar en la Academia del Aire, en donde fue piloto de combate, instructor de vuelo, Comandante de Base y acabó siendo enviado a la Unión Soviética para ampliar sus conocimientos. Y fue precisamente a su regreso cuando tuvo que asistir impotente a la aniquilación del ejército egipcio a manos de Israel en la primera jornada de la Guerra de los seis días. Dos años después del fallecimiento de Nasser, Sadat le convirtió en su mano derecha y en Comandante en Jefe del Ejército del Aire. En 1973 atacó a Israel en el cruento marco de la que se dio en llamar Guerra del Yom Kipur, pero volvió a asistir a la derrota de sus efectivos. Inexplicablemente para la mayoría de los observadores internacionales, lejos de ser castigado por tan estrepitoso fracaso, Mubarak se vio convertido en héroe nacional gracias a la voluntad del pueblo egipcio. Sadat, a su vez, le nombró Vicepresidente y Jefe de todos los ejércitos. Sin embargo, si lo analizamos, ¿fue eso un premio en realidad? Mubarak era el típico soldado de carrera, disciplinado, con una sólida formación castrense. En política y relaciones diplomáticas, no obstante, estaba tan verde como una lechuga. Ni tenía la experiencia ni el carisma necesarios. Aún así, Anwar El Sadat le colocó al frente del departamento de enlace con los distintos gobiernos occidentales que poseían intereses en Oriente próximo. Desde ese puesto tuvo que –entre otras cosas- pasar la vergüenza de explicar ante los delegados de las naciones prosoviéticas como su jefe había viajado a Jerusalén para presentar sus deseos de paz al gobierno de Israel, verdugo del pueblo árabe.
- Sí, está bien –dijo Khaled-, se hará como dices. Ciertamente la visión de un vengativo Mubarak conspirando contra el hombre que le había apartado de la vida militar y se había bajado los pantalones ante quienes tantas veces habían humillado a su país era, cuanto menos, verosímil.
- No mataremos a Mubarak –prosiguió-, pero, por supuesto, esperamos que tus promesas en nombre de esos misteriosos y anónimos individuos a los que representas se cumplan. En caso contrario, amigo mío, no habrá agujero en el mundo que pueda ocultarte de nosotros.
Richardus ni se inmutó –o, mejor dicho, hizo ver que aquellas palabras no le afectaban lo más mínimo- antes de dar una última orden.
- Sabemos que en la tribuna también estará Boutros Ghali. A él tampoco le pasará nada, ¿entendido? Khaled le propinó tal manotazo a la mesita de mimbre que varios pastelillos saltaron de la bandeja y fueron a rodar por el suelo.
- A veces es difícil que no se extravía alguna bala, son cosas que acostumbran a ocurrir. Richardus se le encaró.
- No en esta ocasión. Vosotros os quitáis de encima a Sadat y nosotros os proporcionamos dinero y armas. A cambio, las Naciones Unidas quedan al margen ¿estamos? Mis jefes son poderosos, pero hay estamentos a los que de ninguna manera quieren molestar. O aceptas las condiciones o no hay trato. Ah, y por supuesto, si no cumples tu palabra tampoco habrá lugar en el que puedas esconderte. Khaled Eslambouli se quedó pensando durante unos segundos y, finalmente, dio su conformidad al plan.
- Y recuerda –dijo-, solo hay una cosa más fuerte que la libertad, y es el odio contra aquellos que tratan de arebatárnosla. Antes de despedirse, aún tuvo tiempo de intentar exasperar a Richardus.
- Voy a contarte un chiste –le dijo con la boca llena, después de llevarse a ésta un nuevo pastelillo-. Es sobre dos judíos que se encuentran en Beirut caminando torpemente sobre los escombros después de la explosión de un coche bomba. Oiga –dice uno-, ¿puede ayudarme?, estoy buscando a mi esposa. Yo también –replica el segundo-, ¿cómo es la suya?. Pues delgada, alta, con las piernas muy largas, la piel suave, los ojos verdes y una cabellera negra ondulada. ¿Y la suya? –a lo que el otro responde-. No, por favor, busquemos a la suya. Khaled estalló en carcajadas, lo mismo que el viejo de la granada de mano. Richardus, sin perder la serenidad, esbozó una sonrisa.
- Veo que tienes sentido del humor. Eso me gusta, ¿sabes?. Lo cierto es que no estamos aquí para contarnos chistes pero, para que no digas por ahí que soy un tipo antipático, voy a explicarte uno también. En este caso se trata de un pastor palestino al que la incultura y el odio no dejan discurrir con claridad. Khaled miró fijamente a Richardus, dejando de sonreír.
- Ya verás –prosiguió-, es corto pero muy gracioso. Resulta que el hombre se encuentra con una lámpara de cobre, la frota y se le aparece un genio. Éste le dice que le concederá un único deseo, pero le avisa de que le dará a su vecino el doble de aquello que le pida para sí. Y el pastor exclama : sácame un ojo. Richardus rió con ganas.
- ¿No te hace gracia?, pensaba que tenías sentido del humor. Cuando Richardus se despidió de Khaled, buscó en vano la figura del viejo guardaespaldas. Bajó las escaleras y salió a la calle. Cuando pisó la acera, los guardias seguían en el mismo sitio. Pasó junto a ellos y echó a andar de regreso a su habitación en el Hotel Nasser. Por primera vez en varias horas sonrió. El hombre del traje gris con el que había conversado brevemente en el vestíbulo del hotel a primera hora de esa mañana se lo había dejado muy claro. El objetivo a eliminar era Sadat, y había tiempo para preparar una operación con sumo cuidado. No era cuestión de precipitarse. La carta Khaled solo debía jugarse si se conseguía de éste el compromiso de no tocarle ni un pelo ni a Mubarak ni a Ghali. Ahora Richardus estaba satisfecho. Una vez más lo había conseguido. Era bueno en su trabajo, pero no era ningún jovencito. Había cumplido ya cuarenta años y el esfuerzo psicológico que este tipo de operaciones le exigía era cada vez más difícil de sobrellevar. Meses después, el 6 de Octubre, Sadat asistió al desfile que las fuerzas armadas dedicaron a los caídos en 1973. En un momento dado, su ayudante personal, Fawzi Abdul Hafez, armado únicamente con una pistola automática, se dio cuenta –demasiado tarde- de que la parte anterior de la tribuna de personalidades en la que se encontraban se hallaba desprotegida a expensas de un eventual ataque terrorista y tuvo un presentimiento. En ese mismo instante, una formación de Mirage pasó en vuelo rasante sobre los espectadores del desfile, quienes miraron hacia el cielo casi al unísono, justo cuando Sadat se ponía en pie para saludar a un reducido grupo de soldados que acababan de descender de un vehículo blindado. El pequeño comando de integristas radicales, miembros todos ellos de la Jihad Islámica, abrió fuego contra el dignatario con sus metralletas, mientras lanzaban algunas granadas de mano. Además del Jefe del Estado, ocho personas más perdieron la vida. Milagrosamente, Hosni Mubarak salvó la suya al igual que un asustado Boutros Ghali, quien afortunadamente resultó indemne.

Las acciones del Ejecutivo egipcio no se hicieron esperar. A partir de ese momento, Mubarak y su hombre de confianza, Fovad Allam, jefe de los servicios de seguridad del país, iniciaron una implacable campaña de purgas, no exenta de torturas y ejecuciones, que tuvieron como prioridad oficial descubrir a los autores materiales del magnicidio, pero de la que ciertos grupos de opinión no dudaron en asegurar que se trataba de una vía para establecer depuraciones y eliminar a diversos miembros de una trama con la que Mubarak no quería verse relacionado. A tal efecto, el ahora nuevo hombre fuerte de Egipto y sus allegados más directos, no dudaron en investigar a la Jamalat Islamiya, un organización que se dedicaba a aportar soluciones basadas en el Islam para diversos conflictos sociales, a la hermandad musulmana Al Da’wa, apoyada soterradamente por Arabia Saudita y los Estados Unidos para limitar el avance de la doctrina comunista en Oriente medio y próximo, a la Jihad Islámica e incluso al sheik Al-Azhar, máxima autoridad religiosa de El Cairo. Pero Mubarak seguía sin conseguir que se apartase de su persona la incómoda sombra de la sospecha. Sin el respaldo de las masas, necesario para conducir con éxito al pueblo por el camino de la paz iniciado por su predecesor, Mubarak vio como de pronto los Estados Unidos, o intereses muy próximos a éstos, comenzaban a presionarle. Si había creído que la falta de cariño por parte de la población egipcia podía ser un buen pretexto para alejarse de la política de acercamiento a Israel que Sadat había iniciado, se equivocaba. Así pues, el acto final de esta tragedia no tardó en llegar a su fin. Hosni Mubarak estaba postrado, más que sentado, en el sillón del escritorio de su despacho. Parecía que su –al menos en apariencia- frágil cuerpo hubiese menguado desde la fecha del atentado, y daba la impresión de que la butaca se lo podía engullir de un momento a otro.
- No señor, no sé quien era. El que le hablaba, en voz muy baja, era Sufi Abu-Talib, quien había asumido temporalmente la jefatura del Estado hasta que la Asamblea designase de manera oficial a Mubarak como nuevo Presidente.
- Pero me confió que su nombre en clave era Richardus.
- ¿De la CIA tal vez? –preguntó el abatido Mubarak.
- No. Vamos, no lo creo. Si hago caso de mi intuición, lo le relacionaría más con en entorno de Kissinger que con la gente de Langley.
- Bah. Distintos perros... –exclamó Mubarak dejando la frase inacabada.
- En resumen –prosiguió Abu-Talib-, que o sigues defendiendo a muerte los postulados de Anwar y promueves el cese de hostilidades contra Israel, o los Estados Unidos apoyarían a los judíos en el caso de un hipotético pero más que probable nuevo conflicto entre ellos y nosotros.
- ¡Demonios!, ¿quien se cree que es ese tal Richardus para darme órdenes? Abu-Talib calló.
- ¿Tú le crees? –preguntó Mubarak, hundiéndose cada vez más en su asiento. - Bueno, tú lo has dicho. Nadie que no goce de un respaldo de muy alto nivel se hubiese atrevido a contactar conmigo para transmitirme ese tipo de consignas tan irrespetuosas. Por ello decidí dejarle marchar. En mi opinión, creo que no hablaba por hablar y que realmente tienes bien pocas opciones. Además, Occidente está inquieto por culpa de los persistentes rumores de conspiración. Declararnos partidarios de la política de Sadat ayudaría a acallar las voces críticas y supondría una inmejorable ocasión para lavar nuestra cara ante el mundo. Mubarak suspiró, y asintió.
- Amigo mío –dijo-, alguien nos ha convertido en títeres. Y lo peor de todo es que no nos hemos dado ni cuenta. Ocúpate de prepararlo todo, me voy a descansar.
Así, de esta manera tan poco ortodoxa y sin tener liderazgo claro de su país, Hosni Mubarak se convirtió ante la humanidad –bajo la tutela más o menos encubierta de los Estados Unidos- en un acérrimo continuista de la actitud conciliadora de su predecesor. En Abril de 1982, Israel devolvió a Egipto la península del Sinaí, pero invadió impunemente el sur del Líbano, llegando hasta Beirut con el objetivo de arrasar las bases de la OLP. La retirada, después de innumerables presiones internacionales, no llegaría hasta 1985, año en el que un nuevo suceso iba a poner en peligro la siempre frágil estabilidad mundial.

Dorian Cleavenger









Surrealismo, fantasía, realismo y sensualidad son varias de las características que definen la obra del ilustrador Dorian Cleavenger, artista norteamericano que gracias a sus numerosos libros –si visitáis su página encontraréis un portafolio muy extenso- y a la línea de figuras basadas en sus dibujos es conocido en todo el mundo y a quien se atribuye la creación del término pseudo-realism.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Fish

Dave Perry Re-visited







Sí piltrafillas, este fotógrafo californiano llamado Dave Perry ya pasó en un lejano 19.08.08 por este espacio, aunque en aquella ocasión sólo le dediqué espacio a una de sus obras. Y mirad si fui injusto que al recuperarle me he dado cuenta de que no iba a tener suficiente con una nueva entrada. Por eso os presento hoy –nuevamente- a este enamorado de la cultura hot-rod y las pin ups en una entrada que podría titular Perry Part I.

Misha Burlatsky







Nada os contaré de Misha Burlatsky, este interesante fotógrafo de San Petersburgo que se dedica a hacer ambrotipos, una antigua técnica fotográfica que se utilizó sobre todo a finales del siglo XIX en los Estados Unidos y que en la actualidad algunos artistas han recuperado.

martes, 29 de marzo de 2011

Nico Bustos










Y este es el renombrado fotógrafo español Nico Bustos, un tipo que se dedica a la moda y la publicidad además de los retratos de celebridades y cuyos trabajos habréis podido ver en campañas para Mango o Sita Murt y en las páginas de Vogue, Harper’s Bazaar o V magazine.

HELL

Jenny Hands









Os presento ahora a la fotógrafa británica Jenny Hands, una profesional establecida en Londres que lleva diez años realizando editoriales de moda para los más prestigiosos magazines.

Richardus NUEVE (I)

Nueve

Agosto de 1981 El verano tocaba a su fin y, con él, en gran parte, finalizaba también la ola de calor que había estado azotando sin piedad a la ciudad de El Cairo, provocando los sangrientos disturbios que habían enfrentado a la población copta con los fundamentalistas islámicos. Para estos últimos, la reciente concesión del Nobel de la Paz a Anwar El Sadat ex aequo con su homólogo israelí, Menaghem Begin, era la peor de las afrentas. El tratado de no agresión firmado entre ambas naciones dejaba, siempre desde su punto de vista, las manos libres al estado hebreo para seguir sometiendo al pueblo palestino, consciente de que ya ningún país árabe era suficientemente fuerte como para plantarles cara. De esa manera, el creciente sentimiento de odio que albergaban los integristas, alimentado por el sofocante calor de los últimos días, se vio canalizado y proyectado con virulencia contra sus conciudadanos coptos, desembocando en una tensión que dio como fruto la muerte de numerosos hombres, mujeres y niños de ambos bandos confesionales mientras sus respectivos líderes religiosos se echaban las culpas mutuamente. Para empeorar la situación, aunque para ser honestos hay que admitir que pocas salidas le restaban, Sadat ordenó encarcelar a los dirigentes de los diferentes grupos islámicos mayoritarios y desterró al Papa Shenuda III a un monasterio alejado de la capital. Esa mañana, el calor había remitido. Aún así, el sol se mostraba implacable y los ánimos de la enardecida población continuaban exaltados. Richardus podía casi palpar el rencor y la desconfianza en cada una de las miradas que, con poco o ningún disimulo, le dirigían anónimos individuos que se detenían a su paso para provocarle. Minuto después de abandonar el Hotel Nasser, un antro lleno de cucarachas, enfilaba la calle Al-Geish, próxima al Museo Islámico de El Cairo, y se detenía ante un pequeño edificio de dos plantas. Una rápida y experta ojeada a derecha e izquierda le reveló la presencia de al menos cinco guardias apostados a lo largo de la calle. Seguramente habría más en el interior, pero eso no debía apartarle de su objetivo, que no era otro que cumplir la misión que se le había encomendado. Cuando llegó al primer piso, llamó a la única puerta que había en el rellano de la escalera. Su oído entrenado le permitió advertir la presencia de los hombres en el piso de arriba. La puerta se abrió. Le recibió un anciano desdentado, con cara de comadreja, que escondía una granada de mano en su puño oculto bajo la chilaba.
- Soy Richardus –le dijo al viejo. El hombre se hizo a un lado y, con un ademán enérgico, le conminó a pasar. Si experimentó algún tipo de emoción al hacerlo, lo disimuló muy bien.
- Pasa, estoy aquí. Quien le habló era un joven que bordeaba la treintena. Se encontraba sentado sobre unos enormes cojines forrados en terciopelo estampado con motivos florales, ante una mesita de cáñamo trenzado sobre la que había dispuesta una bandeja rebosante de dulces de miel, hojaldre y dátiles. Su nombre era Khaled.
- Saalam aleikum, Khaled –dijo Richardus.
- Oh, vamos, deja eso –le reprochó el joven-, ambos sabemos que no crees ni en mi Dios ni en el tuyo. Richardus, aparentando gozar de una gran serenidad, tomó asiento al otro lado de la mesita, gesto que convirtió a los dos interlocutores en una especie de jugadores de ajedrez. Eso sí, ante un tablero de repostería nada ortodoxo.
- Así pues –Khaled inició la conversación mientras se metía en la boca un grueso pastelillo-, resulta que el Tío Sam quiere ayudarnos en nuestra cruzada, ¿me equivoco? La pregunta, no exenta de sarcasmo y llena de incredulidad, arrancó una carcajada del viejo que poco antes había abierto la puerta a Richardus y que ahora escuchaba desde algún lugar indeterminado del apartamento, preparado para hacerlo saltar por los aires con todos sus ocupantes dentro –él incluído- a la mínima señal de su jefe.
- Por lo que a mi respecta –aseguró Richardus-, no creo que el Tío Sam sea consciente de esta entrevista.
- ¿Y pues? - Digamos que existen unas personas que consideran que el comportamiento de ciertos políticos puede calificarse de poco apropiado, un poco contra natura podríamos decir.
- ¿Por ejemplo?
- Por ejemplo el acercamiento de Sadat a vuestros vecinos del norte.
- Ya, y esas personas ¿quienes son? –preguntó Khaled, levantándose súbitamente y elevando el tono de voz.


El anciano con cara de comadreja apareció de pronto en medio del pasillo que desembocaba en el comedor. El joven, sin mirarle, le hizo una señal apaciguadora. - ¿La CIA, la NASA, ...la TEXACO?
- En realidad –aclaró Richardus-, todos ellos y ninguno en particular. Mira, yo solo soy un emisario. No les conozco. Hago lo que me ordenan y luego percibo mis honorarios. Sin embargo, puedo decirte sin violar juramento alguno que se trata de un reducido pero muy influyente grupo de individuos que, desde finales de la primera Guerra Mundial, se dedican a, digamos, subsanar las carencias que creen advertir en las diferentes sociedades en las que tienen intereses. Pero todo esto Khaled es del todo irrelevante, lo que importa es que los dos sabemos que la Jihad no se encuentra en estos momentos en disposición de rechazar una oferta de esta índole. Khaled, algo más calmado, se sentó de nuevo y echó mano de otro pastelillo.
- Puedo ofrecerte un té con hierbabuena, o con leche y canela. También tengo Pepsi.
- No hace falta, gracias. Richardus se resistía como un jabato a la tentación de probar uno de aquellos deliciosos pasteles. Pero, antes de subir al apartamento, ya había decidido que dedicaría su tiempo a entrar, hacer su trabajo y marcharse sin confraternizar con su interlocutor ni establecer lazo alguno de complicidad. Aceptar bebida o alimentos de manos de Khaled le hubiese otorgado al encuentro un grado de familiaridad que perjudicaría los objetivos que se había trazado.
- El plan es el siguiente –dijo Khaled-. El próximo Octubre, cuando Sadat y su gobierno presencien el desfile de conmemoración de las gloriosas muertes de nuestros hermanos en la guerra del Yom Kipur, un grupo de hombres leales a mi, infiltrados entre las tropas participantes en el evento, atacará la tribuna de personalidades eliminando a Sadat, Mubarak y a cuantos estén a su alrededor. ¿Qué te parece? Richardus respiró hondo, sabedor de que la percepción que tuviese Khaled de las palabras que estaba a punto de pronunciar decidiría si su vida era merecedora de continuar más allá de ese momento.
- Me parece una estupidez. No haréis eso de ninguna manera. Khaled se le quedó mirando, pensativo, como si su cerebro estuviese intentando dilucidar si realmente había escuchado aquella respuesta o había sido una ilusión. Pero Richardus no estaba dispuesto a dejarle demasiado tiempo para que pensase sobre el particular, algo que podía permitirle tomar una decisión que podía no ser muy recomendable para su salud.
- Lo inteligente –prosiguió- será acabar con Sadat, y con cualquiera de los miembros de su gabinete, pero dejando con vida a Hosni Mubarak. Repito, si queréis el apoyo económico que necesitáis, Mubarak debe salir con vida del atentado.
- No entiendo el porqué –replicó Khaled, visiblemente contrariado y furioso.
- De eso se trata. De hecho, esperamos que nadie lo entienda, al menos en un principio. No obstante, además del dinero y de las armas que mis jefes os harán llegar vía Damasco, desde sus áreas de influencia se hará lo posible por abonar la idea de que lo ocurrido ha sido a causa de un complot urdido por un resentido Mubarak. ¿Crees que eso arrojará luz al porqué al que ahora no encuentras respuesta? Mubarak, que en el fondo se alegrará de la muerte de Sadat, no podrá actuar como si así fuera para no dar pábulo a esos rumores.
Khaled continuó, tenso, con los ojos clavados en Richardus. Le temblaba el mentón, pero los deseos de descerrajarle un tiro comenzaban a remitir. No le caía simpático aquel hombre pero, a diferencia de unos segundos atrás, empezaba a comprender que era más beneficioso para la causa dejarle con vida. La idea que le había explicado era rebuscada, pero interesante.

HEAVEN